La Iglesia recordó los 40 años del tratado que evitó una guerra entre Argentina y Chile: estuvieron Francos, Villarruel y Werthein

Con una misa en la Catedral Metropolitana, los obispos recordaron la mediación del papa Juan Pablo II que evitó un choque entre las dos dictaduras. En la homilía, monseñor Ojea resaltó el valor del diálogo

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La vicepresidente Villarruel, el senador
La vicepresidente Villarruel, el senador Abdala, el jefe de Gabinete Francos y el canciller Werthein

La Iglesia recordó esta tarde en la Catedral Metropolitana los 40 años del tratado que evitó una guerra entre Argentina y Chile por el conflicto del Canal de Beagle, en el extremo sur del país, que se firmó después de una compleja mediación del papa Juan Pablo II entre los jerarcas de las dos dictaduras del Cono Sur. El homenaje se dio en el templo porteño, en una ceremonia que encabezó el presidente de la Conferencia Episcopal (CEA), monseñor Oscar Ojea, el arzobispo de Buenos Aires, Jorge García Cuerva, otras autoridades y la vicepresidenta Victoria Villarruel.

Al acto, según pudo saber Infobae, fue invitado el presidente Javier Milei y su hermana, la secretaria General, Karina Milei, pero en su representación fueron -además de Villarruel- el jefe de Gabinete, Guillermo Francos, Bartolomé Abdala y Gerardo Werthein.

El cardenal Samoré fue enviado
El cardenal Samoré fue enviado por el papa Juan Pablo II como mediador entre las dictaduras del Cono Sur

En la homilía, la Iglesia destacó la diplomacia como un “arte laborioso y paciente” que requiere constancia y que, en momentos de tensión extrema, permite establecer puentes entre realidades históricas y culturales diferentes. “La paz social es laboriosa y artesanal. Solo es posible lograrla integrando a todos”, expresó el mensaje eclesiástico, haciendo un llamado a la sociedad y a sus líderes para que fortalezcan este tipo de acercamientos en los contextos actuales de crisis y conflicto en el mundo.

Con una referencia especial a los procesos diplomáticos que unieron a Argentina y Chile hace cuatro décadas, la homilía subrayó cómo el compromiso de los diplomáticos y líderes religiosos de ambos países sentó las bases para la paz duradera.

La homilía recordó los eventos que llevaron a la firma del Tratado en 1984, en un contexto donde la tensión entre Argentina y Chile estaba en su punto más alto debido a disputas territoriales en el Canal de Beagle. La mediación de la Santa Sede, encabezada por el recién electo papa Juan Pablo II, y el trabajo diplomático y eclesiástico del cardenal Antonio Samoré, fueron factores clave para canalizar el conflicto hacia una solución pacífica.

El obispo Oscar Ojea, presidente
El obispo Oscar Ojea, presidente de la Conferencia Episcopal Argentina

En aquel momento, cuando las negociaciones bilaterales habían fracasado, la intervención papal abrió una nueva esperanza que permitió a los pueblos de ambos países evitar un conflicto armado.

El texto leído en la Catedral se destacó que la primera palabra que pronunció Jesús resucitado fue “paz” y se presentó este valor como el primer fruto de la fe cristiana y un “don invaluable” para toda la humanidad. “Vivíamos una profunda incertidumbre, ya que la sombra de la guerra entre países hermanos parecía visitarnos inexorablemente”, resonó el mensaje, evocando los sentimientos compartidos en aquel tiempo por argentinos y chilenos.

La paz, tal como se expresó en la homilía, es un regalo de Dios que debe cultivarse no solo en las altas esferas diplomáticas, sino también en la vida cotidiana de cada persona.

El evento sirvió también para rendir un homenaje especial a los hombres y mujeres que, desde el ámbito diplomático y eclesiástico, lograron que el Tratado de Paz y Amistad fuera posible. El cardenal Raúl Primatesta y el cardenal Silva Henríquez —presidentes de las conferencias episcopales de ambos países en ese tiempo— fueron recordados por el compromiso y trabajo que comprometieron y que resultaron cruciales para solicitar la intervención de la Santa Sede.

Videla y Pinochet iniciaron la
Videla y Pinochet iniciaron la escalada en el conflicto por el Beagle que casi termina en una guerra

De manera especial, se recordó al Cardenal Samoré, quien jugó un papel central en las negociaciones, manteniendo una actitud de neutralidad y tenacidad que fue decisiva para alcanzar una solución pacífica. “La esperanza es audaz y sabe mirar más allá de las dificultades”, se citó de la encíclica Fratelli tutti de Francisco, subrayando que, incluso en los momentos de mayor tensión, es posible tomar decisiones que abran caminos hacia la reconciliación.

La homilía concluyó con un llamado a cada persona a ser un “artesano de la paz” en sus propias relaciones y entornos, recordando que el compromiso con la paz no se limita a los grandes acuerdos entre naciones. La Iglesia invitó a que esta paz, fruto de años de diálogo y perseverancia, sea una inspiración para construir un ambiente de respeto y concordia en cada ámbito de la vida diaria, ya sea en el hogar, el trabajo o la comunidad.

A lo largo de esta conmemoración, la Iglesia reiteró su pedido de que esta paz lograda hace 40 años siga viva como un modelo de diálogo, diplomacia y respeto mutuo entre países hermanos. Con la bendición de Nuestra Señora de Luján y Nuestra Señora del Carmen, patronas de Argentina y Chile respectivamente, se pidió que ambos pueblos se mantengan unidos como artesanos de paz y esperanza, tal como soñaron aquellos que hace cuatro décadas evitaron una guerra que parecía inevitable.

Un conflicto en ciernes

Escalada bélica que casi enfrente
Escalada bélica que casi enfrente en una guerra a Chile y Argentina

El conflicto entre Argentina y Chile tuvo su origen en una disputa por la soberanía de las islas y territorios ubicados en el Canal de Beagle, una región estratégica en el extremo sur de América. A finales de los años 70, las tensiones entre ambos países llegaron a un punto crítico, con preparativos para un posible enfrentamiento armado. La situación alarmó a la comunidad internacional y motivó la intervención de la Santa Sede, a solicitud de los gobiernos de ambas naciones.

Fue entonces cuando el Papa Juan Pablo II, en una de sus primeras decisiones al asumir su pontificado, aceptó el pedido de mediación y encomendó esta misión al Cardenal Samoré. Con su paciencia y neutralidad, el purpurado lideró un complejo proceso de negociaciones, trabajando de cerca con diplomáticos y líderes eclesiásticos de Argentina y Chile.

Su esfuerzo logró distender las relaciones y abrir un camino hacia el diálogo, que finalmente culminó en 1984 con la firma del Tratado de Paz y Amistad. Gracias a esta mediación papal, ambos países lograron evitar una guerra y sentaron las bases para una relación de paz y cooperación duradera en la región. Todo empezó en una escalada que protagonizaron los países en tiempos de dictadura, y terminó un año después que en la Argentina Raúl Alfonsín abriera los 40 años ininterrumpidos de democracia.

Raúl Alfonsín junto a su
Raúl Alfonsín junto a su canciller Dante Caputo durante la resolucion del conflicto del Beagle

Homilía por los 40 años del Tratado entre Argentina y Chile

Queridos hermanos y hermanas:

El deseo de paz expresado por Jesús a los apóstoles después de resucitar, resuena de un modo especial en nuestras mentes y corazones en esta celebración de los 40 años del Tratado de Paz y Amistad entre Argentina y Chile.

Hace cuatro décadas cuando la amenaza de la guerra entre nuestras naciones era inminente y se iniciaban los preparativos para el combate, al tiempo que las negociaciones directas sobre la fijación del límite desde el Canal de Beagle hasta el pasaje de Drake al Sur del cabo de Hornos habían fracasado, los representantes de Argentina y Chile decidieron abrir paso a una nueva vía para la resolución del conflicto: la mediación papal solicitada al Papa San Juan Pablo II, quien hacía muy poco tiempo había iniciado su pontificado.

Así comenzó un periodo de nuevas negociaciones para alcanzar la paz entre nuestros pueblos, un proceso que culminaría en la firma del Tratado que determino “la solución completa y definitiva de las cuestiones que a él se refiere”. (Preámbulo del Tratado)

La primera palabra que pronuncia Jesús resucitado es la Paz. La paz es el primer fruto de la Pascua. Es lo que le va a dar seguridad a estos hombres que estaban encerrados en el Cenáculo, llenos de temor, llevando en sus corazones la tragedia que habían vivido en las últimas horas. Vivian una profunda incertidumbre ya que habían dejado todo por Jesús y pensaban que todo lo que habían invertido, entregando sus vidas en función de un gran ideal, había llegado a su fin.

Muchos de estos sentimientos se asemejaban a los que vivíamos en aquel tiempo, argentinos y chilenos, ya que la sombra de la guerra entre nosotros, países hermanos, parecía visitarnos inexorablemente.

A la luz de la Palabra de Dios quisiera expresar tres pensamientos que se me ocurren oportunos, al mirar desde el presente lo ocurrido hace cuarenta años:

En primer lugar, dar gracias a Dios por el Don de la Paz.

Queremos rendir un sentido homenaje al pueblo argentino y al pueblo chileno, a los ministros de gobierno y de relaciones exteriores de ambos países, al Cardenal Primatesta y al Cardenal Silva Henríquez, ambos presidentes de las conferencias episcopales de ambos países que fueron claves en la solicitud de la intervención de la Santa Sede, y muy especialmente a todos aquellos hombres y mujeres que ofrecieron su tiempo, sus esfuerzo y su profesionalidad para lograr este tratado de Paz y de Amistad.

Nos demostraron que incluso en los momentos más tensos y complejos es posible tomar decisiones que nos saquen del encierro y del temor, abriendo paso a la esperanza para reencontrar esa fraternidad tan seriamente amenazada. “La esperanza es audaz y saber mirar más allá de las dificultades abriendo caminos donde otros ven solo muros”. Fratelli Tutti, 55.

En segundo lugar, es bueno que esta memoria agradecida que hacemos nos permita reconocer el inmenso valor de la diplomacia en la vida de los Estados y sus efectos fecundos en la vida concreta de cada ciudadano. La diplomacia es un arte, es un trabajo que exige paciencia y constancia, muchas veces silencioso, que busca unir la diversidad de vivencias históricas diferentes y muy arraigadas en la educación y en la cultura. Es un servicio a la armonía entre las diferencias. La paz social es laboriosa y artesanal. Solo es posible lograrla integrando a todos.

Cuanta necesidad tiene el mundo en el que vivimos del ejercicio de esta diplomacia.

La violencia desatada hoy en tantos frentes va logrando oscurecer el valor de la palabra, pierden importancia los gestos que acercan la vida de los seres humanos y que crean los puentes necesarios para que los espíritus se sosieguen y para que el dialogo se restablezca a partir de nuevas escuchas más atentas y superadoras. La violencia que nos envuelve corre el riesgo de cerrar los canales del espíritu para salvar vidas humanas, vidas de hombres y mujeres, de niños y ancianos, que se exterminan infligiendo una derrota incalculable en el corazón de la humanidad.

Inspirados en el ejemplo del recordado cardenal Antonio Samoré, quien con una paciencia tenaz, y una precisa neutralidad alcanzo a divisar esa luz de esperanza al final del túnel, es necesario aprender a transitar las sendas del respeto mutuo y del cuidado de nuestras acciones, palabras y gestos para construir el Bien Común de nuestros pueblos.

Finalmente, el regalo de la paz nos invita a la misión. Jesús sopló sobre los apóstoles y los envió a predicar el Evangelio. La luz al final del túnel, de la que hablaba el Cardenal Samoré, debe convertirse en una luz que nos lleve a iluminar a todos nuestros hermanos con el evangelio de la paz que es don de Dios y tarea humana.

Que esta acción de gracias nos impulse a cuidar la paz y a transmitirla a los demás. No se trata solo de un compromiso en los grandes escenarios, sino que podemos construirla en la vida de todos los días, en nuestros espacios familiares, en nuestros lugares de trabajo, y en todos los ambientes en donde podamos sembrar la semilla de la paz.

Este gran bien brota de las profundidades del corazón humano y requiere una continua revitalización, abriendo nuevos procesos que reconcilien y unan a las personas y a los pueblos.

Le pedimos al Señor y a nuestra Madre de Lujan y del Carmen, patronas de la Argentina y de Chile, que nos transformen en artesanos de la paz y de la concordia, sembradores del bien y apóstoles de la esperanza.

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