Javier Milei tiene profundas diferencias ideológicas con Xi Jinping y no encuentra beneficios económicos y financieros para establecer una agenda de cercanía geopolítica con el régimen comunista de China. Y menos aún después de haber logrado un acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI) que le permite escapar a la necesidad de usar el swap chino para pagar los sistemáticos vencimientos mensuales con el organismo multilateral de crédito.
El presidente tiene una concepción de la política exterior que coloca como aliados básicos a Estados Unidos e Israel, ubica como socios estratégicos al Mercosur y la Unión Europea, y proyecta a ciertos países árabes como potenciales inversores de la Argentina.
Desde esta posición en el tablero internacional, Milei toma distancia de China, Rusia y los regímenes dictatoriales de Cuba, Nicaragua, Venezuela e Irán. Y esto explica además la decisión de renunciar a los BRICS y al Unasur, y enfriar los vínculos diplomáticos con Chile, Bolivia, México y España.
En este contexto, el jefe de Estado no quiere que China construya centrales nucleares en la provincia de Buenos Aires, no tiene intenciones de aportar fondos nacionales para las represas hidroeléctricas en Santa Cruz, y menos todavía comprar aviones de combate para la Fuerza Aérea.
La reticencia de Milei pone en jaque la estrategia de Beijing respecto a la Argentina y debilita la vigencia de los acuerdos de la Ruta de la Seda que Xi firmó con Mauricio Macri y Alberto Fernández. El sesgo ideológico del presidente se convirtió en un obstáculo para el régimen comunista, que en los últimos 30 días ha perdido muchísima influencia política construida a fuerza de créditos blandos y la apertura de sus mercados.
Cuando Milei se encontró con Jake Sullivan en la Casa Blanca asumió que la eventual cercanía con China implicaba un juego de suma cero. El consejero de Seguridad Nacional de Joseph Biden explicó la posición de Washington sobre Beijing, y al presidente ya no le quedaron dudas respecto a su lugar en el tablero regional.
La administración demócrata se comprometió a facilitar la negociación con el FMI, y ese compromiso terminó de menguar el vínculo diplomático de la Casa Rosada con el régimen comunista chino. Si Argentina no necesita el swap habilitado por XI para evitar el default con el Fondo, Milei podía enfriar la relación con Beijing y rechazar su estrategia de softpower ejecutado a través de la Ruta de la Seda.
Xi comprendió el giro geopolítico de Milei y había optado por la reconocida paciencia china. Pero las alarmas sonaron en el Palacio del Pueblo cuando se conoció que la administración de la Libertad Avanza tenía contactos con los representantes diplomáticos de Taiwan en la Argentina.
China sostiene que Taiwan es parte de su territorio, una posición de política exterior que respetaron todos los gobiernos desde Alejandro Agustín Lanusse a Alberto Fernández. La diplomacia china cree que Milei y Diana Mondino están revisando esa perspectiva histórica, y antes de la reunión de mañana entre la canciller y el embajador Wei Wang publicó una declaración en las redes sociales.
“Taiwán es una parte inalienable del territorio de China, y la cuestión de Taiwán es completamente un asunto interno de China. La clave para mantener la paz y la estabilidad en el estrecho es defender el principio de una sola China”, sostiene la declaración que la embajada de China en Argentina posteó en su cuenta oficial de X.
El embajador Wei llegará al luminoso despacho de Mondino para ratificar que Taiwan es un tema clave para agenda geopolítica de China y que hay acuerdos firmados en el marco de la Ruta de la Seda. La canciller ya sabe la agenda de Wei y su único objetivo en el cónclave será mantener las formas y ofrecer café.
Milei pretende sólo una relación protocolar con China, mientras aguarda que los negocios privados con sus mercados gigantescos continúen invariables. Mondino convocó a Wei para escenificar esa decisión presidencial, que se apuntala en su concepción de las cosas y en el apoyo explícito de la administración Biden.
La estrategia de Milei tiene una refutación crucial: para Xi el límite es Taiwan. Y el resto puede esperar.