La expulsión de Edgardo Kueider fue contundente en los números -60 votos para dejarlo sin banca, 6 en contra y una abstención- y a pesar de las dudas sobre el respeto a todos los pasos de rigor, el Senado ensayó la imagen de una sanción política a la corrupción. Era evidente el cálculo previo y las conveniencias antes que las convicciones, pero lo que ocurrió en el recinto y también después terminó de desvestir cualquier pretensión de mostrar una mínima sintonía con la sociedad, otra vez frente a casos obscenos de dólares en valijas, bolsos o mochilas.
El kirchnerismo, de golpe, se transformó en impulsor de una medida que evitó en otros casos, esta vez como castigo a un “traidor”, según el término que circuló en sus filas. Una doble apuesta: esmerilar a Javier Milei y ganar la banca que dejaría el legislador entrerriano. “¿Tienen miedo de que hable?”, dijo CFK como chicana al oficialismo antes del tratamiento del tema en el Senado. El problema para esa vereda son las sombras que proyectaría otra causa, a cargo de la jueza Sandra Arroyo Salgado, que es previa a este escándalo y está centrada en posibles coimas de una empresa privada a organismos nacionales y de Entre Ríos en la última gestión peronista.
El oficialismo buscó evitar que el kirchnerismo capitalizara el caso, por la condición de aliado de Kueider, con una jugada que, además de las dudas sobre su solidez, parecía no registrar la velocidad con que crecía el tema y, en espejo, el arrastre en términos de costo para los espacios políticos que quedaran defendiendo al senador detenido en Paraguay. Ni siquiera hubo discusión sobre el fondo de la cuestión y no las formas, camino a la sesión que encaraba la Cámara alta. La ola era previsible y lo expuso el tablero del recinto: muy por encima de los dos tercios de votos necesarios para liquidar el tema. Más difícil era imaginar el cada vez más peligroso capítulo de la interna entre Olivos y Victoria Villarruel.
Por lo pronto, la descalificación de lo hecho por la vicepresidente -bajo el argumento de que estaba a cargo del Ejecutivo con Milei ya de viaje y no debería haber presidido la sesión- favorece de hecho la judicialización de lo resuelto por el Senado, algo que ya intenta Kueider por vía de un amparo. Pero a la vez repone inquietudes en el terreno institucional y refuerza las pinceladas de un cuadro que visto desde afuera -por ejemplo, en el mundo de los negocios- cuesta entender.
Es llamativo, aunque no debería entenderse como contradictorio. El Gobierno acumula noticias que celebra en el plano económico, Milei acaba de dejar un mensaje en cadena que de hecho marca línea electoral y el oficialismo, en general, se siente afirmado por encuestas variadas. Entonces, se cierra sobre el círculo presidencial -eso explica en parte las idas y vueltas con el llamado a sesiones extraordinarias- y escala en la interna, en lugar de ampliar su construcción política.
De todos modos, en medios políticos prevalecen las opiniones que descartan un plan armado mientras se giraba hacia la expulsión del senador entrerriano. Más bien, se extiende la idea sobre cierta chapucería que sí fue explotada de inmediato por el círculo de Olivos. Eran momentos de jugar en velocidad. Y la respuesta inicial resultó modificada ante la perspectiva de quedar en soledad con el planteo de la suspensión. El grueso del PRO y de la UCR ya habían dado señales en esa dirección.
Con todo, la batalla contra Villarruel no tardó en llegar. Fue nítida y creciente. Primero por vía de voceros y fuentes que alertaron sobre una desprolijidad de la vicepresidente, después por el batallón en redes sociales y al final, por el propio Milei, que consideró inválida la sesión, aunque dijo que la voluntad de sanción a Kueider era clara. El mensaje posterior fue que no impulsaría un pedido de nulidad. No significó bajar el tono de la pelea: la acusaron sin vueltas de mentir al decir que no tenía claro el inicio del viaje presidencial a Italia.
La cuestión jurídica no es tan sencilla. Más allá de las chicanas, el punto es a partir de qué momento se considera que un vice ocupa el Ejecutivo ante la ausencia del Presidente por un viaje: ¿cuando despega el avión o cuando se concreta el paso formal ante el escribano general de la Nación? Esto último ocurrió cuando ya había pasado la votación. Y en cualquier caso, aún aceptando cierta irregularidad, el punto sería la voluntad mayoritaria del Senado, sin necesidad alguna de intervención de la vicepresidente.
No es esto lo que preocupa en la otra vereda política. Cristina Fernández de Kirchner impulsó la inmediata ofensiva sobre el senador entrerriano y lo hizo junto a la virtual acusación sobre compra de votos en proyectos cruciales para el Gobierno, como la Ley Bases. La medida fue motorizada sin mucho apego siquiera al argumento formal -la flagrancia, en este caso, el ingreso ilegal a Paraguay con una mochila cargada de dólares- y se apoyó sobre todo en dar por cerrado el tema acusando al oficialismo de complicidad.
El adjetivo de “traidor” agregó un condimento fuerte a los cuestionamientos sobre la actitud de la ex presidente. Una especie de contrapunto entre la descarga sobre Kueider y la defensa propia y de ex funcionarios -no todos y menos de Alberto Fernández- bajo la victimización por lawfare.
A eso se sumó el dato del visible interés en “recuperar” esa banca para el bloque que responde sin escalas a CFK. El lugar quedaría para la “camporista” Stefanía Cora. Y de ese modo, el interbloque peronista/kirchnerista sumaría 34 integrantes y el oficialismo perdería un aliado, tema nada menor si se consideran las dificultades -la mayoría, por obra propia- para tejer acuerdos más o menos efectivos y duraderos.
En esa movida, el kirchnerismo expone además ajustes de cuentas sobre legisladores que emigran de espacios políticos. Y lo mezcla con una cuestión que asoma cada tanto sobre la “propiedad” de las bancas en el Congreso, es decir, si corresponde a cada legislador o al espacio político por el que llegaron a cada Cámara. Es un tema de debate serio y pendiente, lejos del cálculo político en la carga contra Kueider.
La otra imagen que dejó el Senado fue aportada por el fallido intento del oficialismo apuntado a suspender a cualquier legislador procesado por la Justicia. Aún sabiendo que no llegaría a la mayoría especial en el recinto, puso el foco en Oscar Parrilli. Funcionó el blindaje K y no alcanzó el número. El senador lo celebró haciendo fuck you a quienes habían votado en su contra. Imagen final sobre el barro.