Fragmento de “Globalismo”, el nuevo libro de Agustín Laje

Uno de los intelectuales preferidos del presidente Javier Milei presentó su último obra, editada por HarperEnfoque, una división de HarperCollins Focus. Infobae anticipa un fragmento del prólogo de un estudio sobre “la ingeniería social y el control total en el siglo XXI”

El lanzamiento del libro "Globalismo" fue anunciado para el 15 de octubre

De manera muy reciente, una nueva palabra ha irrumpido en nuestro vocabulario político: globalismo. A diferencia de la voz globalización, que apuntaba sobre todo a un fenómeno de tipo económico, la índole del globalismo es incontrastablemente política. Con esta palabra se quiere indicar la novedad de un régimen político que convierte la totalidad del globo en su teatro de operaciones, y que se consolida mediante la sustracción de la soberanía nacional en favor de entidades supraestatales.

El globalismo se institucionaliza en organizaciones que, por definición, no tienen ni patria, ni territorio ni pueblo. Esas organizaciones a veces son completamente públicas, otras veces completamente privadas, pero en la mayoría de los casos son hibridaciones público-privadas. Esas organizaciones a veces se llaman «Organizaciones Internacionales Públicas», a veces se llaman «ONG» y a veces toman el nombre de «Foros globales». Con independencia de la forma jurídica y la naturaleza específica con que se hayan constituido, todas ellas comparten una misma convicción: la de que, en el actual momento de la globalización, el mundo debería ser gobernado por instituciones de carácter global.

A esta inédita forma del poder político la han denominado «gobernanza global». Al tomar el término «gobernanza» del lenguaje de la administración de empresas, revelaron la privatización de lo político que está teniendo lugar en el seno del poder. Con arreglo al vocablo «global», revelaron, a su vez, el alcance literalmente total de las pretensiones del régimen en construcción. Al llamarse a sí mismos «ciudadanos globales», los actores globalistas reivindicaron para sí un estatus exclusivo y totalmente desconocido en el pasado, una nueva manera de relacionarse con el poder y de ejercerlo, que nada tiene que ver con el viejo ciudadano nacional, cuya identidad estaba anclada a un territorio y a una patria. Por medio de una invocación permanente a «la Humanidad» como objeto de la «gobernanza global» de los «ciudadanos globales», expusieron, por fin, la índole antidemocrática del flamante régimen: el demos, el pueblo, siempre particular, cede ante un abstracto y universal sujeto en el que todos, por fin, somos «incluidos».

El globalismo es el más ambicioso proyecto de poder político jamás visto. Desborda toda frontera, real o imaginaria; traspasa tanto la geografía como la cultura, hasta convertirlas en algo irrelevante; subordina al Estado nación, la organización más característica de toda nuestra modernidad política; subvierte todos nuestros dispositivos de limitación del poder, tales como la división de poderes, la representación democrática y la publicidad de los actos gubernamentales; postula nuevas formas de legitimación del poder basadas en la tecnocracia y en la «filantropía», es decir, en el gobierno de los «expertos» y los multimillonarios que «aman» a «la Humanidad»; por todo esto, deja a las naciones fuera del juego político, estableciendo de arriba abajo agendas uniformizantes e imponiendo ideologías disolventes.

Laje y Milei, en una exposición juntos en la Feria del Libro

El globalismo es el punto de llegada de una visión ingenieril de la política, según la cual la labor del poder político consiste en aplicar la razón abstracta sobre la sociedad para imprimir en ella una forma que existe en la cabeza de quienes poseen el poder. El ingeniero social toma al hombre real como su materia prima, lo concibe como un ente abstracto y lo moldea a la fuerza, lo formatea, se apodera de su corazón y conquista su mente, lo atraviesa por completo y lo tuerce en la dirección que corresponde a la Idea.

El ingeniero social es un creador, tanto de hombres como de sociedades: rediseña costumbres y hábitos; redefine valores y principios; censura unas creencias e impone otras que él ha seleccionado cuidadosamente para los demás; irrumpe en el dominio del lenguaje, postulando todo un nuevo vocabulario y desterrando el anterior; disuelve las relaciones y los vínculos establecidos entre las personas, para reemplazarlos a continuación por otras formas de relación social. Si el pasado le estorba, lo hace añicos, y si el presente le condena, somete la realidad al peso de la ficción mediante un relato impuesto a fuerza de propaganda. Lo espontáneo le agobia y lo imprevisible le aterra; cada nuevo saber y cada nueva técnica que aumentan y facilitan su capacidad de control exacerban su arrogancia. Su sueño es someter todo a su planificación, y su promesa es crear hombres y sociedades mejores. Desorbitado por su insaciable sed de poder, a veces llega hasta la dimensión de los instintos, procurando ser, incluso, el amo del inconsciente humano, donde se guardan los más preciados secretos de la dominación sobre los hombres.

El ingeniero social es una creación de nuestra modernidad política; es el producto de un saber-poder muy concreto. Fue parido a finales del siglo xviii por el acontecimiento político más importante de la Modernidad: la Revolución francesa. A lo largo del siglo xix, fue dando forma a sus doctrinas más características (socialismo, marxismo, eugenismo, racismo, sociologismos), y contempló el impresionante desarrollo del Estado nación por doquier. En el siglo xx, el ingeniero social fue el gran protagonista de la desmesura totalitaria. Habiendo descubierto, según él, la «clave» de la historia, ya fuera en la clase social o en la raza —lo mismo da—, reclamó la totalidad del poder para bajar el paraíso a la tierra. Todo lo que logró, por cierto, fue traer el infierno al reino de los vivos. Pero en nuestro siglo xxi, el ingeniero social vuelve a la carga, aunque armado con un lenguaje novedoso, con nuevas y variopintas ideologías, con tecnologías que parecen de ciencia ficción, apoyándose en nuevas formas de legitimidad, en nuevas instituciones y, sobre todo, articulando la pretensión más desquiciada que le hemos conocido hasta la fecha: gobernar sobre el globo entero, gobernar los asuntos de «la Humanidad».

Este libro es una investigación sobre este tipo particular de ingeniero social que impulsa un tipo particular de régimen político que, en los últimos años, se ha empezado a llamar «globalismo». Quiero entender quién es, de dónde surge, qué piensa, qué quiere, qué propone, de qué medios dispone, cómo se articula; quiero comprender cuáles son las instituciones en las que actúa, cuál es su naturaleza, sobre qué reglas funcionan, qué tipo de poder ejercen; quiero saber qué tipo de legitimidad reivindican, en qué basan sus títulos de poder, qué significa el nuevo lenguaje político que utilizan («gobernanza global», «ciudadanía global», «riesgos globales», «desafíos globales», «foros globales», «agendas globales», «consensos globales», «cultura global», «diversidad», «inclusión», etcétera).

Debo reconocer que esta investigación me ha llevado más lejos de lo que imaginaba. El libro que el lector tiene entre las manos duplica el tamaño previsto, lo que pone de manifiesto que el tema ha sido más complicado de lo que creía inicialmente. Al articular mis esfuerzos teóricos con mis investigaciones empíricas, que es lo que hago en todos mis libros, me daba cuenta de que ambas dimensiones se iban ensanchando recíprocamente en un círculo expansivo que no paraba de crecer. Reparando en los hechos más característicos del nuevo régimen de poder, trabajaba a continuación sobre el plano de la teoría política globalista; pero este trabajo suscitaba reflexiones que me devolvían al plano de los hechos, iluminando otras áreas antes vedadas, que me reenviaban nuevamente, a su vez, al plano de la teoría, y así sucesivamente. El resultado fue esta investigación, que revela mucho de nuestro pasado y presente político, de las perspectivas de futuro y de la resistencia venidera.

En el cierre de campaña del año pasado para la segunda vuelta, Agustín Laje estuvo acompañando a Milei en el escenario en Córdoba

En términos metodológicos, esta investigación ha distinguido sus momentos teóricos de sus momentos empíricos. En el plano teórico, reparé especialmente en la índole de los conceptos políticos, inspirado en la importancia que a este objeto de estudio le conceden distintas escuelas de la investigación politológica; en particular, la historia de los conceptos (Begriffsgeschicht) de Reinhart Koselleck. Así, busqué en conceptos como Estado, soberanía, despotismo, totalitarismo, etcétera, momentos de definición y redefinición, elementos de permanencia y de transformación, que desde siglos anteriores, desde otros «estratos del tiempo» llegan a nosotros. En el plano empírico, a su vez, me concentré en revisar documentación pública y oficial de organismos internacionales, ONG, fundaciones, empresas multinacionales, foros globales, etcétera. De manera secundaria, me apoyé en las publicaciones de los medios hegemónicos de prensa. En un tema en el que hay demasiada charlatanería, que tan fácilmente suscita acusaciones de ser «teorías de la conspiración», me he cuidado de citar absolutamente todo a pie de página, para que el lector pueda revisarlo si lo desea.

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Agustín Laje ha participado como autor y coautor de varios libros, como el bestseller “El libro negro de la nueva izquierda”, así como “La batalla cultural” y “Generación idiota”.

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