A los primeros 100 días de gobierno se los suele llamar “luna de miel”. Todos los presidentes tienen ese plazo para poner en marcha sus planes, programas e ideas, mientras la gente que los votó y, sobre todo, la que no los votó apoya y empatiza con los nuevos inquilinos del poder. Son días en los que todos los gobiernos suelen aplicar las medidas más difíciles y en los que se “gastan” el grueso de su capital político. Y Javier Milei no es la excepción, aunque como en todo, tiene su propia fórmula.
El presidente libertario puso en marcha en estos tres meses y medio un plan de ajuste ultra ortodoxo que no reconoce antecedentes en la historia: devaluó, frenó la emisión, desreguló amplios sectores de la economía, achicó la estructura del Estado, redujo subsidios directos e indirectos. Y firmó un decreto de necesidad y urgencia y un proyecto de ley con amplias reformas políticas y sociales, que terminaron siendo rechazados por el Senado y por Diputados, respectivamente. Como economista y especialista en crecimiento con y sin dinero, Milei empezó a cambiar la economía, pero encontró un límite inevitable y previsible en la política. Es que el líder libertario llegó, entre otros, con dos mandatos principales: bajar la inflación y terminar con la inseguridad.
Son fenómenos que ocurrieron mientras la mayoría de las encuestas -de Aresco, a Poliarquía, de Opina Argentina a Insonomía, entre otras- confirman que el primer presidente libertario retiene un apoyo popular de entre el 45% y el 55%. Según se desprende de esos sondeos, Milei parece que sintoniza con la gente, pero no logra traducir ese respaldo popular en avances normativos imprescindibles para dotar de solidez institucional a las reformas que requiere una Argentina que estuvo durante 20 años maniatada por regulaciones, controles, cepos y protecciones.
Es parte de lo que los libertarios llaman “la batalla cultural”, que tiene condimentos económicos, pero que principalmente se trata de una disputa ideológica. Es el repudio al gasto público, a los ideologismos de género, a la política social gerenciada por piqueteros y punteros kirchneristas, y a expresiones culturales que esconden intereses partidarios.
Desde la jura fugaz ante la Asamblea Legislativa y el discurso de espaldas al Congreso, Milei no cedió en su embestida contra “la casta” y recogió de parte de cada Cámara la respuesta consecuente a ese desafío. Liderados por el kirchnerismo, que se mantiene unido y logra adhesiones momentáneas de radicales y gobernadores de partidos provinciales, los bloques opositores le mostraron al Presidente su poder de fuego. Cuando se trató la “Ley Ómnibus”, llegaron a sumar 160 votos en contra en Diputados sobre un total de 270, mientras que en el Senado el rechazo del DNU tuvo 42 votos en contra y apenas 25 a favor.
Ambos resultados ocurrieron antes y después del discurso que brindó Milei ante la asamblea que se reunió el 1° de marzo para la ceremonia de apertura de sesiones ordinarias. Allí le propuso a la clase política una disyuntiva de hierro: acuerdo o conflicto. Los mismos gobernadores y legisladores que lo escucharon decidieron votarle en contra. No evitaron un choque frontal porque vienen acumulando fastidios y necesidades políticas insatisfechas desde que empezó el nuevo gobierno.
Un informe publicado en enero de Infobae anticipó por primera vez la caída vertical que habían tenido las transferencias a las provincias. “Pisar la caja” fue la herramienta a la que echó mano el Presidente para debilitar el “partido de los gobernadores” que emerge cada vez que en la Casa Rosada no hay un peronista. Milei cortó las transferencias todo lo posible -y un poco más- con el objetivo de esmerilar a gobernadores que esgrimen independencia política pese a tener una inocultable dependencia económica de la Tesorería Nacional.
La aparente doble derrota en el Congreso, sin embargo, expuso con nitidez los nuevos cuadrantes ideológicos, o los integrantes de la renovada grieta. Ahora, por un lado, están Milei y sus libertarios, más el PRO -presidido próximamente por Mauricio Macri-, un sector del radicalismo y los aliados tácticos e inestables de las provincias. Y en frente, el kirchnerismo, los radicales más progresistas, la izquierda y los gobernadores provinciales que dependen de los fondos nacionales. Sobre esos conjuntos, lideran Milei y Macri, mientras que Cristina Kirchner pretende recuperar una centralidad que perdió por su responsabilidad en el último gobierno que presidió Alberto Fernández.
Mientras esas discusiones siguen vivas en el “círculo rojo”, el presidente Javier Milei confía en que den resultado las recetas de los manuales que lo formaron como economista y, así, pueda avanzar en las dos medidas que cree que le darán a la Argentina un despegue inusitado: la apertura del cepo y la libre elección de moneda, que es “la ropa con la que se viste” la conocida dolarización. Son los estímulos que ofrece el líder libertario para pasar el mal trance de abril y mayo. De ahí que en público y en privado el presidente pide paciencia y confianza. Ante el ajuste doloroso, la esperanza.