Javier Milei estrenó su presidencia con un discurso fuerte, crudo en economía y en blanco y negro, sin matices, en política. Resultó un gesto potente hablar en las afueras del Congreso, frente a su público, pero no merecería una lectura lineal. En rigor, la imagen no es absolutamente original, ni representa un giro histórico: la idea de la relación directa entre el presidente y la gente tiene registros de sobra entre antecesores que dejaron mensajes – larguísimos, algunos- ante la Asamblea Legislativa y después relegaron y hasta maltrataron a los otros poderes del sistema democrático-republicano. El punto, en todo caso, es el corte que fuerza al condenar en bloque “cien años de decadencia” -que incluyen a todas las experiencias democráticas previas- y la inquietante concepción de poder que trasluce.
Una parte central del mensaje presidencial, con efectos logrados y superadores incluso de la campaña, fue trabajada en términos de contrastes. Todos resultaron explícitos, salvo uno. El implícito: la diferenciación con el arranque de la gestión de Mauricio Macri, es decir, aquella decisión de evitar la denuncia de la gravedad de la herencia que dejaba Cristina Fernández de Kirchner. El resto, fue diagnóstico de la profundidad de la crisis económica y social, y recreación del rechazo a la “casta” política, aún sin mencionarla de ese modo.
La puesta frente a la Plaza del Congreso y la decisión de no hablar en la asamblea de los legisladores nacionales apuntaron a amplificar el significado a las palabras. El tema tiene mayor relieve visto en conjunto y en especial por el mensaje de fondo: la retomada concepción de un trato directo, sin intermediarios, entre el Presidente y la sociedad o, con eco más antiguo, entre el líder y las masas. Y por eso mismo, la señal, siempre inquietante, no se agota en la actitud frente a los representantes del pueblo y de las provincias.
Abundan los ejemplos de presidentes que cumplieron con el discurso ante diputados y senadores, pero lo transformaron en un hecho secundario. Ocurre en todos los tiempos y no hace tanto, con Carlos Menem o CFK. En resumen: presidencialismo extremo y, en tiempos de mayorías legislativas aseguradas, votaciones automáticas, además de avances sobre la Justicia.
El punto es ahora más complejo por la escasa representación del nuevo oficialismo en Diputados y en el Senado. Visto así, la relación para aprobar leyes -como paquete inicial, o una a una- demandaría un ejercicio de negociación en continuado. El interrogante es cómo funcionará el peso del enorme triunfo en el balotaje y la fragmentación política que expresan bloques y divisiones internas. Es parte del desafío que supone la condición de emergente político de Milei, que impactó en las PASO, logró una módica representación legislativa en primera vuelta y alcanzó un triunfo impresionante hace tres semanas, después de una sucesión de comicios provinciales que lo exponen sin desarrollo territorial.
Antes del triunfo electoral, el propio Milei, la ahora herida Carolina Píparo y con mayores cuidados Diana Mondino, entre otros, planteaban o sugerían que si LLA llegaba a la Casa Rosada, el Congreso debería respetar el voto y respaldar sus propuestas de leyes. Una especie de alineamiento automático, algo extraño además para la integración legislativa fragmentada que ya se veía en el horizonte. Es un aspecto negativo en sentido ideológico, con el trasfondo de la concepción de poder, y complicado en materia política. Se verá si lo que viene es marcado por el pragmatismo creciente de Milei.
El discurso del nuevo presidente buscó reafirmar su perfil y mostrar firmeza. En esa línea, el primer tramo exhibió un contraste no restringido a la diferenciación con el gobierno que acaba de concluir en medio de la crisis: progreso y paz frente a décadas de decadencia; éxitos del liberalismo versus ideas empobrecedoras; políticos que sirven a los ciudadanos al revés de políticos que se sirven de la sociedad.
El contrapunto fue extendido a todos los rubros: la economía, naturalmente, y también la seguridad, la atención social, la educación, la infraestructura. Y pegado a ese corte, entonces, la intención fundacional, que describe al nuevo gobierno un “quiebre en nuestra historia”. Con un agregado, otra vez inquietante: “El nuevo contrato social que eligieron los argentinos”. Nuevamente, como en otras etapas políticas, la idea de mayoría de votos como el todo de la sociedad.
El tramo más logrado del discurso, se ha dicho, fue el de la descripción de la gravedad de la crisis. Se enfocó en los puntos más sensibles -inflación, tarifas, deuda, emisión monetaria-, más allá de algunas precisiones y proyecciones que puedan estar en discusión. El mensaje quedó sintetizado en la combinación de diagnóstico crudo y meses duros, con pinceladas de esperanza a futuro.
“Ningún gobierno ha recibido una herencia peor que la que estamos recibiendo nosotros”, dijo, para enumerar después el riesgo de la hiperinflación, las estribaciones de la emisión monetaria, las deudas, el cepo. Y quizá el resumen esté en dos frases. Una, descriptiva: “Nos han arruinado la vida”. Y otra, sobre el tiempo difícil que viene: “Ultimo mal trago para comenzar la reconstrucción”. El eco suena conocido.
El mensaje dejó además un par de lecturas más sobre la concepción del nuevo presidente y algunos indicios que podrían abrir puertas -algunas ya entornadas- para las negociaciones.
Milei hizo una condena sobre la herencia que buscó superar la coyuntura, sin dejar de lado la gravedad de lo que deja el gobierno saliente. Habló de “más de cien años de decadencia”, en una mirada hacia el pasado más bien ahistórica. En ese largo período se mezclan etapas de crecimiento y de deterioro, y entran todos los períodos democráticos -con avances significativos y deudas indisimulables- junto a largos procesos de inestabilidad y sucesión de golpes de Estado.
Entre frases potentes y logradas, y pasajes forzados como los referidos, Milei expuso también un par de líneas sugerentes. Hizo una convocatoria a dirigentes políticos, sindicales y empresariales. Y destacó que no asume para “saldar vendettas”. Repitió que el ajuste será inmediato y que no hay alternativa ni espacio para el gradualismo. Doble mensaje a la sociedad y a la política. Desde esta semana, se verán los movimientos en el Congreso y la capacidad de tejido con los gobernadores.