Milei y el efecto Trump: clima a favor y señales de distorsión política

El resultado electoral de Estados Unidos supone una renovación de ciclo. Eso es sin dudas un elemento de peso para el Gobierno: alimenta sus expectativas políticas y económicas. Sin embargo, la proyección local no es mecánica. Y menos aún lo son las comparaciones

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Javier Milei con Federico Sturzenegger,
Javier Milei con Federico Sturzenegger, acompañado por funcionarios de su área. Señal de avance en la reforma del Estado

La celebración por el triunfo de Donald Trump domina el ánimo del oficialismo. Se mantiene en continuado y se expresa no sólo en la intensidad de las gestiones para cerrar un viaje de Javier Milei a Estados Unidos, sino además en el refuerzo del discurso y las señales duras del Gobierno. Un ejemplo de estas horas: la escalada de advertencias para frenar el conflicto de Aerolíneas Argentinas, un trabajo facilitado en términos de imagen por las irritantes medidas de fuerza. Son trazos que exponen el dato político objetivo del clima favorable, combinado con distorsiones y cuentas forzadas sobre el panorama que abre el cambio de administración en Washington.

Antes que las especulaciones sobre los pasos concretos de esta nueva presidencia de Trump, se anota el impacto y la dimensión de su triunfo, en electores y votos en las urnas, en proyección legislativa y en extensión por Estados. Por supuesto, el foco de la política internacional es mucho más amplio que la mirada sobre la región. Sobra, de todos modos, para entender el efecto del clima político, con dos líneas que se cruzan: el cambio de ciclo y, a la vez, el interrogante sobre sus duraciones. Ni Trump en su primera experiencia ni Joe Biden -en rigor, los demócratas después de apelar a la candidatura de Kamala Harris- lograron dos períodos presidenciales consecutivos.

Milei se mostró exultante cuando el escrutinio anticipaba el final y fue de los primeros mandatarios en difundir públicamente las felicitaciones al presidente electo de los Estados Unidos. Había sido cuidadoso cuando la campaña ya estaba lanzada, aunque era obvia su preferencia. Provocó un primer movimiento diplomático de contactos luego del recordado abrazo con Trump, a fines de febrero. Ahora, funcionarios por la vía del trascendido y también voceros informales de Olivos se encargaron de destacar la celebración y las valoraciones en espejo político local.

Por supuesto, en ese registro figuran antes que nada las posibilidades que se abrirían con la consideración de Milei como principal socio regional. Nadie con sensatez supone que eso borraría de la escena a países con fuerte peso económico y geopolítico, comenzando por Brasil. En términos prácticos, la expectativa de arranque está puesta en el papel de Estados Unidos para mejorar las tratativas con el FMI. Y en el tablero más amplio, juegan interrogantes atados a las medidas de Trump en materia económica, uno de los motores junto a cuestiones sensibles como la inmigración que empujaron su éxito electoral.

Es llamativo porque en la evaluación que trasluce el círculo de Milei parece predominar el mensaje político, como tendencia externa y como traducción para la disputa que muestra mejor cartel que nivel: la “batalla cultural”. En esa línea, se mezclan la visión del triunfo de Trump en términos absolutos y la inclinación a comparaciones con la realidad política doméstica.

El primer síntoma remite a la consideración del ganador como única representación de la “voluntad popular”. Entre las muchas razones del segundo éxito de Trump, se destaca por supuesto su sintonía con malestares y frustraciones de franjas sociales extendidas. Eso es parte básica de lecturas razonables sobre el resultado electoral. Pero la preocupación surge cuando se cierra el análisis y se habla del voto mayoritario como expresión de “la” sociedad o, más conveniente, “el” pueblo. El resto, no existiría. Algunos voceros informales del oficialismo extremaron el discurso al punto de destacar la cantidad de millones de votos, no los porcentajes -que es lo que corresponde-, para que suene más potente.

Postal de Javier Milei con
Postal de Javier Milei con Luis Caputo: expectativa por el efecto económico del triunfo de Trump

Trump superó el 50 por ciento de los votos. Es muy fuerte, porque esta vez no sólo se impuso en cantidad de electores. Eso, claro, no anula a cerca del 48 por ciento de votantes que optó por Kamala Harris. Ni a los que no votaron. Es gravitante entonces el trasfondo del tipo de mirada excluyente que considera el voto ganador como el todo: no es solo un recurso propagandístico, sino y sobre todo un elemento conceptual, ideológico. Lleva consigo la pretensión del ejercicio del poder sin reparos en el juego más complejo del sistema institucional. Aquí, ya había asomado con la llegada de Milei a la presidencia y antes, en la etapa kirchnerista, particularmente con CFK.

En materia política -antes que la lectura económica, donde por lo demás son visibles las diferencias- asoma claro el denominador coincidente de las diferentes expresiones populistas. El problema que se suma ahora y distorsiona la lectura no es el clima evidente que genera el triunfo amplio de Trump, sino las comparaciones mecánicas entre procesos y realidades políticas.

En trazos gruesos, la elección de Estados Unidos expuso una nueva y a la vez particular entrega de bipartidismo. Y, si se quiere, del modo de asimilar a expresiones como las de Trump. Ese estado de cosas tiene expresión legislativa. Las proyecciones alimentan la expectativa republicana de controlar la Cámara de Representantes, además del Senado. Y para completar, los medios locales señalan la mayor sintonía con la Corte.

Milei no cuenta con ese escenario. Los bloques del oficialismo son minoritarios en el Senado y en la Cámara de Diputados. No cuenta con gobernadores. Y necesita negociar con cierta amplitud si aspira a coronar proyectos propios. El único logro atado exclusivamente a su propio bloque y los socios -cuyo nivel de acuerdo entra cada tanto en discusión- fue hasta ahora el blindaje de poco más de un tercio, en Diputados, para sostener dos vetos.

Ese cuadro expone -como perfila para la semana que viene la pulseada por los límites de ocasión a los DNU- la combinación entre la fragmentación opositora y las limitaciones del oficialismo, que también dejó a la vista dificultades internas. A distancia del bipartidismo, también la experiencia de dos coaliciones entró en crisis. Es un interrogante cómo se rearmará el tablero, en el juego de la polarización que ya alimentan el oficialismo y el peronismo/kirchnerismo.

Si se toman las grandes pinceladas que supone semejanzas de estilo, lo más potente y aún con diferencias sería el discurso de la “batalla cultural”. Y en ese plano, las cargas sobre medios y periodistas son un dato mayor. Preocupante, en cualquier caso, porque la “narrativa” propia se asimila así a la uniformidad de pensamiento.

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