En una evidente alusión a los diputados y gobernadores que no respaldaron su ley ómnibus -ya en versión recortada- en el Congreso, Javier Milei equiparó su furia por lo que considera una traición de “la casta” con la ira de Moisés cuando descubre que, en su ausencia, el pueblo judío, al que conducía hacia la Tierra prometida a través del desierto, había renegado del Dios único, Yahvé, y había vuelto a la idolatría, postrándose ante un becerro de oro.
La historia que relata el libro del Éxodo es la de la larga travesía del desierto por el pueblo hebreo, liderado por Moisés, quien, luego de liberarlos de la esclavitud en Egipto, los conduce hacia la Tierra prometida con el constante auxilio de Yahvé.
En el tramo que usó Milei para ilustrar su enojo, Moisés ha subido a la montaña para recibir la ley de Dios bajo la forma de los diez mandamientos grabados en piedra, pero como demora en regresar, el pueblo empieza a inquietarse. Algunos interpelan entonces a Aarón, el hermano de Moisés que quedó a cargo de la situación en su ausencia: “Fabrícanos un dios que vaya al frente de nosotros, porque no sabemos qué le ha pasado a Moisés, ese hombre que nos hizo salir de Egipto”.
Funden entonces todo el oro disponible -de las joyas y adornos que llevaban- y fabrican el mítico becerro de oro.
El versículo 19 que reprodujo Milei describe el momento en que el profeta regresa con las Tablas de los diez mandamientos para encontrar al pueblo en plena idolatría: “Y aconteció que cuando llegó al campamento y vio el becerro y las danzas, Moisés se enardeció de ira, y arrojó las tablas de sus manos y las rompió al pie del monte”.
El siguiente versículo, el 20, dice: “Y tomó el becerro que habían hecho y lo quemó en el fuego y lo molió hasta reducirlo a polvo, que esparció sobre las aguas, y lo dio a beber a los hijos de Israel”.
El último versículo posteado por Javier Milei es el 26, que relata que “se puso Moisés a la puerta del campamento, y dijo: ¿Quién está por Jehová? Júntese conmigo. Y se juntaron con él todos los hijos de Leví”.
O sea, dividió a leales de traidores.
Lo que dicen los textos faltantes en el medio y al final de la historia es lo que hizo Moisés con los idólatras. En primer lugar le recriminó a su hermano: “¿Qué te hizo este pueblo para que hayas traído sobre él tan gran pecado?’”
Aarón intentó aplacar su ira, abogando por los débiles: “Te ruego, señor, que reprimas tu enojo. Tú sabes muy bien que este pueblo está inclinado al mal”.
El versículo 26 dice: “Cuando Moisés vio el desenfreno del pueblo, porque Aarón le había tolerado toda clase de excesos, exponiéndolo así a la burla de sus enemigos, se paró a la entrada del campamento y exclamó: ‘¡Los que están de parte del Señor, vengan aquí!’ Todos los hijos de Leví se agruparon a su alrededor”.
Ahí concluía el posteo presidencial. Pero la historia sigue. Una vez agrupados los leales, Moisés ordena el castigo sobre los otros: “Que cada uno se arme de su espada; recorran el campamento pasando de una puerta a otra, y maten sin tener en cuenta si es hermano, amigo o pariente”.
La Biblia dice que “los levitas cumplieron la orden de Moisés, y aquel día cayeron unas tres mil personas del pueblo”.
Y la reflexión de Moisés fue: “Reciban hoy la investidura sacerdotal de parte del Señor, uno a costa de su hijo, otro a costa de su hermano, y que Él les dé hoy una bendición”.
Un final durísimo y sangriento que no formó parte del mensaje del Presidente.