El Gobierno cerró la semana con dos hechos que por momentos rivalizaron en términos de impacto mediático y, con niveles tóxicos, en las redes sociales. El contraste resulta evidente y al mismo tiempo expone márgenes y limitaciones que supone o admite el oficialismo, según el caso. La decisión de cambiar retratos y nombre para transformar el Salón de las Mujeres en Salón de los Próceres resultó una especie de desafío ideológico básico, por la elección del 8 de Marzo para anunciarlo y por la sesgada visión de la Historia. En cambio, los primeros pasos para encarar un pacto político parecen resultado de una lectura más realista de los días que corren.
El sector de la Casa Rosada ocupado por la sala en cuestión ya fue motivo de cambios con elemental sentido político en las dos gestiones previas a Javier Milei. Ahora, el giro es mayor, acompañado por mensajes llamativos y en algún caso, frágil. Desde el Gobierno, se dijo que no apuntaría a generar divisiones y que la transformación busca superar el tratamiento particular a las mujeres, algo que no expone la selección de retratos. También se dijo que el lugar mostraba un estado de abandono. Eso sería apenas un tema edilicio, no político.
La medida aprovecha, busca explotar el rechazo generado en franjas sociales considerables por el kirchnerismo, con la sectarización y las movidas para “apropiarse” del largo camino del feminismo y, como añadido, deformar el abordaje de las cuestiones de género. Nada imprevisible, pero lamentado igualmente por expresiones de avanzada en esos terrenos que advirtieron de entrada el daño.
La visión extendida en el Gobierno asoma entonces como contracara forzada, con cálculo de supuesta ganancia política. Extrema reflejos y los supera. En cualquier caso, coloca otra vez las Historia en un barro que, como antes el kirchnerismo, desconoce y hasta juega en contra de los avances -en textos académicos y de divulgación- que habían permitido ir superando miradas en blanco y negro.
En anteriores gestiones, sobre todo en la etapa de Cristina Fernández de Kirchner, ese fenómeno se extendió abiertamente. Son recordados los mapping en algunas celebraciones, sobre la fachada de edificios como el Cabildo, con una selección parcial, caprichosa ideológicamente y, más grave, en la línea de acomodar el pasado fundacional -el de los próceres- al discurso presente y propio.
Una derivación extrema de ese juego fue colocar a Néstor Kirchner en las mismas alturas, sin considerar siquiera la cercanía temporal. Calles, plazas, barrios y obras públicas fueron denominadas con su nombre, además del más visible CCK.
La mirada del actual oficialismo sobre el pasado fue expuesta en los dos discursos centrales de Milei -al asumir y al abrir las sesiones ordinarias del Congreso- y en los dos casos dejó una condena a los últimos cien años de historia política, sin matices ni diferencias de fondo. La selección para el Salón de los Próceres ilustra en buena parte es concepción, con un salto llamativo para colocar a Carlos Menem en la misma galería.
Quedan expuesta así que la condición de “prócer” no se ataría al uso corriente para las figuras determinantes de Mayo, la Independencia y la construcción del Estado nacional, sino que apuntaría al criterio de personalidades relevantes, incluidas las más cercanas, del siglo pasado. Menem expone esto último en la consideración del Presidente.
Visto en conjunto, es llamativa la falta de mujeres significativas en esta muestra reducida de historia nacional. Las ausencias incluyen y trascienden ese dato: no figuran en general figuras gravitantes y contemporáneas, como Raúl Alfonsín, y también otras más lejanas en el tiempo, como Perón, Evita, Yrigoyen. Puede confundir, a primera vista, la selección más amplia: desde San Martín, Belgrano y Moreno, hasta Facundo Quiroga, Sarmiento y Roca.
Como con CFK y en cualquier caso, la sacralización de algunos y la negación o cuestionamiento insostenible de otros es atribuible a prejuicios, construcciones políticas del presente y caprichos ideológicos.
La movida del Gobierno, de alto impacto además por el momento elegido para darla a conocer, marcó la mañana del día que anticipaba, como primer reglón de la agenda, el encuentro con los gobernadores y el jefe de gobierno porteño. La participación de representantes de los 24 distritos -la mayoría gobernadores y algunos vice- fue expuesta como una postal contrapuesta al pésimo clima político que marcó los días posteriores a la caída de la Ley Ómnibus y hasta las horas previas al discurso de Milei ante la Asamblea Legislativa.
El panorama, advertido en el plano externo -el FMI y el mundo financiero, en primer lugar-, era denso e inquietante. Además del desenlace del megaproyecto de ley, había entrado en zona de riesgo el DNU, se sumaban capítulos judiciales para otras medidas, parecían rotos los puentes en el Congreso y la tensión con los gobernadores había llegado a un punto máximo con el caso de Chubut.
La cita con los jefes provinciales fue precedida por contactos menos publicitados desde el círculo presidencial y también por conversaciones con los jefes de bloques de la oposición “dialoguista”. La convocatoria formal se hizo difícil de rechazar, aunque las tratativas que vienen mostrarán tensiones: está en juego una versión reducida de la mega ley y, como contrapartida, una fórmula por ahora sin cerrar de alivio fiscal a las provincias.
Nicolás Posse y Guillermo Francos fueron los encargados de encabezar el encuentro, sin Milei pero con gesto de decisión de Gobierno. El compromiso inicial de los diez gobernadores que áun sostienen la marca de JxC, la respuesta extendida entre fuerzas provinciales y las señales de algunos peronistas -no sólo desde Tucumán- confluyeron para que también el peronismo/kirchnerismo y el PJ duro terminaran participando.
Lo que viene no asoma sencillo. Están en juego fondos, en medio del ajuste, y los alcances del espacio que pretende Milei en terrenos sensibles: delegación legislativa, emergencia, privatizaciones, entre otros puntos. Por lo pronto, las necesidades y una lectura más cruda de la realidad parecen pesar, al menos en este arranque negociador, por encima de gustos o rigideces conceptuales. Opera al revés el cambio de nombres y retratos en la Casa Rosada.