Los movimientos del Gobierno vuelven a escribir capítulos que exponen desde rigidez conceptual, cargada de prejuicios, hasta pragmatismo descarnado. A veces todo ocurre con diferencias de horas. Javier Milei planteó ante la ONU un cambio de “doctrina” en política exterior, producto exclusivo de su visión: un giro en solitario para un tema de fondo. Casi en paralelo, el oficialismo hizo una movida llamativa en Diputados: dejó sin sustento, al menos por ahora, un proyecto de ley apuntado a oxigenar el mundo sindical, que es resistido sin fisuras por los jefes de la CGT y de las centrales más kirchneristas. Suena contradictorio y por reiteración, no lo sería.
Milei hizo su primer discurso ante la Asamblea General de las Naciones Unidas. Cargó directamente contra la ONU, con retórica que suele incluir como eje de descalificación referencias a supuestas posiciones “socialistas”. Más irreal y, en rigor, anacrónico asoma en otras oportunidades el adjetivo comunista. Pero la cuestión de fondo no sería sólo el debate sobre el papel de los organismos internacionales, sino la inexistencia de sustento amplio para trazar un nuevo paradigma en materia de relaciones externas.
Dicho de otra forma: la discusión acerca de los alcances o limitaciones del multilateralismo -sistema de relaciones tampoco sostenido genuinamente por anteriores gestiones, más allá del discurso-, llevada al propio ámbito de la ONU, parece asociada a un interés de construcción personal antes que a una estrategia como Estado. Todo, además, con pretensiones fundacionales.
De ese modo, Milei imprime al discurso frente al mundo la misma lógica de su mensaje para presentar el Presupuesto 2025 o, antes, para convocar a un pacto político. “Esta doctrina de la nueva Argentina no es - más ni menos - que la verdadera esencia de la Organización de las Naciones Unidas”, dijo. El foco del discurso presidencial estuvo puesto en ratificar el rechazo ya formalizado a la Agenda 2030 para el desarrollo sustentable. Un gesto más bien en soledad, que hasta podría generar aislamiento.
Resulta claro que como repercusión externa reforzaría el perfil que viene exponiendo en la compleja disrupción por derecha -no única, en el heterogéneo populismo-, pero también tiene lectura estrictamente doméstica. Reafirma su narrativa para confrontar con “la” política en general y, sobre todo, con el discurso del peronismo kirchnerista. Pero asoman dos problemas. El primero, el limitado interés que generaría la política exterior. Y el segundo, los movimientos que viene mostrando su propio juego político, bastante menos lineal que el prometido combate contra la “casta”.
El freno al proyecto de ley sindical lo expone del peor modo. Desde hace días, en medios legislativos se advertía sobre el impacto político que provocaría el avance de esa iniciativa -que modifica tres leyes- en la Comisión de Legislación del Trabajo, de Diputados. Y en paralelo, la CGT transmitía al Gobierno su creciente malestar, mientras seguía abierta la expectativa por la reglamentación del rubro de reforma laboral incluido en la Ley Bases. De manera reservada, seguían las conversaciones entre los jefes sindicales más negociadores y el Gobierno, con Guillermo Francos colocado también como pieza central en ese tablero. Eso no excluye los contactos con la secretaría de Trabajo y un canal directo con el círculo de Olivos: Santiago Caputo.
El proyecto que ahora quedó en suspenso es impulsado por la UCR -en este punto, sin fisuras visibles-, la CC y el PRO, que ratificó su posición en medio del malestar que provocó la decisión del oficialismo. El juego de LLA resulta decisivo, porque define la posibilidad de obtener dictamen de mayoría en la comisión referida. La suerte en el recinto no parecía ya sencilla por la actitud de algunos representantes de otros bloques, entre ellos dialoguistas de Encuentro Federal y espacios provinciales.
La marcha atrás del oficialismo en Diputados es reflejo directo de la negociación con la CGT, en un panorama delicado por la posible escalada de protestas, desde la reacción que generaría el esperado veto a la ley de financiamiento universitario a la amplificación del conflicto de Aerolíneas Argentinas. Eso último opera en la interna de la CGT: los sectores “duros” con el Gobierno -empezando por Pablo Moyano- presionan al grueso de la conducción cegetista con el impulso de una medida de fuerza de todos los gremios del transporte, en apoyo de los jefes sindicales de pilotos y aeronavegantes.
La versión más amigable del oficialismo con sus aliados y con dialoguistas en el Congreso dice que el proyecto en juego no fue a la banquina, sino que quedó en lista de espera. Serviría para la pulseada más amplia con la CGT. La iniciativa que había sido consensuada toca temas sensibles para las estructuras sindicales: limita las reelecciones de autoridades, elimina los aportes compulsivos a los sindicatos y abre más el juego con las obras sociales, entre otros puntos.
La reacción más dura frente a la decisión del oficialismo fue expresada por Martín Tetaz, al frente de la referida comisión. El PRO aclaró que aun en calidad de principal aliado del Gobierno, mantenía el apoyo a la iniciativa. Pero el enojo del diputado radical incluyó dos temas que están al tope del listado político. Uno de sus cuestionamientos alude sin querer a una práctica que de hecho involucra a sus propios referentes partidarios.
“No se puede cachetear a Biró para la foto y después acordar con los gordos de la CGT”, afirmó en un comunicado. Aludió así al conflicto de Aerolíneas y al juego coyuntural de alianzas, que en este caso colocó en la misma vereda al oficialismo, a los jefes sindicales y -no lo dijo el legislador radical- al peronismo/kirchnerismo.
La fragmentación política tiene expresión directa en la falta de mecanismos de acuerdos más o menos sólidos y confiables que, claro, requerirían márgenes de diferenciación y lineamientos compartidos. Esta vez, terminaron confluyendo de hecho LLA y el kirchnerismo. Otras veces, espacios dialoguistas cerraron trato con el kirchnerismo en contra del oficialismo, como ocurrió con la coronación de Martín Lousteau al frente de la bicameral que debería controlar a los organismos de inteligencia.
En ese estado de cosas, se viene ahora la discusión sobre la privatización de Aerolíneas. Se verá entonces cómo se acomodan las fichas y si persisten los enojos del día anterior.