Calles de tierra, sin nombres ni números. Territorios con poco cielo y basura acumulada. Agua estancada y perros sueltos. Chicos caminando solos, pocos hombres y muchas mujeres dedicadas al cuidado de esos y otros chicos, de esos y otros hombres. Policías y gendarmes que patrullan, miran y sospechan. Es una atmósfera pesada que parece expulsar todo cuerpo ajeno. Pobreza que se respira donde rebalsan las carencias, a 20 minutos o menos del Congreso. En esa periferia porteña están los comedores populares y locaciones que fueron allanados por la presunción de ruines crímenes: quitarles plata y comida a los pobres y usarlos de infantería descartable en los piquetes.
Infobae recorrió las principales direcciones que fueron allanadas la semana pasada por orden de la Cámara Federal al juez Sebastián Casanello, tras una investigación del fiscal Gerardo Pollicita. Locaciones y “comedores populares” administrados por el Polo Obrero y el Frente de Organizaciones en Lucha (FOL). Son las agrupaciones piqueteras -junto a Barrios de Pie- que quedaron más comprometidas en la causa que se abrió tras una avalancha de denuncias en la línea 134 que habilitó el Ministerio de Seguridad de Patricia Bullrich. A ese teléfono se podían comunicar quienes se sintieran víctimas de aprietes para marchar y cortar calles u otras indecencias.
El Gobierno presentó ante la Justicia casi un millar de llamados con acusaciones a piqueteros por supuestas presiones -tipificado en el Código Penal como “extorsión”- a beneficiarios para entregar parte de la plata que cobraban por subsidios que esas organizaciones sociales les conseguían del Estado a partir de un circuito que se reproducía a fuerza de piquetes, entrega de planes, más piquetes y más planes. También se busca determinar si se desviaron alimentos recibidos para distribuir entre los más necesitados.
La investigación de Pollicita reconstruyó una estructura de distintos niveles definidos con premios y castigos, como así también reconocimientos y sanciones para sus integrantes. Lo que se investiga es el funcionamiento de una organización que “premiaba” a quienes aportaban dinero de lo que cobraban por planes, asistían a piquetes y cumplían las órdenes de los líderes de esas organizaciones que intermediaban a cuenta del Estado con los planes. En las últimas horas y a medida que surge material incriminatorio, el juez Casanello -que primero rechazó los allanamientos- dictó secreto de sumario.
Desde que Infobae reveló el lunes que se habían allanado domicilios, locaciones y comedores, los líderes piqueteros quedaron en el foco de la atención pública. Eduardo Belliboni, líder y cara visible del Polo Obrero; y Daniel Menéndez, de Barrios de Pie, fueron apuntados. Pero también el FOL, una organización que no tiene jefes visibles. Y el Movimiento Evita, cuyo líder Emilio Pérsico es ampliamente conocido y estuvo los últimos cuatro años -al mismo tiempo- como responsable de dar y recibir la “ayuda” del Estado. Son los gerenciadores de un sistema que hace más de 20 años, pero sobre todo los últimos ocho, llevó al paroxismo la privatización de la asistencia a los que se quedaron sin empleo.
Más allá de los domicilios particulares, los allanamientos se realizaron en el comedor “Caminos de Tiza” ubicada en la calle Corvalán, en la ex Villa 20, en Villa Lugano; en el comedor de la calle Camilo Torres, del barrio Rivadavia I, en el bajo Flores; en el comedor La Carbonilla, del barrio de La Paternal; en el comedor “Mariano Ferreyra” de la Avenida Varela, en la villa 1-11-14; en el comedor “Kuña Guapa”, de la calle 8 de diciembre, en la Villa Zabaleta; en el depósito y oficinas del Polo Obrero, en Monteagudo al 700; en el local gastronómico “Sabor Latino”, donde funciona la sede central del FOL, en Moreno y Solís; y en la sede de la cooperativa de trabajo “El resplandor”, de la calle Pomar, en Parque Patricios.
Recorrida y testimonios
Al primer lugar que llegó Infobae el último viernes fue al depósito del Polo Obrero de Parque Patricios donde se realizó uno de los principales allanamientos. Allí atendió un joven que estaba como encargado, mientras una camioneta tipo flete ingresaba cargada con cajas de alimentos. Darío saludó con amabilidad y confirmó que allí se había producido el allanamiento. “Rompieron la puerta a patadas, se llevaron computadoras, pendrives, libros y la plata de alquiler. Imaginate que por este lugar hay que pagar un millón de pesos por mes. Se llevaron esa plata, de todo”, contó el referente.
Mientas este medio tomó algunas fotografías, el dirigente contó que allí se recibían los alimentos que enviaba el Estado y se los distribuía a comedores que forman parte de una red en la ciudad de Buenos Aires. “¿Un millón de pesos sale el alquiler? ¿Y quién lo paga?”, preguntó Infobae. Darío respondió: “La organización le paga al dueño”. Cuando se le consultó si se podían hacer más fotos del lugar, el dirigente dijo: “Voy a pedir permiso”.
Se retiró al fondo de ese largo depósito, que tiene entrada para camiones, otra puerta y más de 50 metros de fondo. Había banderas y estandartes del Polo Obrero y del Partido Obrero del estilo que se ve en las marchas y piquetes. Las oficinas centrales de la organización está enclavada en una zona de galpones y donde se ven deambular adictos al paco. “Acá hay mucho paquero”, contó el dirigente, antes de perderse con su celular al oído. Está a pocas cuadras de la Villa Zavaleta, de la cancha de Huracán y de la Avenida Amancio Alcorta.
Cuando volvió Darío, su rictus había cambiado: “No pueden sacar más fotos. Tienen que irse”, respondió. Acompañó al reportero gráfico y a este cronista con más firmeza que la amabilidad previa, abrió el portón que tenía los magullones del allanamiento, y saludó: “Chau, que tengan buenos días”. Quedaron pendientes las respuestas sobre la gestión del lugar, quién paga el millón de pesos y cómo se financian ese y otros fletes.
En el bajo Flores, frente a la cancha del club San Lorenzo, la Avenida Varela tiene pozos que parecen cráteres, una higiene urbana evidentemente defectuosa y efectivos de la Policía de la Ciudad y de Gendarmería que van y vienen como único testimonio del “Estado Presente”. Colectivos y autos -algunos destartalados- y una sensación de doloroso abandono. De mano derecha, hay edificaciones precarias, ventanas enrejadas, comercios y un local que, a las 11 de la mañana, es el que más gente convoca.
Hay una fila permanente de unas 10 mujeres que con sus táperes esperan su turno para llevarse alimentos a sus casas. No hay varones. En el interior hay uno solo que está a un costado y de fondo sobresale una bandera negro del Polo Obrero y otra roja del Frente de Izquierda. El local es pequeño y no desentona del resto. Serán de algo más de tres por diez metros. Una mujer atiende y anota en un cuaderno: “¿Cuántos son de familia?”, pregunta. “Cinco”, susurra la mujer. No se ve qué carga el túper, que lo pone en una bolsa y se retira. “¿Cuántos son de familia?”, vuelve a preguntar, mientras anota en el cuaderno. “Cuatro”, responde con la misma voz queda. Y así pasan las personas. De a ratos aparece un varón. Se acerca. Mira, pero no se pone en la fila. Se va.
Dentro del local que fue allanado hay una montaña de milanesas. Maples de huevos, ollas hirviendo. Una de las mujeres que estaba en la fila se disculpa y evita responder una pregunta. Otra igual. La sensación de ser un intruso expulsa y obliga al final.
En la calle Camilo Torres del barrio Rivadavia I, detrás de la villa 1-11-14, está otro de los comedores del Polo Obrero. A diferencia de otros lugares no hay solo mujeres. Hay varones que atienden, preparan la comida y la entregan. También hay varones que la reciben. La mayoría acude con bolsas o carritos de compra. No parece que fueran demasiado pesados los túperes que se llevan. Tal vez sea evitar el estigma en el barrio de llevar a su casa el alimento del comedor. Al frente de ese lugar está un hombre que se identifica como Juan Carlos. Prefiere no decir el apellido.
“Nos allanaron el lunes. Vino la Policía, pero sólo rompió un candado. Se llevaron papeles, facturas y cuadernos. Acá no tenemos más que comida en las heladeras”, cuenta al ser consultado por Infobae sobre la causa por extorsión que investigan el juez Casanello y el fiscal Pollicita. Los tribunales están para ellos demasiado lejos. Jura que no van a las marchas y que cuando hay protestas la mayoría no va. “La gente no quiere hacer cortes, no les gusta que le digan piqueteros”, contó Juan Carlos.
Después de una desconfianza inicial, aceptó hablar y que el reportero gráfico sacara fotos del interior del local. Era un espacio de cinco de frente por algo más de 10 de fondo. Había heladeras, cocinas grandes y ollas. “Acá pagamos 400 mil pesos de alquiler, 70 mil de luz y otro tanto de gas. Un flete para buscar la comida sale 40 o 50 mil pesos. Después de lo que pasó y la denuncia esa nos dicen que no nos van a dar más alimentos y acá tenemos 589 comensales. No sabemos qué va a pasar más adelante”, explicó.
“Lo que se investiga es extorsión. Si presionaban a la gente para sacarle plata. ¿Ustedes cómo consiguen la plata para pagar todos esos gastos?”, preguntó Infobae. “Son todos del barrio los que están anotados. Nos juntamos en una asamblea y decidimos cuánto vamos a poner cada uno para pagar todos los gastos. No nos quedamos con nada. Y nadie obliga a marchar o a hacer piquetes. Eso la gente no lo hace”, agregó el dirigente. Cuenta que la mayoría de los que cocina cobra planes Potenciar Trabajo. Mientras habla afuera se escuchan perros que ladran, un murmullo indescifrable y alguna sirena. En la misma cuadra, pero enfrente, estaba apostado un pelotón de Gendarmería.
Otro de los locales allanados fue la esquina de Moreno y Solís, a 200 metros del Congreso de la Nación. En la planta baja funciona un café-bar que ofrece comida típica de Chile, Bolivia y Perú, junto al tradicional y argentino sánguche de milanesa, tartas o empanadas. Allí fue la Policía porque en la planta alta funciona la sede central del FOL, una organización que tiene una militancia en barrios de la ciudad de Buenos Aires, administra varios jardines de infante en asentamientos del sur y que aseguran, como todos, que nunca le pidieron un peso a ningún beneficiario de planes sociales.
Infobae visitó el lugar y habló con una mujer que mientras atendía la cocina, entregaba un plato a un comensal y le vendía una gaseosa de una de las heladeras instaladas a la vista. “Vinieron y se llevaron papeles y la recaudación del fin de semana. Eran un millón de pesos que se hicieron sábado y domingo”, se lamentó y aclaró que el local es una cooperativa de trabajo. Mientras este cronista conversaba con la responsable del local, apareció una joven que había bajado de la planta alta y ante una consulta sobre la causa, respondió: “Estamos en secreto de sumario. No tenemos información y no podemos hablar”.
Otro dirigente que también bajó del primer piso y pidió no ser identificado vinculó la denuncia que recayó en el FOL a “una discusión barrio, donde se acusaron de cualquier cosa y nombraron a alguno de los militantes nuestros”. Como en todos los casos anteriores, el referente explicó que la organización se financia con aportes voluntarios y con lo que producen emprendimientos cooperativos como el de “Sabor Latino”. “Este lugar se puso con un subsidio del Estado y la plata está en heladeras, freezers, cocinas, está todo a la vista. Nosotros rendimos todo. Acá hay una caza de brujas, hay persecución porque nosotros somos los límites contra el narco en los barrios y los que resistimos”, afirmó.
Según pudo saber este medio, tanto en este último local como en el primero del Polo Obrero -el depósito de Monteagudo- las víctimas que declararon ante la Fiscalía de Pollicita “se podrían encontrar planillas de asistencia a marchas y el dinero de la recaudación ilícita”. En ambos lugares dieron su versión del origen del dinero, por lo que quedará en manos de la Justicia determinar la verdad jurídica de los hechos.