Aunque en la Casa Rosada buscaron maquillar la salida del ministro de Salud, Mario Russo, con el argumento de que fue por “motivos personales”, en realidad la decisión fue tomada por Santiago Caputo y se concretó en un picante diálogo telefónico, corolario de largos meses de graves disputas internas en una cartera con doble comando que estaba loteada desde diciembre.
La designación de Mario Lugones en su lugar es una ratificación del poder del asesor sobre un área que ya manejaba en las sombras a través de su amigo, que ahora será ministro en los papeles. Pero, en el fondo, es una muestra de que, a pesar de las discusiones con Guillermo Francos, con Sandra Pettovello, y de los anteriores resquemores subterráneos de parte de Karina Milei, mantiene el respaldo de la cúpula presidencial.
La cartera de Salud en la era administrativa de Milei nació entre controversias. Durante el diseño del organigrama del Gobierno, la intención original del recién electo presidente era que formara parte del amplísimo Ministerio de Capital Humano. Pero Sandra Pettovello, que había aceptado hacerse cargo de todas las áreas “blandas” -Trabajo, Desarrollo Social, Educación- pidió específicamente que no le endilgasen también el manejo de un sector por demás complejo, con enorme presupuesto y atravesada por infinitos intereses políticos y de caja. “No quería, o mejor dicho, no podía enfrentar tamaños curros”, lo resumió directamente un testigo de aquellas negociaciones con la fiel amiga del Presidente.
En ese momento, el ascendente Santiago Caputo levantó la mano para tomar las riendas del elefante estatal donde se gestionan los hospitales nacionales y se compran medicamentos, vacunas e insumos, pero también se operan cajas con presencia territorial e influencia política, como el PAMI y la Superintendencia de Servicios de Salud. De inmediato, descartó el plan de degradarlo al rango de secretaría y diseñó un esquema de toma de decisiones poco ortodoxo: nombró a Mario Russo como ministro, pero empoderó internamente a un amigo, el médico Lugones, ex titular del Sanatorio Güemes. Durante los nueve meses que lleva el Gobierno, con extremo bajo perfil, Lugones monitoreó, vetó y ordenó decisiones. Siempre reportando a Caputo.
Santiago Caputo había conocido a Lugones hace quince años a través de su hijo, Rodrigo Lugones, consultor como él, que le lleva unos diez años y fue, de alguna manera, su mentor. Se habían hecho amigos cuando trabajaban bajo las órdenes del experto en comunicación Jaime Durán Barba en el proyecto presidencial de Mauricio Macri. Caputo y “Rolo”, tal es su apodo, generaron un vínculo de confianza profesional que devino personal, al punto de que, después de presentarle al padre, fundaron con Guillermo Garat -hoy designado en YPF- su propia empresa de consultoría (esa compañía que en la jerga del interna del grupo de socios prefieren llamar “cooperativa”).
El esquema de doble comando en el ministerio resultó sólo en la primavera de la gestión. Con los meses la confianza entre ambos se percudió, y la dinámica no sólo dejó de funcionar sino que obstaculizó la toma de decisiones a diario. Russo demostró repetidas veces que no estaba dispuesto a ser una especie de marioneta, que no firmaría resoluciones ciegamente, y se plantó frente a varias de las determinaciones que llegaban vía Lugones desde la Casa Rosada.
“Tenían miradas diferentes sobre la velocidad y oportunidad del momento, Mario quería evitar cometer errores autoinflingidos con cosas delicadas que después iban a ser difíciles de arreglar”, contaron en el edificio de la 9 de Julio.
Los roces se multiplicaron por diferencias de criterio por temas diversos: desde el traspaso del hospital Bonaparte, al cierre de programas sanitarios,a la modificación en el sistema de compras de medicamentos oncológicos de la Dirección de Asistencia por Situaciones Especiales (DADSE), para eliminar intermediarios. Pero, para evitar generar ruidos políticos, para sí mismos y para Milei, ambas partes mantuvieron el statu-quo.
En el transcurso de esas tensiones, Caputo y Lugones hicieron una movida para restituir el espíritu inicial y ejercer mayor control sobre la gestión de Russo: lo convencieron de nombrar como secretaria de Gestión Administrativa a Cecilia Loccisano, técnica de confianza de Lugones. Pero esa intervención, lejos de aceitar mecanismos, intensificó las rispideces, y testigos citan picantes cruces telefónicos entre el ministro, Caputo y Lugones.
Aunque dijeron que Russo renunció por motivos personales, hay versiones que indican que Caputo pergeñó cuidadosamente la manera de formalizar el rol de Lugones, previa consulta con Javier Milei y Karina Milei, y que estaba esperando el momento oportuno.
El punto de inflexión fue el descubrimiento de que Russo le había entregado a la Ciudad un lote de vacunas contra el dengue, sin previa consulta con ellos. Pero cuentan que el quiebre, en realidad, derivó de los movimientos de Russo para recortarle poder a Loccisano. Y que, de fondo, jugaron también los resquemores por el vínculo de Russo con Sandra Pettovello, enfrentada con Santiago Caputo -y viceversa-. Después de todo, había sido la ministra de Capital Humano quien había invitado inicialmente a Russo a sumarse al Gobierno como secretario, aunque después fue el ex jefe de Gabinete, Nicolás Posse, quien lo convocó desde las oficinas del edificio Libertador, antes de que Milei asumiera, para ofrecerle que asumiera como ministro.
Russo habló ayer con Guillermo Francos, el jefe de Gabinete, que no participó de la decisión tomada por Caputo en consenso con el Presidente y la secretaria general. Y luego también con el propio Milei. La relación, aseguran, quedó en buenos términos a pesar de las fuertes discusiones. Y Karina Milei ordenó al vocero Manuel Adorni que convocara a una conferencia de prensa hoy para “dar la cara”, dijeron, por la determinación del consultor.