¿Y si Cristina y Milei hacen lo mismo que los políticos profesionales?

En un contexto de descalabro económico y fragmentación política, lo ideal sería imitar lo que hicieron países que superaron situaciones aún más graves que la argentina

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Cristina Kirchner, líder de la
Cristina Kirchner, líder de la oposición, y el presidente Javier Milei

Hay dos elementos en la vida política argentina que son indiscutibles. El primero es que la Argentina tiene un descalabro que comenzó hace 20 años. Y ese descalabro naturalmente afecta a la economía argentina que está “patas para arriba” y a muchos aspectos de la vida pública del país. Si el presidente Javier Milei agravó o no ese descalabro es una discusión aparte, pero está claro que heredó una situación complicada.

El segundo elemento se conecta con el primero y es bastante indiscutible -porque es un hecho de la realidad-, es el problema de la fragmentación.

¿Qué es la fragmentación de la política? En general, hasta hace algún tiempo, los países estaban ordenados políticamente bajo el famoso sistema bipartidista, que hoy está vigente en pocos lugares del mundo. En Estados Unidos, por ejemplo, hay bipartidismo. En Uruguay hay bipartidismo. En esos países no hay fragmentación: gana uno y pierde el otro. El que gana gobierna y el que pierde se opone. Es un proceso fácil de comprender. Pero cuando el bipartidismo estalla por los aires, en vez de haber dos partidos hay tres, cuatro o cinco.

En España, por ejemplo, hubo un formato bipartidista extraordinario durante mucho tiempo hasta que finalmente por razones diversas pasaron a tener cinco partidos y el presidente Pedro Sánchez tuvo que acordar con los separatistas, los independentistas, los terroristas y hasta con el “demonio” para poder gobernar.

En Argentina la fragmentación es aún más grave porque no tiene tres partidos, tiene un montón; todos muy chiquitos, incluyendo el del gobierno. Hay una fragmentación incluso en el plano interno de los partidos políticos y esta mañana nos enteramos también que hasta en el gabinete de ministros existe una división. Por lo tanto, el nivel de fragmentación de Argentina es grave, de carácter múltiple, en donde no se sabe siquiera si los ministros continuarán en sus cargos.

¿Qué fue lo que sucedió por ejemplo ayer en Juntos por el Cambio? Los gobernadores emitieron un comunicado y luego fue puesto en tela de discusión. ¿Y cuál es el grado de influencia de esos gobernadores sobre los senadores de sus provincias? Pareciera que no es significativa.

Bajo esta combinación de elementos -un descalabro de proporciones realmente muy importantes y un escenario político determinado por semejante nivel de fragmentación- sancionar una ley en el Congreso se transforma en un parto.

La ley bases, que en un principio era un poco pretenciosa y tenía algunas “locuras”, terminará siendo finalmente un proyecto de ley no tan relevante para la Argentina pero sí una prueba de fuego para el gobierno. Hoy se volvió más importante el resultado de la votación, si el gobierno logra aprobar la ley o no, que el contenido mismo de la iniciativa.

Entonces, esta herencia, el descalabro que Argentina ha generado en 20 años, combinada con un escenario de fragmentación de proporciones realmente muy significativas afecta naturalmente la gobernabilidad. Y la víctima principal de este proceso es el presidente Milei.

Estos dos elementos -descalabro y fragmentación-, bastante indiscutibles, se originan en un tercer ingrediente que por supuesto es mucho más opinable que los dos primeros: la presencia de un gobierno “raro”.

Este gobierno es raro no por su origen, que es totalmente comprensible. Ya se entendió que el resultado electoral del 2023 fue una explosión del sistema político de la Argentina luego de 20 años. La alternancia que hubo entre el macrismo y el kirchnerismo colapsó, como sucedió en Chile, Perú, Colombia y otros lugares del mundo.

Entonces todos entienden el origen del gobierno de Milei, pero es difícil entender su comportamiento como presidente. Es raro, ¿no es cierto? Las ideas del gobierno son raras, están desconectadas del día a día. Esto se ha visto por ejemplo cuando el presidente se refirió a su papel en el orden internacional, intentando convencer al mundo de las bondades del anarquismo para combatir el comunismo. ¿Y qué podemos esperar en esta combinación de descalabro económico, fragmentación política y un gobierno de gente bastante rara?

Yo me pregunto, por ejemplo: ¿qué cambia con la ley bases que se va a votar mañana en el Congreso? En caso de que sea aprobada, yo creo el Gobierno se va anotar una victoria conceptual en este contexto de alta fragmentación y luego de un esfuerzo político de negociaciones que se extendieron durante seis meses. ¿Pero esta ley va a producir que lluevan inversiones, se reactive la economía y tengamos un Banco Central ordenado?

Todo el mundo habla de las inversiones. “Tienen que llegar las inversiones”. Yo pensaba: “¿Inversiones para qué?”. ¿Para venderle qué cosa a los argentinos en un país que tiene 50% de pobres? ¿En qué se puede invertir en la Argentina? ¿Para fabricar qué en un país que tiene el 60% de su capacidad instalada fuera de uso?

¿Van a invertir para exportar? ¿Y quién va a exportar con el cepo o con un tipo de cambio atrasado en un 60 o 70 por ciento con respecto a la inflación? Que yo sepa, nadie, excepto que tengamos acuerdos raros como los que firmó Cristina Kirchner con Chevron.

Me parece entonces que estamos subidos a una calesita que da vueltas y no resuelve los problemas de los argentinos. Y que a este paso los argentinos que están tan esperanzados en el gobierno de Milei van a empezar a preguntarse: “¿Y?”

Hay algo que ha ocurrido en el mundo y sugiero que alguien lo mire antes de que empiecen a aparecer problemas muy serios, aunque considero que no hay ninguna posibilidad de que suceda. Es una palabra que se llama cohabitación. Y por supuesto la menciono como consecuencia de lo que ocurre en Francia. Macron perdió una elección para el Parlamento Europeo y disolvió la Asamblea Nacional para integrarla de vuelta. ¿Por qué hace esto? Para buscar una cohabitación.

Recuerdo dos casos de cohabitación en momentos complejos para un país. Los finales de los presidentes franceses Francois Mitterrand y Jacques Chirac. Cuando Mitterrand se metió en problemas hizo una cohabitación con Chirac. Mitterrand era un tipo de izquierda y Chirac era un gaullista, un tipo de la derecha nacionalista francesa.

Y cuando Chirac se metió en problemas siendo presidente de Francia, ¿a quién llamó? A Lionel Jospin, un tipo de izquierda. Y cohabitaron. Y gobernaron en beneficio de Francia sin mayores problemas. Y no estaban en esta pavada de “vos sos de la casta”, “vos no sos de la casta”, “vos sos un comunista”, “vos sos un amigo de no sé quién”. Los políticos de envergadura no discuten estupideces, actúan. Y en el caso de Francia ocurrió en el pasado reciente dos veces. Ocurrió con un tipo de la izquierda que convocó a la derecha y luego a la inversa.

¿Qué va a hacer Macron ahora cuando finalmente se realicen las elecciones parlamentarias? Va a cohabitar con alguien. Para poder gobernar y en todo caso para aislar a aquellos que quieren volar a Francia en pedazos.

Marine Le Pen en Argentina sería Cristina Cristina Kirchner. ¿Y creen que van a discutir quién es de la casta y quién no? No, así no funcionan los políticos profesionales.

Si uno quiere buscar un ejemplo sofisticadísimo de cohabitación, tenemos a La Moncloa. Se juntan todos los dirigentes y piensan un país en vez de estar seis meses para sacar una ley que finalmente sirve solo para que el presidente pueda celebrar un logro político. Una ley que tendrá pocos efectos prácticos. Yo, por ejemplo, confío más en que Federico Sturzenegger desregule la economía desde un rol en el Poder Ejecutivo antes de que esta ley tenga efectos en el corto plazo.

Hay otros dos ejemplos para mencionar. Uno que terminó mal, hace 48 horas, que es el de Netanyahu. Netanyahu se encontró con un descalabro mayor: un ataque de Hamás. Puso de número dos a su principal rival, Benny Gantz. ¿Y qué hizo Churchill cuando tuvo que enfrentar nada menos que a los nazis? Convocó como segundo a su principal rival, Clement Attlee. También lo hemos visto en Brasil con Lula y Cardoso, que hicieron una coalición para frenar a Bolsonaro.

¿A qué voy con todo esto? Esta combinación de descalabro y fragmentación lo va a tener al presidente Milei cuatro años discutiendo estupideces. Porque además en el caso argentino la fragmentación tiene características muy personalistas. Los dirigentes se pelean como los chicos; el episodio Bullrich-Macri es tan elocuente como triste.

Yo entiendo que estoy hablando en chino y que Argentina no está para esto, mucho menos con un presidente que está en contra de todos y se arroga un liderazgo internacional. En esas condiciones es imposible que exista una cohabitación con alguien, eventualmente hasta que se le quemen los papeles. Entonces me da la impresión de que alguien debería empezar a pensar en una cohabitación. No es Milei. Quizás sea el jefe de Gabinete Guillermo Francos o alguna otra persona sensata que rodee al Presidente.

Este formato de un gobierno surgido de un colapso, con minoría parlamentaria, que tiene que operar en medio de un descalabro y en una fragmentación de proporciones colosales, tiene que empezar a pensar en la palabra cohabitación, que es la solución que encontraron los políticos más serios del mundo que, por supuesto, dejaron de lado cuestiones personales y pusieron a la gobernabilidad en primer plano. Pusieron por encima el país sobre sus estupideces, tonterías, supuestos proféticos, terminators y peleas, y no sé cuántas cosas más.

Por supuesto que esto no va a pasar en la Argentina. Milei se ocupa además de insuflar esta noción de que los acuerdos son mala palabra. Si vos crees que son todos unas ratas comunistas, después cómo acordás. Es muy difícil.

Pero como yo no tengo una opinión optimista respecto del futuro próximo de Argentina, pensemos en esta noción de esta especie de cosa religiosa de los argentinos, que estamos sentados todo el tiempo esperando que vengan las inversiones. ¡Y las inversiones nunca vienen!

¿Inversiones para qué? ¿Para hacer qué? ¿Para vender qué? ¿Para venderle a quién? ¿Con qué reglas? Bueno, supongamos que rigen las reglas de Milei. ¿Y cuánto van a durar esas reglas? No sabemos, porque la política no está comprometida en un proyecto de país.

Por supuesto que yo estoy hablando en japonés y van a decir: “Miren a este pelotudo de Longobardi las cosas que está planteando”. Cosas que por supuesto no tienen ninguna viabilidad porque la Argentina no tiene cultura política.

Me parece que Argentina enfrenta este doble dilema. O casi triple. Un descalabro que está montado sobre una fragmentación de características múltiples, y arriba de eso, o debajo de eso, un gobierno de gente un poco rara, que tiene ideas raras y tiene comportamientos raros. Yo le dije esto a Macri en su momento y él me decía que yo era un tarado. Así le fue. Yo creo que en momentos muy complicados, incluso peores al que atraviesa la Argentina como son las guerras o las crisis económicas dramáticas, a los tipos que tienen algún tipo de nivel no les importa si son comunistas o de derecha: simplemente cohabitan.

Editorial de Marcelo Longobardi en su programa en radio Rivadavia.

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