“Esto no es un proyecto político, es una aventura”. El que habla es un reconocido dirigente del peronismo, respetado por sus colegas, con vínculos más que aceitados con el círculo rojo y algunas relaciones con figuras libertarias.
El dirigente manotea una hoja en blanco, toma una birome e invita a repasar los primeros meses del menemismo, un proceso que Javier Milei pretende imitar en base a un relato fundacional, una reformulación del Estado y un programa privatizador de las empresas públicas. En principio, con una diferencia abismal: cuando Carlos Menem logró que el Congreso sancione las leyes de Reforma del Estado y de Emergencia Económica, en agosto y septiembre de 1989, respectivamente, ya había negociado la colaboración del radicalismo durante la transición con Raúl Alfonsín en los jardines de Olivos, su gabinete estaba plagado de funcionarios notables y el sistema político tardaría poquísimo en rendirse a sus pies.
De todos modos, Menem lograría privatizar la primera empresa estatal un año después de sancionadas las leyes -en noviembre de 1990, Entel fue vendida a Telefónica y Telecom-, e YPF culminaría su venta nueve años más tarde, en 1999, a la española Repsol.
Casi en soledad, aunque con un apoyo popular todavía muy consolidado según la mayoría de los encuestadores, Milei no se rodeó de ministros con historia y peso político, no cuenta con un solo gobernador, no tiene intendentes ni control sobre la Justicia y la CGT le realizó un paro y una masiva movilización cuando su gobierno solo llevaba poco más de 40 días, y, aún así, está decidido a avanzar “a todo o nada”, como ideó su estratega Santiago Caputo, con un ambicioso y audaz programa de desregulación, reestructuración y refundación del Estado, plasmado en el DNU 70 objetado por el Poder Judicial y en la denominada Ley Ómnibus que este viernes tuvo media sanción en general en la Cámara baja.
Milei cree que es el elegido. Siente que tiene una misión. Y está dispuesto a cumplirla.
En el seno de Juntos por el Cambio, en el peronismo no K y, en particular en el PRO, sobrevuelan por estos días insistentes versiones sobre el futuro de la gestión. Se ilusionan, en especial, con un giro en la toma de decisiones ideada por Milei, tan novedosa como excéntrica, desnudada en las negociaciones en torno a la denominada Ley Ómnibus, y con la posibilidad de que el Presidente acepte el consejo que Miguel Ángel Pichetto, uno de los actores más relevantes de este nuevo proceso, formuló más de una semana atrás: un gobierno de coalición. “No se puede funcionar así cuatro años”, desafió el jefe del bloque Hacemos Coalición Federal, un profesional de la política, dispuesto siempre a que la sangre no llegue al río.
El presidente, por ahora, está dispuesto a resistir. A pesar de los reiterados trascendidos, motivados, en algunos casos, más por la ilusión de buena parte de la dirigencia del PRO que no tiene otra alternativa que colaborar con la gobernabilidad pero que es testigo de una dinámica caótica en la gestión de la política de gobierno, una construcción escuálida principalmente en términos parlamentarios que Milei pretende reemplazar con la propagación diaria de un relato reformista, de confrontación y por momentos muy chabacano. Como si la campaña electoral nunca hubiera terminado. En su biografía de la red social X, Milei todavía se presenta como “economista”. No como “presidente”.
Lo planteó esta semana Rodrigo de Loredo, el jefe del bloque de la UCR en Diputados, con la ocurrencia clásica de los cordobeses: “Esto es un quilombo”.
Guillermo Francos, el ministro del Interior, fue uno de los que sufrió con las negociaciones de la Ley de Bases la disfuncionalidad en la toma de decisiones de la gestión. Flanqueado por gobernadores y legisladores de Juntos por el Cambio, el funcionario fue llamativamente sincero en la cumbre del CFI del pasado lunes: “Yo me llevo la propuesta, pero no tomo las decisiones”, les dijo después de escuchar los reclamos por la coparticipación del Impuesto PAIS, uno de los rubros que todavía se negocia en el Congreso de cara a la votación de este martes del articulado particular del proyecto.
Oscar Zago, el jefe del bloque de La Libertad Avanza en Diputados, también se mostró desorientado en estas semanas por la original conducción que instauró el Presidente: el legislador, un ex puntero radical que desembarcó en su momento en el macrismo porteño de la mano de Daniel Angelici, se enteró por ejemplo que la Casa Rosada había decidido eliminar el paquete fiscal del proyecto de ley de bases cuando vio por televisión la conferencia con el anuncio del ministro Luis “Toto” Caputo.
Los ejemplos sobran, incluso desde la ejecución de la gestión. En Capital Humano, por caso, hay una interna feroz que provocó que, hasta el momento, estén frenadas una buena cantidad de designaciones de subsecretarios, en un área por demás sensible. La rápida y sorpresiva salida de Guillermo Ferraro de Infraestructura es otro botón de muestra: hasta este fin de semana, su renuncia aún no había sido publicada oficialmente.
Esa dinámica libertaria encendió alarmas en los aliados, que esperan un gesto del jefe de Estado después de que logre sancionar, si pasa el Senado, la denominada Ley Ómnibus. Y disparó una serie de versiones avaladas por la dirigencia del PRO. Cristian Ritondo aún no resignó sus intenciones, impulsadas por Mauricio Macri desde antes de que Milei se haga cargo de la Presidencia, de presidir la Cámara de Diputados y reemplazar a Martín Menem, que llegó a ese lugar con el aval de Karina Milei. El de Diego Santilli es otro de los nombres que circuló en los últimos días con insistencia.
“Todos le dicen que termina de ministro. Desde el kirchnerismo hasta el PRO. Pero Diego no alimenta nada, no hay nada serio, y no lo habló con nadie del gobierno”, aseguraron por estas horas en el entorno del diputado. De buena relación con Milei -se suelen escribir por WhatsApp-, al ex candidato a gobernador bonaerense de JxC le llovieron felicitaciones desde el oficialismo por su discurso en el recinto en defensa de la Ley de Bases, y por su cerrado, y reiterativo, apoyo al gobierno.
Es que Santilli -como Macri y la cúpula del PRO- es un convencido de que su suerte y la de los espacios aliados está atada a la de la aventura libertaria. El diputado mira de lejos el horizonte del 2025: aspira, según allegados, si Milei sortea la crisis heredada y acentuada por el ajuste en ejecución, a ser el candidato de unidad de la centroderecha en la provincia de Buenos Aires, donde reside la construcción de su proyecto político.
Ritondo y Santilli, de todos modos, no son los únicos en el centro de las especulaciones y las presiones internas. También la ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, figura en la danza de nombres con expectativas más allá de su gestión en el Ministerio de Seguridad: en su propio entorno le adjudican algo de fatiga y soterradas intenciones de escalar todavía más posiciones. “Está cansada”, resaltaron.
Cuando se embarcó en su proyecto presidencial, Bullrich no imaginó que, al final, terminaría otra vez por aceptar hacerse cargo de Seguridad. “Sintió que tenía el compromiso de bancar a Javier”, explicó en su momento un colaborador cuando accedió a entrar al gabinete. Milei le pidió entonces que le proporcione buenas noticias, y la ministra cumplió: sus operativos, en manos de las fuerzas de seguridad federales, son la vedette de la gestión, y tienen una aceptación formidable en el electorado cautivo.
Bullrich quiere más. En las reuniones de gabinete, suele opinar de todos los temas. Por eso, en su entorno dejaron trascender, según reconstruyó este medio, que anhelaba tener más atribuciones. Se mencionó, en ese caso, la Jefatura de Gabinete a cargo de Nicolás Posse, de estrechísima confianza de Milei, un técnico que detesta la política pero que concentró en un mes y medio de gestión el control de la administración. Se potencian mutuamente. No hay, en ese sentido, ni un solo indicio que indique, por el momento, de que el presidente pueda avalar un cambio en esa área.
El proyecto de la ministra de Seguridad arrastra, en paralelo, otro objetivo. En las próximas semanas debe decidir si enfrentarse o no a Macri en la conducción del PRO. La relación entre ambos está rota. “Patricia tiene el desafío de cómo capitalizar la gestión políticamente y la presencia de Mauricio dando vueltas constantemente”, confiaron en estas horas cerca de la funcionaria. El ex presidente se encamina a presidir otra vez el partido que fundó a principios de siglo y, desde ese lugar, redefinir su vinculación con Milei y erigirse otra vez como líder partidario por si la crisis se agudiza y el Presidente necesita mayor colaboración. En el universo macrista también se ilusionan con un posible desembarco cuando pase el verano.
En ese contexto, el peronismo, todavía golpeado por la salida traumática de la gestión, espera su turno. Según se pronostica en el PJ, los próximos meses, entre marzo y junio, serán de extrema tensión. En privado, Sergio Massa se refiere a “marzo y abril” como un periodo bisagra. Es una predicción que se desparrama por todo el peronismo, en parte alimentada por la ilusión de un sector que sueña con convertirse otra vez en el bombero que apague el incendio.
Los mismos escenarios se trazaron en estos días en un encuentro que reunió a los jefes políticos de la Cámara de Diputados bonaerense -salpicada por el caso “Chocolate”- repartidos entre el massismo, La Cámpora y el sector que responde a Martín Insaurralde, el caudillo de Lomas de Zamora que, a pesar de su ocaso público, todavía controla la Cámara baja provincial a través de Juan Pablo De Jesús.
En la Provincia vislumbran una seria crisis social en los próximos meses. Pero nadie está dispuesto a incentivarla. Massa es uno de ellos: dos semanas atrás, por ejemplo, no participó de la masiva marcha de la CGT. Prefirió no encabezar la columna del Frente Renovador.
Cristina Kirchner tampoco está dispuesta a azuzar la crisis. Tiene previsto prolongar su silencio por tiempo indeterminado. “Ella no quiere que la hagan corresponsable de la situación”, la interpretó un dirigente que habla con ella con fluidez.
Más allá de su hermetismo y su nula participación en la escena pública, la ex presidenta está muy activa. Es lo contrario a Alberto Fernández, de viaje por Madrid, que recién tiene boleto de vuelta para marzo, un mes clave. La renovación de la presidencia del PJ -un páramo en medio del revuelo libetario-, que aún ostenta el ex presidente, debe esperar para más adelante. El Instituto Patria, a escasas cuadras del Congreso, volvió a ser una romería de dirigentes. Pero la ex vicepresidenta no quiere mover una sola pieza que pueda interpretarse como una zancadilla al gobierno. En el Gran Buenos Aires, un territorio en el que tiene especial ascendencia, sobrevuela una tensa calma. Pero ninguno de los intendentes que se referencian en ella -La Cámpora esparció su presencia en la Provincia en las últimas elecciones- está dispuesto a agitar el humor social.
Es que, además, la ex presidenta está satisfecha con que Milei no haya realizado en la Justicia ni una sola gestión para intranquilizarla como sí lo hizo Macri durante su administración.
Milei confirmó en estos casi dos meses de gestión su condición de rara avis dentro del sistema político tradicional. No quiere entregarse a la casta, a pesar de las señales ambiguas: la última fue la incorporación de Daniel Scioli como secretario de Turismo y Deportes que el ex motonauta disfrutó por la última pelea con el kirchnerismo y su frustración con el ex presidente Fernández por su candidatura fallida.
Los gobernadores del peronismo y, en especial, los de Juntos por el Cambio, siguen sin descifrar el ejercicio del poder del presidente. Tampoco Pichetto, que pidió públicamente una mayor apertura política. Milei se siente a gusto con su hermana Karina y con su estratega Caputo. Y delega la gestión diaria en Posse. Es desconfiado. También hermético. Pasa buena parte de sus días en Olivos. Por ahora, no hay señales de quiera cambiar. A pesar de las presiones públicas y privadas.