Son dos modelos distintos separados por 753 kilómetros. Dos peronismos. Dos formas de entender la política. Dos congregaciones de poder diferentes. Dos nombres propios que después de la derrota de Unión por la Patria (UP) en el balotaje se convirtieron en los posibles impulsores de la renovación. El gobernador de Córdoba, Martín Llaryora, y el de Buenos Aires, Axel Kicillof, son las dos caras del peronismo moderno.
En el inicio de la gestión de Javier Milei ambos se movieron de una forma distinta, aunque apelaron, en algún punto, a la misma línea discursiva. Hay que dar gobernabilidad al Presidente y respetar la legitimidad que le dieron los votos en las últimas elecciones. La diferencia sustancial entre uno y otro es el lugar desde donde cada cual hace política y las banderas que tiene que levantar.
En su discurso de asunción Kicillof hizo equilibrio. No está en la trinchera como anticipó su compañera de fórmula Verónica Magario. No es esa la idea en un principio. Sino darle margen de acción a un gobierno que arrancó hace menos de una semana. “La sociedad eligió un nuevo presidente cuyas ideas no compartimos. Pero el pueblo y sólo el pueblo gobierna. Corresponde respetar la esperanza”, sostuvo. El mensaje quedó claro.
El contundente triunfo de Kicillof en Buenos Aires, donde obtuvo la reelección por el 46% de los votos, lo dejó parado en el centro del mapa peronista. En ese punto geográfico del esquema partidario lo pusieron los votos, su rol, su cargo, su nombre propio ya instalado, el respaldo de Cristina Kirchner y su empatía con un sector importante del electorado peronista.
Desde allí, y con mucha cautela, empezó a desandar un camino que lo puede llevar a ser el líder de la oposición en los tiempos difíciles que se avecinan. Para ser líder no se estudia. Kicillof estará en ese lugar si realmente tiene voluntad de hacerlo y si el bloque político lo acompaña. Y, además, si muestra cierta autonomía de su jefa política, lo que quizás sea el mayor desafío en lo que respecta a la renovación de liderazgos en el peronismo. Al final del camino siempre está la candidatura presidencial.
Kicillof dio una señal de poder importante cuando comunicó cómo sería su gabinete en este segundo mandato. La ubicación de un nombre propio alcanza para retratarlo: Carlos Bianco. “Carli”, como lo apodan en el peronismo, fue su Jefe de Gabinete hasta las elecciones legislativas del 2021. El dueño del Clio, donde el economista hizo su campaña del 2019, es un incondicional del gobernador. Forma parte de su mesa más chica.
Bianco fue corrido de su lugar por una intervención de Cristina y Máximo Kirchner, que propuso al entonces intendente de Lomas de Zamora, Martín Insaurralde, para ocupar ese lugar y que fuera la base de un proyecto político para que sea candidato a gobernador en el 2023. No es casual que el líder de La Cámpora haya empujado con fuerza la idea de que Kicillof debía ser el candidato a presidente. Ese objetivo no se cumplió. El gobernador resistió y ganó la pulseada.
En esta nueva etapa nombró a Bianco, que hasta hace unos días era el jefe de asesores, al mando del ministerio de Gobierno, que estaba ocupado por Cristina Álvarez Rodríguez, una histórica del peronismo bonaerense que responde a la ex vicepresidenta. Ella ocupará ahora el lugar de Bianco. Cada pieza en su lugar.
Además, el mandatario bonaerense revalidó a los suyos dentro del Gabinete: Pablo López (Hacienda), Augusto Costa (Producción), Jesica Rey (Comunicación), Javier Rodríguez (Desarrollo Agrario), Agustina Vila (Secretaria General), Cristian Girard (ARBA) y Santiago Pérez Teruel (Asesor General de Gobierno). El kicillofismo está bien presente en la estructura de poder bonaerense. Una señal clara para Máximo Kirchner y algunos intendentes, que siempre miraron de reojo el círculo político del Gobernador.
A la asunción de Kicillof fue Cristina Kirchner y las principales figuras del peronismo y el kirchnerismo. También estuvieron representantes de la CGT, la CTA y los movimientos sociales. Los intendentes del conurbano dijeron presente con puntualidad absoluta. El poder del futuro está en La Plata. O, al menos, una parte del poder en disputa. Eso es lo que huelen y por eso van en procesión a la capital bonaerense.
En el peronismo, se sabe, el pragmatismo acomoda las diferencias del pasado. Si el gobernador bonaerense comienza a consolidarse como un potencial líder de la oposición, entonces es probable que algunos dirigentes empiecen a recordar que siempre consideraron que Kicillof era el nombre de la renovación. Incluso es posible que muchos aseguren haber viajado en el Clio de la campaña 2019. Ese ícono electoral de color negro que desestructuró la figura del ex ministro de Economía.
Kicillof tiene dos desafíos inmediatos por delante en términos de convivencia política. Uno es con Milei. Aún no se hablaron pero ambos saben que, más temprano que tarde, deberán sentarse en la misma mesa. El Gobernador arrancó su segundo mandato con un discurso moderado. Distinto al que el militante está acostumbrado. Un síntoma de flexibilidad necesaria para afrontar un vínculo muy complejo con el Presidente. Ambos se necesitan si pretenden gobernabilidad, fondos y un clima de paz estable.
El segundo desafío es convivir con Máximo Kirchner, con quien la relación sigue siendo tirante, aunque en los últimos días hay una suerte de tregua implícita. La desconfianza que atraviesa el vínculo no se modificará. La discusión que aparece de fondo es sobre el rol que jugará cada uno frente a un escenario político dinamitado y una economía desbastada. No hay lugar para dos líderes de la oposición. Uno debe ceder terreno.
En la otra punta de la ruta 9 está Martín Llaryora, al que algunos dirigentes de las provincias consideran la promesa del peronismo del interior. El gobernador cordobés recién asumió la conducción de la segunda provincia más poblada del país y se convirtió en otra opción para encabezar la reconstrucción de peronismo. Entre él y Kicillof no se hablaron nunca. Solo se hicieron llegar felicitaciones a través de terceros. Nada más.
El mandatario cordobés arrancó su gestión apoyando el gobierno de Milei. “Vamos a acompañar al gobierno del presidente Javier Milei que hoy asume los destinos del país. No es tiempo de poner palos en la rueda”, aseguró. Llaryora fue el primer gobernador que recibió el ministro del Interior, Guillermo Francos, durante la primera de gestión. Gestos que en la política se entienden con facilidad. Gobernabilidad y buena voluntad. El cordobés está bien lejos de la trinchera y la resistencia.
El Gobernador dio una muestra de su cintura política el armado del gabinete provincial. Buscó dar un mensaje similar al de Kicillof, que le dio lugar en el gabinete al massismo, los intendentes, el kirchnerismo y La Cámpora. El mensaje de Llaryora fue la construcción de lo que ha dado en llamar “el partido cordobés”. Una extensión del peronismo cordobés pero con integrantes de otras fuerzas. Una coalición más grande, más laxa y más heterogénea. El bonaerense, en cambio, no abrió las fronteras partidarias.
Llaryora sumó a su gabinete al intendente de Villa María y ex secretario de Obras Públicas, Martín Gill, que fue candidato a legislador en el 2021 con la boleta del Frente de Todos y quedó identificado con el kirchnerismo, una mala palabra para el electorado cordobés. Gill es el nuevo ministro de Cooperativas y Mutuales. Con él se acercan al Gobernador varios intendentes que en la antesala del balotaje militaron la campaña de Sergio Massa. Exactamente lo contrario a lo que hizo Juan Schiaretti.
En el esquema gubernamental el mandatario también tiene a su vicegobernadora, Myrian Prunotto, que es radical; a Pedro Dellarosa, del PRO, en el ministerio de Producción, Ciencia y Tecnología; y a Darío Capitani, presidente del PRO en Villa María, que será el titular de la Agencia Córdoba Turismo. Llaryora decidió empujar los límites, construir un modelo más amplio que el de José Manuel de la Sota y Schiaretti, porque entiende que ese es el primer paso para trasladar el cordobesismo hacia el resto del país.
El modelo Córdoba implica, para sus mismos integrantes, mayor respeto a las instituciones, más medidas favorables al sector industrial y agrícola, un fuerte sello republicano, ser negociador por convicción y afín a la búsqueda de consensos para gestionar con mayoría. Son rasgos que sienten que los diferencian de la identidad kirchnerista, mascarón de proa del peronismo en los últimos 20 años.
En la provincia advierten que los gobernadores del peronismo están más inclinados a acompañar a Kicillof en el inicio de la nueva etapa. Sin embargo, el camino es largo y de acuerdo a cómo se posicione cada uno y cómo les vaya en la gestión, podrán ganar adhesiones o no. Llaryora tiene en su cabeza ser presidente. El momento es imposible de determinarlo. Debe gobernar Córdoba después de su exitosa gestión en la capital. No pasará desapercibido. Será un jugador fuerte e importante en el tablero peronista.