Como pocas veces en la historia de una manifestación popular, grupos opositores y oficialistas compartieron las orillas de la avenida Rivadavia bajo la cúpula iluminada del Congreso donde, debajo y del lado de adentro, Javier Milei dio su discurso de apertura de sesiones.
No hubo sectores diferenciados para cada espacio (como ocurrió, por caso, durante la votación de la ley de interrupción del embarazo): los que fueron a darle su apoyo al Presidente de la Nación y los que llegaron para repudiar su plan de gobierno se mezclaron durante la noche del viernes en un clima tenso pero sin incidentes.
La convocatoria, en ambos casos, fue baja, lo que, seguramente, propició la paz. No entrará esta noche ni siquiera en el top 50 de aglomeraciones históricas en la Plaza de los dos Congreso. Había más policías que manifestantes, en un despliegue de agentes de seguridad federales y porteños ciertamente ostentoso, fiel al estilo de conducción de la ministra de Seguridad nacional.
Para considerar la magnitud de la convocatoria: la relación de asistencia entre lo que se vio durante la movilización del último paro y lo de esta noche es de 100.000 a 1. Aunque, este viernes, no hubo llamado ni del movimiento obrero, ni de las organizaciones sociales ni de las agrupaciones políticas. No convocaron a marchar, excepto en el caso de los minoritarios partidos de izquierda, agrupados en un par de cientos en el centro de la plaza desde temprano. Si algunos líderes esperaban una salida masiva a la que acoplarse, al menos esta vez no sucedió.
Los seguidores de Milei fueron minoría. Algunos llegaron con remeras con la cara del “león” y otros con perfil más bajo se dejaron detectar sólo ante el paso del presidente, custodiado por los Granaderos, invisible detrás del cristal negro como la noche de la camioneta que lo trajo hasta aquí. “Viva la libertad”, gritaron algunos pocos.
La mayoría eran “sueltos” y estaban claramente en contra. “¡Con la libertad no alcanza!”, le gritó un joven a una señora que vestía una remera con la cara photoshopeada del líder de La libertad avanza. “Gracias, Milei”, respondió la mujer y al pasar recibió el comentario de una jubilada de su misma edad aproximada: “Sí, por eso estás más pobre, ¡boluda!”.
Unos metros más hacia Avenida de Mayo, una pareja discutió con una mujer que, decía, solo había llegado para chusmear, pero había empezado a ironizar sobre la cacerola que agitaban los que manifestaban en contra de Milei. “Ustedes le dan a la cacerola pero después si los roban llaman a la Policía”, criticó.
- ¿Por qué no te vas a tu casa?, -le respondió el hombre, ofendido.
- No me voy a mi casa un choto, soy una rata igual que vos, -levantó el tono la mujer.
- Vieja chismosa.
-Viejo alcahuete de la política, -replicó la mujer, lo que propició la intervención de la esposa del señor, que, a la vista de lo que luego dijo su interlocutora, era migrante, y le pidió que por favor se calmara.
-Usté váyase a su país, -siguió la mujer, que vestía una remera de Mafalda.
La reacción cuasi xenófoba hizo que un grupo de jóvenes, que escuchaba pero no participaba, se metiera. “Señora, ¿usted sabe las cosas que decía Mafalda?”, preguntó una chica sobre la creación de Quino, mientras apuntaba con su dedo índice izquierdo la vestimenta de la mujer. “No, me la compré porque estaba de oferta”, respondió. “Usted está sola acá, señora, tiene razón el hombre, mejor vaya a su casa o hable sola”, cerró otro de los pibes y la dejaron refunfuñando sola.
A los pocos minutos finalmente pasó la caravana de Milei. Una lluvia de insultos empapó la camioneta negra del presidente. Enseguida comenzó el discurso. Muchos no lo escucharon y se quedaron simplemente tocando las cacerolas o esperando la salida de Milei, sobre todo, en el caso de los seguidores.
Una pizzería y el local de un espacio de militancia en Rivadavia al 1600 ofrecieron sus televisores hacia la vereda. En ambos casos se armaron grupos que escuchaban al presidente mientras, como en una tribuna de fútbol comentaban en voz alta o a los gritos. Todos estaban en contra de Milei y gritaron e insultaron ante cada punto que creyeron ofensivo. Una de las situaciones que más bronca generó fue cuando el presidente consideró que la derogación de la ley de alquileres había sido un acierto: “¡Pago el doble!”, gritó una chica abrazada a su novia.
Al terminar el discurso, muchos esperaron que saliera el presidente y desde lejos gritaron insultos y la clásica canción que dice “Como a los nazis les va a pasar, a donde vayan los iremos a buscar”. Allí saltaba, envuelta en una bandera argentina y con una cacerola Silvana, docente de una escuela pública de Tigre, y su marido, Julio. Ambos, por razones laborales, prefirieron no dar sus apellidos. Viven en una isla del Delta y llegaron al Congreso especialmente para repudiar a Milei.
“Estoy muy preocupada por el destino de mi país, por los recursos naturales pero sobre todo por mi familia, y por la economía nuestra y de todos. Que los diputados hagan algo”, pidió Silvana, de 41 años, quien pidió “que vuelva Cristina” y contó que su marido trabaja en una embarcación arenera. “Traen para las obras públicas y ahora empezaron a suspender personal” contó. Su marido, con una camiseta azul de la Selección, asintió en silencio.
Por detrás pasó Flavia Piana, también con una bandera argentina, y una remera con el logo de la Ucedé, histórico partido liberal al que ella pertenece y donde integra la Junta de Gobierno en CABA, un trabajo político rentado, según ella misma explicó a Infobae. “Somos liberales de Alberdi, liberal de familia, así que esto es un sueño cumplido para mí. Años esperando este momento, un liberal de presidente. No sabemos si será bueno o malo, lo único que queremos es un cambio”, dijo.
Con ella caminaba, sin identificaciones partidarias, Marcela, jubilada, acompañante terapéutica, y liberal también. “Mi opinión es que esto era necesario. La gente votó un cambio. Los aumentos son justos porque estábamos pagando monedas. Soy jubilada, gano la mínima pero sigo laburando y estoy feliz. En marzo o abril se verán las mejores”, auguró.
Luego, su voz quedó sepultada por las sirenas de los móviles que custodiaban la salida del presidente por la avenida Callao. Parado en el umbral de un famoso billar, un mozo del lugar le preguntó a una policía porteña asignada allí: “¿Le viste la peluca? No se ve nada con esos vidrios”. La agente negó con la cabeza.