El presidente Javier Milei le dio a su hermana Karina un rol protagónico y la ubicó en el centro de gravedad de su gobierno. Lo hizo con gestos y con dos decretos que consagraron un rol institucional de extrema cercanía con el jefe de Estado: el que anuló una decisión de Mauricio Macri de nombrar familiares y el que la designó secretaria General. Fue la consagración formal de un vínculo que es familiar, afectivo y ahora, también, político.
¿Pero quién es Karina Milei? Tiene 51 años, es licenciada en Relaciones Públicas (UADE) y tuvo diversos emprendimientos comerciales hasta que hace unos diez años decidió priorizar el trabajo con su hermano mayor, a quien pese a ser dos años menor, siempre contuvo, alentó y ayudó. Lo hizo de niña, de joven y también en esta etapa pública, que lo llevó desde la televisión y las redes sociales, a la Cámara de Diputados y de allí a la Casa Rosada. Todo en menos de cuatro años.
El propio Milei la definió como “Moisés” y últimamente como “El Jefe”. En cada aparición pública del último tiempo, Karina Milei fue el puente, organizadora y gestora de los vínculos políticos. Su área de influencia se fue ampliando a medida que avanzó la campaña. El flamante presidente sólo confió ciegamente en ella y lo confirmó al dejar en sus manos también la organización de todos los detalles de la asunción. Estuvo a su lado desde el inicio del día y hasta el final de la jornada inaugural de su mandato.
Pero el vínculo estrecho y cotidiano de los hermanos Milei es parte de su cotidianeidad. Juntos cursaron la primaria y la secundaria en el colegio Cardenal Copello, del barrio porteño de Villa Devoto, una institución educativa católica tradicional y bien representativa de la clase media. Ella también lo acompañó en sus primeros pasos como arquero de Chacarita Juniors. Juntos, también, estuvieron en los momentos difíciles de la infancia. “Ella fue la única que siempre creyó en mí”, suele decir el ahora presidente.
Y una anécdota sobre su época de futbolista que contó Karina Milei en el documental es explicativa, tal vez de modo involuntario, de ese vínculo: “Me acuerdo de una final. Estaba todo el público en contra por una cuestión de que ellos eran locales. Bueno, teníamos todas las de perder y de repente, claro, vos imaginate, había un montón de gente de nuestra que obviamente lo alentaba todo porque estaba jugando muy bien, pero claro, toda la hinchada contraria encima con el apellido en la espalda, el Milei puteaba. ¿Pero qué pasó? Javi fue uno de sus mejores partidos. Cuanto más lo puteaban, más fuerza agarraba””.
Lo importante del relato es que Karina Milei describe la escena desde el afecto familiar, pero también desde la unidad con su hermano. “Ellos eran locales... teníamos todas las de perder”, contó Karina, en la tercera persona del plural. Arqueros consagrados suelen contar que en los equipos el que está debajo de los tres palos es el que está más solo, el que entrena separado de los demás y que, cuando comete un error en un partido, no es posible enmendarlo.
Es un relato que equiparó con la vida política que lo puso a una velocidad de vértigo en la Presidencia de la Nación: “En este momento pasa lo mismo, porque cuando nosotros empezamos había mucha gente en contra y más allá de todo lo que le dijeron, de todo lo que hicieron, obviamente que en la política se maneja distinto porque te hacen operaciones, operaciones de prensa, tiene la fuerza para seguir adelante y cuanto más le pegan, más se fortalece”. El “nosotros” de los hermanos que se repite. En el arco o en la Casa Rosada.
Pero abandonando el pasado, en el último tramo de la campaña, la hermana de Milei concentró el poder y participó de cada una de las decisiones importantes. Desde la conformación de las listas de candidatos, la definición de apoderados, la preparación de los debates, la elección del búnker, del hotel donde duerme y de todo cuanto tiene que ver con la rutina de vida y las decisiones políticas fundamentales del núcleo concentrado del poder libertario. “Kari es Moisés y yo soy Aaron”, dijo Milei -salvando las distancias- en la Feria del Libro. “Lo mío es la divulgación. Lo que ustedes ven es la proyección de alguien más grande”, manifestó hace dos años.
Todos estos antecedentes tuvieron su conclusión en lo que se vio en los últimos tres días. Empezó el viernes con un posteo en sus redes sociales. “Le han dicho de todo, la menospreciaron, la han insultado, injuriado y calumniado. Sin embargo, EL JEFE, nunca bajó los brazos. Siguió adelante perdonando y sin rencor... Demasiada grandeza para ser entendida por el humano promedio...Hoy contempló parte de SU OBRA...El domingo volverá a brillar con más fuerza...VIVA LA LIBERTAD CARAJO”, publicó Milei en Instagram y X. Cumplió.
La hermana del presidente condujo desde lo mínimo a las decisiones fundamentales del protocolo y la organización de la asunción. Se la vio llevando el traje que se puso Javier Milei, lo acompañó en el auto que lo llevó al Congreso Nacional donde juró y recibió la banda y el bastón. Ubicó a los presidentes y dignatarios que estuvieron en el escenario donde Milei pronunció su discurso inaugural, de espaldas al Palacio Legislativo. En verdad, a “la casta”.
Después subió a bordo del descapotable que recorrió por la Avenida Rivadavia y Avenida de Mayo para llegar así a la Casa Rosada. Caminaron juntos, del brazo, y así accedieron a pie por la explanada de la sede del Poder Ejecutivo. Corrida la capocómica Fátima Florez -su novia actual- de las principales actividades, también tuvo un segundo y opaco plano Victoria Villarruel, la vicepresidenta.
Ya dentro de la Casa Rosada se produjo la traducción en papeles y decretos de esa simbiosis afectiva y ahora política. Javier Milei firmó un decreto que le impedía nombrar familiares. Y después firmó el segundo que la consagró como secretaria General de la Presidencia, con rango de ministra. Fue uno de los momentos más emotivos que tuvo el día.
“Licenciada Karina Elizabeth Milei, ¿Jurás por Dios y por la Patria, sobre estos Santos Evangelios, desempeñar con lealtad y patriotismo el cargo de secretaria general de la Presidencia de la Nación para el que has sido nombrada, cumpliendo y haciendo cumplir en cuanto a vos dependa la Constitución de la Nación Argentina?”, leyó Milei entre nervios y emoción. A su turno, Karina Milei respondió: “Sí, juro”. “Si así no lo hiciere, Dios y la Nación se lo demanden”, terminó Milei. Se abrazaron y el presidente lloró.
Pero no fue el único gesto. A Volodimir Zelensky, el invitado internacional más rutilante que tuvo la asunción presidencial se lo dejó claro: “She is the boss. She is the real boss”. En Argentina, esa presentación no fue una sorpresa.