La fractura del bloque de diputados radicales terminó de exponer esta semana el deterioro que arrastra el partido con más historia del país. Y se produjo casi en simultáneo con la exposición pública de la batalla doméstica que vive el peronismo, con el cartel de los costos de su última gestión. Así, en pocos días, las dos marcas partidarias tradicionales -el PJ y la UCR- pusieron a la vista de todos el cuadro de hiperfragmentación de la política. ¿Buena noticia para Javier Milei? Es lo que sugiere el cálculo del oficialismo, que juega a la vez como el discurso agresivo de la grieta. Pero no es todo.
Las internas ajenas al Gobierno constituyen un dato significativo y al mismo tiempo parcial y riesgoso, porque está lejos de resolver los desafíos legislativos y de asegurar la señal que demanda en continuado el frente externo. El Gobierno celebra la reacción actual de los mercados, aunque está claro que más allá de la coyuntura necesita afirmar sostén político y restar incertidumbre en los umbrales del enorme intervalo que supone el proceso electoral. Es el desafío de fondo frente a las necesidades financieras y de inversiones reales. Corre eso mismo para la relación con los organismos internacionales, pendientes en estas horas de los sondeos en Estados Unidos.
El oficialismo hace cuentas pensando en el Congreso y en la carrera electoral. Circulan encuestas variadas y, en el análisis cualitativo, no resulta indiferente el renglón que evalúa la percepción sobre el combate a la “casta” por parte del Gobierno. Asomaría cierto malestar por síntomas de connivencia o falta de acción concreta en ese terreno. Esa lectura explicaría que algunas medidas de los últimos días agreguen discurso “anti-casta” a las consideraciones técnicas sobre reducción presupuestaria o eliminación de trabas o absurdos burocráticos.
Los dos últimos ejemplos son la resolución que anula el sistema de cargos “hereditarios” en organismos o áreas estatales y la disolución de la AFIP y su reemplazo por una menos numerosa ARCA, con algunas designaciones polémicas. En el primer caso, el mensaje contra la “casta” estuvo a cargo de funcionarios. Y en el segundo, por la vía de trascendidos. De todos modos, la “narrativa” y el objetivo político de potenciar la grieta va más lejos.
De hecho, lo que asoma es una crisis que abre interrogantes de fondo sobre lo que viene en materia política, porque supera o replantea la etapa de bicoalicionismo, después del más clásico bipartidismo. Y la recreación y profundización de la grieta por parte de Milei no se limita entonces a tratar de elegir enemigo, sino además a tensar y explotar las fisuras en otros espacios para sumar tropa en una batalla, otra vez, en blanco y negro.
Por supuesto, antes que una estrategia con elaborados pasos, asoman riesgos ya expresados en costos autoinfligidos, consecuencia de problemas de gestión o líneas conceptuales. Como sea, el primer cálculo es legislativo y no se agotaría en básicas consideraciones numéricas.
La división del radicalismo en Diputados deja un bloque con el nombre UCR, de 21 integrantes, y otro designado como “Democracia para siempre”, de 12, dispuesto a disputar la marca partidaria. De manera lineal, hay quienes suman los primeros a la categoría de “aliados” del oficialismo, más que dialoguistas, conglomerado que incluye a algunos peronistas y a provinciales. Los segundos son alistados en la oposición dura, de rechazo total a cualquier iniciativa del Ejecutivo, con el peronismo/kirchnerismo a la cabeza.
De manera mecánica, la oposición más cerrada estaría en condiciones de imponer proyectos a contramano del Gobierno para forzar rechazo presidencial. Y en ese caso, el oficialismo y sus socios tendrían garantizado número cómodo para sostener cualquier veto. Un ejercicio desgastante para todos, en la lógica agrietada y sin lugar para acuerdos razonables como el que demandaría el Presupuesto 2025. Tema abierto.
Por lo pronto y a la par, el proceso electoral alimenta batallas domésticas en buena parte de los espacios políticos. No queda afuera el oficialismo, cuyas disputas tienen el techo del poder presidencial y, a la vez, generan por momentos cierta inquietud en el plano institucional y mala señal externa.
El oficialismo logró desarmar el espectáculo patético de sus peleas en los bloques legislativos. Asoman las tensiones en el Gabinete, sobre todo por el manejo del círculo más cerrado de Olivos, con Karina Milei y Santiago Caputo operando -a veces con juego cruzado- por encima de sus funciones. Más visible, en capítulos como la visita al Papa, y de más largo aliento, aparece el proyecto de Victoria Villarruel.
Con todo, el ruido se fue corriendo a la oposición. La movida de Cristina Fernández de Kirchner expone el estado de esa crisis: forzó la pelea por un cargo que no la atrae porque sintió que estaba astillado su liderazgo en el peronismo/kirchnerismo, por encima del PJ. Pero además, esa disputa por la conducción partidaria formal, terminó exhibiendo fisuras en el propio kirchnerismo y amplificó las divisiones en la provincia de Buenos Aires.
En las últimas horas, además, quedó en claro que la batalla va mucho más lejos. Los carteles y algunas pintadas en el GBA dicen “Cristina Presidenta”. Sólo eso. No dicen Presidenta del PJ. Eso mismo y los dichos de Máximo Kirchner advierten de que la candidatura presidencial no es número puesto para Axel Kicillof. Por supuesto, tampoco significa que CFK vaya a dar esa pelea, que por los demás es imprevisible, casi de política ficción frente a la crisis. Pero sí transmite que el “cristinismo” será pieza central de esa discusión.
En el radicalismo también, aunque en otra escala, por su propio desgaste, asoma la carrera electoral y la pulseada de poder interno. Pero el tema supera al discurso. Ese es el interrogante para la movida expresada en Diputados por la convergencia de Martín Lousteau, y Enrique Coti Nosiglia, con Facundo Manes. La cuestión no se agota en el Congreso, ni en la lucha por cargos partidarios, como ocurrió en Buenos Aires. Los jefes provinciales -como en el PJ- no conducen pero tampoco se alinean disciplinadamente con posiciones nacionales. Se verá cómo operan los cinco gobernadores radicales y en qué bloques legislativos mueven sus fichas, pocas aunque a veces decisivas en el recinto.
En la vereda del PRO, Mauricio Macri ya anotó ese tema en su manejo partidario y en el trato con Milei. Muestra el subibaja de la relación con Olivos y suma ahora los intereses de los jefes de distrito “amarillos” y aliados -también, intendentes- frente al tratamiento puntual del Presupuesto 2025. Es un papel desgastante en el plano interno, tenso desde que quedó expuesto el quiebre en la relación con Patricia Bullrich.
En ese contexto, la polarización temprana con foco en las elecciones busca borrar matices y, sobre todo, llevar al mínimo los espacios para terceros proyectos. Eso, profundizado, es el juego de la grieta recargada y la fragmentación aguda de la política.