El arranque de la ley ómnibus en Diputados escenificó también el estreno político del peronismo/kirchnerismo en papel opositor. Y como siempre, importa más el movimiento que las palabras. Las intervenciones duras de sus legisladores buscaron evitar el pasado, pero el largo antecedente de su relación con el Congreso en tiempos de gobierno desviste el discurso. No se trató de un debate sobre los límites al poder como cuestión de principios, sino de la primera muestra del juego para imponer el camino de confrontación con Javier Milei y mantener en esa línea al conjunto del PJ.
Vale un único ejercicio de espejo, para no recorrer dos décadas completas desde la crisis del 2001. Alberto Fernández tuvo su ley de “superpoderes” en trámite vertiginoso. El Congreso la sancionó en apenas tres días y entró vigencia antes de que cumpliera dos semanas en la Casa Rosada. Fueron 88 artículos -muchos, aunque menos que el proyecto de LLA-, pero las coincidencias con el megaproyecto son notables. Se repite la delegación legislativa amplia y se anotan nueve puntos iguales sobre las áreas alcanzadas por la declaración de “emergencia”: económica, financiera, fiscal, previsional, tarifaria, energética, sanitaria, social y administrativa.
Algo de esa contradicción entre el pasado cercano y el discurso del presente se perdió en medio de chicanas en el plenario de comisiones de Diputados, que ayer, martes, tuvo su primera entrega y seguirá hoy mismo. No faltaron referencias cruzadas sobre reiteradas emergencias de todo tipo, aprobaciones de delegación legislativa y abundancia de decretos. Por supuesto, antecedentes que tampoco justificarían sin vueltas el texto del actual Ejecutivo.
Las preocupaciones sobre los equilibrios institucionales aún en tiempos de crisis parecen cruzar de tribuna según el caso. Por lo demás, el juego de la disputa actual, otra vez con intención binaria, asoma en un extraño cuadro. Las principales pinceladas exponen al oficialismo en marcada minoría y necesitado de apoyos para aprobar el texto, el Gobierno jugando a las advertencias y cargas sobre los legisladores sin distinciones, y un mapa opositor que expone el rechazo cerrado del kirchnerismo y la intención de lograr límites y cambios para acompañar por parte de lo que fue JxC, el peronismo no K y espacios provinciales.
De hecho, representantes de UxP apuntaron no sólo sobre Milei, sino además sobre la incertidumbre que produce el Gobierno en general, y el propio Presidente, en relación con la definición de márgenes efectivos para negociar modificaciones y hasta la caída de artículos. Desde sectores del PRO, la UCR y otros espacios reclaman además la designación clara de interlocutores para tratar tema por tema.
Todo eso está por verse. Es, en cualquier caso, un modo de comportamiento de la gestión Milei que afecta, carga de dudas, los gestos negociadores de integrantes del gabinete -también, en el nivel de secretarios- con jefes provinciales de todos los signos -del PJ, la UCR, el PRO y fuerzas locales- y con organizaciones sociales y algunos integrantes de la CGT. Las contramarchas son adjudicadas a internas de palacio. ¿Sólo eso? Los últimos contactos con gobernadores, para modificar aspectos del proyecto vinculados a la actividad pesquera o biocombustibles, no parece obra exclusiva de un par de ministros. Tampoco, en sentido opuesto, el discurso que niega capacidad de acuerdos en el Congreso o admite sólo el término “sugerencias”.
La idea de “meter presión” con descalificaciones generales sobre una suerte de “casta legislativa” -discurso orientado también al núcleo de votantes- complica las chances de posibles apoyos a tramos significativos del megaproyecto en el Congreso. Es decir, fastidia y enoja a integrantes del PRO, del radicalismo y del conglomerado de ex integrantes de JxC y peronistas desalineados. En cambio, parece útil al juego del kirchnerismo.
Dos especulaciones, desmentidas pero alimentadas por algunos gestos, agregan suspicacias y recelos. Una viene hablando de la intención de ir a un choque frontal con el Congreso -en el mensaje oficialista, “la” política-, con advertencia de responsabilidad por el agravamiento sin red de la crisis si el proyecto y también el DNU no son avalados. Y la otra refiere a una especie de pacto con el círculo de Cristina Fernández de Kirchner, de alcances políticos y judiciales. Todo eso, se ha dicho, ha sido desmentido. El tema, de todos modos, es cómo funciona o qué consecuencias tiene el modo de operar de Milei.
Lo cierto, en principio, es que el kirchnerismo reacciona rápido frente a la realidad poselectoral y no necesita motor ajeno para mover sus fichas, en parte con sentido oportunista y en buena medida como fruto de su propio y encerrado imaginario. Le preocupa el peronismo tradicional, alineado desde hace años con su poder interno, y piensa que una agudización de la crisis alimentaría una especie de reconciliación inmediata con buena parte de la sociedad, a pesar de los graves resultados económicos y sociales de la reciente gestión propia de gobierno. Es llamativo que pocos piensen en un pico de la crisis de representación que explotó con la convulsión del 2001, si se agudiza el cuadro.
En esa lógica, el primer objetivo sería ocupar el lugar de única referencia opositora. Y al mismo tiempo, alimentar un grado de disputa con el Gobierno que no deje aire a las internas contendidas en UxP. Por supuesto, el kirchnerismo conoce largamente los recursos con que cuenta el poder central para las tratativas con los jefes provinciales. Y eso sería lo que viene si el Gobierno logra superar la prueba del Congreso, con concesiones, y avanza en otros terrenos: Ganancias, partidas presupuestarias, fondos discrecionales.
En la vereda oficialista, parecen confrontar la concepción sobre el crédito que representaría el resultado del balotaje -como un dato estático y uniforme, sin lectura de la diferencia con el apoyo/núcleo de la primera vuelta- y la necesidad de actuar en velocidad frente a la crisis, algo difícil de pensar sin algún tipo de acuerdo mínimo para el megaproyecto en el Congreso. Algún gesto fue sugerido en el plenario de comisiones de Diputados. El juego de duros y blandos tiene límites y eso, como siempre, depende del Presidente.