Todo era tranquilo en Herdade da Nossa Senhora da Glória do Ribadejo, un pequeño pueblito en el interior de Portugal, de esos donde nunca pasa nada, hasta que, el 4 de julio de 1951 las necesidades de la Guerra Fría lo convierten en sede de uno de los principales centros de propaganda occidental y anticomunista financiado por la CIA.
Ese es el trasfondo histórico real en el que se desarrolla la trama -ficticia- de “Glória”, la primera serie portuguesa de Netflix, dirigida por Tiago Guedes, con guion de Pedro Lopes.
Es un thriller de espionaje, con mucha acción, suspenso y tensión psicológica, que tiene el mérito de iluminar además un aspecto algo olvidado del enfrentamiento de posguerra entre el mundo capitalista, Occidente, y el mundo comunista, el Este, entre las dos principales potencias de la época -Estados Unidos y la Unión Soviética- en su lucha por extender sus respectivas áreas de influencia. Glória trata de la guerra de propaganda que se libraron esos mundos enfrentados a través de la radio; el único medio para llegar a audiencias alejadas en la prehistoria de Internet. Y una de las pocas herramientas que permitía sortear la férrea censura que imponían los regímenes del Este.
La trama transcurre en plena Guerra Fría, en los años 60. El personaje central es Joao Vidal (interpretado por Miguel Nunes), un veterano de la guerra en Angola -entonces colonia portuguesa en rebelión-. Vidal es un joven ingeniero, de familia acomodada material y políticamente. Su padre es un alto funcionario del régimen que imperaba en Portugal, que llega a Glória do Ribatejo para trabajar en RARET, la transmisora de la Radio Europa Libre que los estadounidenses han instalado en ese lugar.
Sobre la trama, no diremos mucho más para no arruinar el suspenso, que es uno de los grandes atractivos de esta serie, pero sí es interesante explicar el contexto histórico, ya que aunque Glória es una ficción, RARET efectivamente se instaló allí desde el año 1951 y durante varias décadas funcionó transmitiendo propaganda occidental hacia los países del bloque comunista. Al menos ese era su propósito declarado. Por lo tanto, sin riesgo de spoiler se puede describir cómo fue ese proceso.
RARET no era una simple estación de radio sino un imponente complejo de 200 hectáreas donde llegaron a trabajar hasta 500 personas: una ciudad en miniatura, un territorio “liberado” de la CIA, un enclave si se quiere, a sólo 80 kilómetros de Lisboa, la capital. En palabras de Pedro Lopes, el guionista de la serie, nacido y criado en Glória -varios de sus parientes llegaron a trabajar en la estación-, RARET era “una especie de Ovni muy interesante de explorar como objeto de ficción”.
Es entonces lo que hizo, cuando surgió la posibilidad de presentar una producción a Netflix. Eligió esta trama “porque era poco conocida en Portugal, pero al mismo tiempo podía revelar mucho sobre el país y el mundo”. En efecto, la serie pone el acento en “la importancia que este complejo tuvo en Portugal, en esa estructura de propaganda entre la Unión Soviética y los Estados Unidos”, explica.
La propaganda y la acción psicológica eran elementos esenciales durante la Guerra Fría. Occidente, y en particular Estados Unidos, libraba una guerra cultural sostenida contra el Este comunista, a través de la prensa, la literatura, la radio, la televisión y el cine.
Eso constituía la superficie de una guerra soterrada que ambas potencias se libraban en terceros escenarios -Corea, Vietnam, varios países de África, como la propia Angola, Cuba, etc-. Del mismo modo que Moscú promovía y sostenía guerrillas para desestabilizar a los regímenes occidentales, Washington buscaba mediante propaganda y otros medios, encender la chispa de la rebelión contra el comunismo en los países de Europa del Este.
La idea de crear una radio destinada al bloque comunista surge inmediatamente después de finalizada la guerra. Las primeras transmisiones se hicieron desde Munich, Alemania Occidental, pero la proximidad con el Este facilitaba a los soviéticos interferir las comunicaciones. Se busca entonces una nueva localización.
Entre España, Marruecos y Portugal, los estadounidenses se decidieron finalmente por este último país. Portugal tenía un régimen corporativo, antiliberal, que regía desde la década del 20 y desde 1933 estaba encabezado por Antonio de Oliveira Salazar, que gobernó hasta 1968. Cercano al fascismo, pero con peculiaridades, compartía con el franquismo la vocación por la autonomía -”orgullosamente solos”, era uno de sus lemas-, pretendía una cierta equidistancia con el mundo entero. Sin embargo, al concluir la guerra, Salazar opta por un acercamiento con Estados Unidos para aliviar la presión tanto externa como interna por una apertura política que no deseaba conceder. Y su régimen -el Estado Novo o salazarismo- logra sobrevivir y perdurar hasta la Revolución de los Claveles en 1975, que abre un período de transición hasta la instauración de la democracia. Glória es también una fiel reconstrucción del ambiente de época y de la vida bajo ese régimen.
Portugal recibió por lo tanto los beneficios del Plan Marshal y fue miembro fundador de la OTAN en 1949, y habilitó el uso de su base militar aérea en las Azores, de estratégica ubicación, por la Fuerza Aérea de los Estados Unidos.
Luego de un tiempo de negociaciones con el gobierno de Oliveira Zalazar, se determinó la ubicación de RARET en Ribatejo, una zona que reunía lo necesario: tranquilidad, un terreno plano y cercanía con la capital.
Las emisiones de RARET, transmisora de la Radio Europa Libre, auspiciada por el National Committee Free Europe, un organismo financiado por la CIA, llegaban hasta Polonia, Checoslovaquia, Bulgaria, Rumania y Hungría, países con regímenes subordinados a Moscú. Los contenidos venían grabados en cintas desde Estados Unidos o desde Alemania.
Frenar la expansión del comunismo en Europa y alentar rebeliones detrás de la Cortina de Hierro eran los objetivos de esa propaganda.
Vale recordar que también los soviéticos tenían su transmisora, la célebre Radio Moscú que emitía en varios idiomas.
Los ingenieros de RARET debían cambiar de frecuencia periódicamente para eludir las interferencias de los rusos.
RARET llegó a tener escuela, clínica, maternidad, casas para los empleados, supermercado, instalaciones deportivas, piscina… La presencia norteamericana trajo la luz eléctrica al pueblo. No sorprende que todavía hoy la arteria principal de Glória do Ribatejo se llame Estados Unidos da América.
Los 10 episodios de Glória giran en torno a una infiltración soviética en RARET, con el objeto de obtener información pero sobre todo sabotear las transmisiones, y las medidas que toman las autoridades para tratar de dar con el “topo”.
Los medios portugueses dicen que no existen evidencias históricas de que haya habido una infiltración soviética en RARET. Al menos no fue detectada. Pero la serie tiene el mérito de un realismo y una fidelidad al clima de la Guerra Fría, que vuelve totalmente creíble la hipótesis del guionista. Recrea la habilidad de los soviéticos para explotar el descontento de muchos jóvenes, especialmente de clase alta -contra lo que puede pensarse-, desencantados no sólo por la opresión o la censura sino también por una generación -la de sus padres- comprometidos con ese statu quo que rechazan. Conociendo el nivel al cual llegó la infiltración de muchos servicios occidentales por los soviéticos, el planteo de Glória es totalmente creíble.
Como también lo es la crueldad con la cual actúan los servicios secretos en la guerra de espías que muestra la serie, sacrificando piezas -incluso totalmente inocentes- en nombre de la razón de Estado.
También muestra los vínculos no siempre tan lineales entre las autoridades portuguesas y sus huéspedes estadounidenses.
El casting de la serie es impecable: los norteamericanos lo parecen; los portugueses lo son. Si hay artificio o disfraz no se nota. Y está hablada en ambos idiomas.
Afortunadamente, Pedro Lopes no descarta una segunda temporada, ya que Glória es de esas series que dejan con ganas de más. “Todavía queda historia por contar si fuera necesario”, dijo el guionista.
Y ahora, el epílogo, no de la serie, sino de RARET, emisora que siguió funcionando más allá del fin del régimen. Después de la Revolución del 25 de abril de 1975, la planta fue intervenida por los militares, pero no dejó de operar. Antes de la Revolución de los Claveles, RARET y el salazarismo compartían el objetivo común de combatir al comunismo. Luego, el discurso era que también los pueblos del Este de Europa merecían la libertad conquistada por los portugueses.
En los 80, aparecieron los satélites y revolucionaron el sector de las comunicaciones. RARET tuvo un mayor alcance y con la guerra de Afganistán sumó un nuevo idioma a sus transmisiones: el farsí.
RARET sobrevivió incluso a la caída del muro y a la disolución de la URSS. Recién en 1996, el entonces presidente de los Estados Unidos, Bill Clinton, tomó la decisión de cerrar el complejo y reorientar los esfuerzos propagandísticos de Washington hacia nuevas zonas calientes del planeta.
Cada trabajador de RARET recibió una carta de agradecimiento: “El mundo sentirá por mucho tiempo el impacto de su leal servicio y dedicación a la causa de la libertad”.
VIDEO: EL TRAILER DE LA SERIE
La supervivencia del complejo por encima de los avatares políticos portugueses se explica en parte porque seguramente RARET era también cobertura e infraestructura de otros intereses y otras actividades de Estados Unidos en Europa. Además, la presencia de los estadounidenses en ese lugar no era antipática para la población local que se había beneficiado con la infraestructura generada a su alrededor y las oportunidades de trabajo que ofrecía.
En la actualidad, las instalaciones del complejo están abandonadas. Los archivos de RARET, unas 60 mil cintas con grabaciones, fueron enviados al Instituto Hoover de la Universidad de Stanford en el año 2001.
A modo de anécdota, en 1985, en vísperas de una visita del presidente Ronald Reagan a Portugal, RARET sufrió un atentado menor: una bomba en sus instalaciones, detalle que tal vez inspiró una de las escenas de Glória....
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