Se aproxima la primera pelea de fondo entre el Gobierno y la CGT que, en realidad, se perfila como la batalla final. Los dos contendientes avanzan en sus posiciones sin dialogar ni negociar, en un inquietante juego a todo o nada que signará la relación que tendrán en los próximos cuatro años. Ninguno saldrá indemne del paro de 12 horas con movilización que se hará el 24 de enero.
Javier Milei ya se involucró personalmente en el enfrentamiento con el sindicalismo, publicó mensajes en las redes para cuestionar a dirigentes como Pablo Moyano (Camioneros) y ordenó al Ministerio de Seguridad que le exija a los gremios que paguen el operativo desplegado en la protesta cegetista del 27 de diciembre. El jefe de Gabinete, Nicolás Posse, y el asesor Federico Sturzenegger forzaron la renuncia de Horacio Pitrau como número 2 de la Secretaría de Trabajo, luego de pedir “la cabeza de alguien” por haber promovido una estrategia negociadora hacia la dirigencia gremial.
La Secretaría de Trabajo lo hizo, claro está, pero para dividir a la CGT y debilitarla ante el paro general, al conseguir que el poderoso líder mercantil Armando Cavalieri aceptara reunirse con la ministra de Capital Humano, Sandra Pettovello, para anunciarle su adhesión al nuevo sistema de indemnizaciones y pedirle una solución a las limitaciones que impuso el DNU a las cuotas solidarias, el sistema adicional de recaudación sindical a través de los convenios colectivos que alcanza a todos los trabajadores de una actividad, sean o no afiliados. Pero también es cierto que Pitrau no manejaba una pyme dentro de la estructura de Trabajo que hacía lo que le parecía sin consultar a nadie: las decisiones fueron consensuadas con su jefe, Yasín, y avaladas por la ministra del área, Pettovello.
Los problemas de la Secretaría de Trabajo continuaron. Yasín pidió que la vacante en la Subsecretaría de Relaciones Laborales que dejó Pitrau fuera cubierta por Mariana Hortal Sueldo, pero la designación quedó en suspenso y aún no hay una grilla oficializada de funcionarios. El freno que impuso la Justicia del Trabajo a la reforma laboral también le quitó herramientas a Yasín para administrar en forma distinta la relación con empresarios y gremialistas. El desafío es mayúsculo si se piensa, por ejemplo, en la dificultad que representa mediar en las paritarias en una época de alta inflación, cuando la mayoría de los acuerdos son bimestrales o trimestrales.
Ya no queda nada de la paz que existía antes de la asunción presidencial, cuando Guillermo Francos, actual ministro del Interior, mantenía charlas secretas con la CGT para darle garantías de que la reforma laboral iba a ser moderada. No fue lo que interpretaron los gremialistas cuando se conoció el DNU 70: si fue más duro de lo que preveían, dicen en el Gobierno, fue porque la última revisión estuvo a cargo de Sturzenegger, que extremó los cambios en la legislación laboral que habían sido elaborados por los expertos libertarios y luego corregidos por el secretario de Trabajo, Yasín.
La Casa Rosada confía en que resultará exitosa la estrategia de la Procuración del Tesoro que conduce Rodolfo Barra para que su apelación del fallo de la Cámara del Trabajo que frenó las reformas laborales termine en la Corte Suprema y de allí surja un fallo que le dé luz verde al DNU. ¿Y si no fuera así? “Sería una verdadera catástrofe”, se sinceró una fuente oficial ante Infobae.
Milei jugó todas sus fichas a una amplísima desregulación de la economía sin tener un plan B, es decir, sin tener en cuenta que podía fracasar en su intento de que queden en pie la reforma laboral contenida en el DNU y los innumerables cambios que propone la Ley Ómnibus. Ahora, cualquier retroceso en su estrategia tendrá aroma a derrota política. Y recién lleva un mes en el gobierno.
Claro que si logra el apoyo de la Justicia para aplicar la reforma laboral logrará un triunfo que obligará a los sindicalistas a recalcular sus pasos. En 2025 vence el actual mandato de las autoridades de la CGT y ese escenario de un Milei victorioso en esta batalla precipitará renovaciones en la cúpula. Debería precipitarlos, al menos, aunque el sindicalismo es un experto en cambiar para que nada cambie.
En realidad, la reforma libertaria los obligó a cambiar la pasividad de cuatro años sin paros generales ni movilizaciones contra un gobierno de Alberto Fernández que terminó con un récord en materia de inflación (211% el año pasado y 1.020% entre 2019 y 2023, la cifra más alta de los últimos 5 mandatos presidenciales) y la pobreza en su peor nivel (44,7% en el tercer trimestre del último año).
¿Por qué no la CGT no protestó contra el anterior gobierno, con semejantes números negativos y constantes quejas de los propios gremialistas por la indiferencia con que fueron tratados y la falta de solución de problemas como la crisis financiera de las obras sociales? Un directivo cegetista llegó a hablar de “un proceso virtuoso evolutivo” por el cual priorizaron la estabilidad institucional y no hicieron ni una marcha de protesta durante la administración de Fernández. Hoy, la CGT ya tiene decidido un paro general a sólo 18 días de la asunción de Milei. Todo un récord.
Hasta Sergio Massa, el candidato presidencial que respaldó todo el sindicalismo, les marcó a los dirigentes de la CGT sus diferencias por el “apuro” en declarar un paro general a tan poco tiempo de que comenzara a gobernar el Presidente. “Si a 45 días le hacés un paro general, a los 90 días, ¿qué hacés? ¿Un bombardeo?”, les dijo en un encuentro secreto que se hizo el 4 de enero.
Aun así, la CGT encontró en la lucha contra Milei una nueva razón de ser que la sacó de permanecer atrincherada en la retaguardia: la pelea contra el DNU y la Ley Ómnibus los llevó a postergar sus diferencias internas e incluso acercarse a sectores políticos y sociales que hasta hace poco estaban en la trinchera enemiga. Como el caso de la izquierda trotskista, cuya razón de ser tiene mucho que ver con la crítica a la “burocracia sindical”, con cuyos diputados la CGT se reunió la semana pasada en un encuentro plagado de flamantes coincidencias, sonrisas y fotos de cálida camaradería.
Esa serie de contactos en busca de frenar las reformas de Milei en el Congreso incluyeron a sectores de la UCR, con quienes los sindicalistas ya se reunieron en secreto y en breve se verán en forma pública. De las filas radicales surgió, por ejemplo, la entusiasta adhesión al paro con movilización del 24 de enero por parte de un dirigente con peso en la historia partidaria como Federico Storani, en un gesto que demuestra capacidad de perdón hacia una CGT que hizo 13 paros generales para desgastar a Raúl Alfonsín.
Para la central obrera, de todas formas, será todo un desafío cómo evitar que esa heterogénea mezcla de activistas sindicales, kirchneristas, trotskistas, piqueteros y radicales, entre otros sectores, no se convierta en un cóctel explosivo cuando coincidan el 24 de enero en la calle. ¿Logrará el milagro de que tanto enemigo acérrimo congele sus viejos rencores en aras de un “mejor rechazo” a Milei?
Es una de las tantas preguntas que aparecen a pocos días de la primera pelea de fondo entre el Gobierno y la CGT. Con agrio sabor a batalla final y desenlace de pronóstico reservado.