Este domingo comenzará el gobierno que transformará para siempre al PRO y a Juntos por el Cambio. La asunción presidencial de Javier Milei no sólo graficará la ruptura de la coalición opositora sino que también simbolizará las drásticas transformaciones de sus líderes. ¿Qué será de la dirigencia cuya razón de ser fue oponerse al kirchnerismo ahora que el kirchnerismo dejará el poder?
Hace exactamente un año, Horacio Rodríguez Larreta estaba de gira por Estados Unidos para mantener contactos con referentes del gobierno de Joe Biden: el telón de fondo del viaje era mostrarse como nun presidenciable. Por entonces parecía el opositor que tenía las mayores posibilidades de llegar a la Casa Rosada. Hoy, desde el llano y sin haber podido siquiera dejar un “delfín” en el gobierno porteño, busca oficinas para instalar una fundación desde la que buscará reinventarse en la política.
Larreta manejaba desde hacía 8 años la ciudad de Buenos Aires, el bastión electoral del PRO, que le daba el control del famoso aparato porteño; ejercía su influencia sobre todo Juntos por el Cambio, conservaba el apoyo del círculo rojo y llegaba con el sello del triunfo en las elecciones de 2021 gracias a María Eugenia Vidal y Diego Santilli, los candidatos que logró imponerle a Mauricio Macri.
¿Qué podía salirle mal al jefe de Gobierno? Patricia Bullrich hizo todo lo posible para que a Larreta le saliera todo mal, confiada en que su victoria en las PASO la dejaría en la puerta de entrada a la Casa Rosada. A la jefa del PRO la ayudó Macri, tan enamorado del cambio que también puso sus fichas en Milei, abanderado de las reformas drásticas, para concretar lo que no pudo hacer en su gestión y con quien selló un pacto que finalmente no se tradujo en cargos ni decisiones compartidas. Al único que le salió todo bien es al economista libertario, con más experiencia como panelista de TV que como político, que este 10 de diciembre se convertirá en el nuevo presidente de la Nación.
Quizá sea la postal más impactante de las modificaciones que se están produciendo en el tablero político de la Argentina, en medio de una de las peores crisis socioeconómicas de la historia. Con una economía en llamas, podía preverse el revés electoral del oficialismo que mutó del Frente de Todos a Unión por la Patria sin poder evitar un derrape histórico para el peronismo. Pero era casi inimaginable que Juntos por el Cambio iba a pasar del 41% de los votos con que se fue Mauricio Macri del gobierno en 2019 al 23,8% que obtuvo Patricia Bullrich en las elecciones del 19 de noviembre pasado.
El problema, más allá de la derrota electoral en sí misma, es que los máximos líderes de JxC no hicieron ninguna autocrítica, no analizaron en profundidad los motivos del contundente fracaso en las urnas y se concentraron seguir una de sus tradiciones más afianzadas de los últimos tiempos: pelearse.
La última batalla aún está en desarrollo: Macri vs. Bullrich, enfrentados por la forma en que se vincularon con Milei tras su triunfo, aunque con indicios de diferencias que no son nuevas. La asunción del líder de La Libertad Avanza terminó por abrir imprevistamente otra grieta en el PRO entre macristas y bullrichistas, hasta ahora unidos contra los larretistas. Enojada con Macri por querer acaparar la relación con Milei, Bullrich será ministra de Seguridad sin el aval del ex mandatario. “Yo no me someto a MM”, le escribió a la periodista Viviana Canosa durante su programa de LN+.
Para mostrar su independencia, Bullrich anunció que en febrero dejará la presidencia del PRO y llamará a elecciones internas para elegir las nuevas autoridades. Ella no fue elegida por los votos de los afiliados sino por el dedo de Macri. Ahora, en otro desafío al liderazgo del ex mandatario, lo expone a nombrar a su antojo al nuevo titular partidario o arriesgarse a que se decida en las urnas.
En enero comenzarán las negociaciones para reemplazar a Bullrich, con Macri recluido en Cumelén, como sucede todos los veranos en que la dirigencia del PRO va en peregrinación al exclusivo country de Villa La Angostura para hablar y fotografiarse con el fundador del partido. Lo más probable es que no haya elecciones internas: dicen que Macri quiere presidir el PRO, al menos durante un año.
Es difícil que tenga oposición, aunque hay movimientos en ese sentido: Larreta planea formar una línea interna, junto con María Eugenia Vidal, para abrir el debate interno sobre cuál debe ser el perfil del PRO, con la clara intención de que no se convierta en un mero satélite de La Libertad Avanza.
Curiosamente, en ese punto también está de acuerdo Macri, quien, desilusionado con la poca incidencia que le dio Milei en el armado de su gobierno y la incorporación de peronistas, prefiere mantenerse en una actitud de apoyo al nuevo poder libertario, pero sin perder su autonomía. Es la línea que piensa impulsar desde la jefatura del PRO, sin dejarle el terreno libre a los opositores a Milei como Larreta ni mantenerse en un respaldo ciego por la presencia de Bullrich en el gabinete nacional.
Para Bullrich, abandonar el partido la liberará de Macri, pero la dejará condicionada en términos políticos a los resultados de su gestión en Seguridad y de una eventual alianza con los libertarios. Después de todo, tiene sus propios diputados en el bloque del PRO y logró un espacio de poder autónomo gracias a los espacios pactados directamente con Milei, que incluyen el Ministerio de Defensa, encabezado por Luis Petri, y la Superintendencia de Servicios de Salud, organismo clave en la relación con el sindicalismo porque administra los fondos de las obras sociales, que será dirigido por Enrique Rodríguez Chiantore, un experto que estuvo trabajando en sus equipos de gobierno.
En esta etapa de reacomodamientos, en el PRO hay una estrella en ascenso a la que hay que prestarle atención: Jorge Macri. Se quedó con la principal franquicia política del partido, la ciudad de Buenos Aires, y sabe que si su gestión es buena quedará instalado para competir por la Casa Rosada en 2027. Ese escenario futuro podría enfrentarlo con su primo Mauricio, a quien lo ven con ganas de un “segundo tiempo” en el Gobierno. Tras la derrota de Bullrich, se animó a decir en la intimidad que él le podría haber ganado las elecciones tanto a Milei como a Sergio Massa. No confiesa, de todas formas, que si este año renunció a su candidatura presidencial fue porque las encuestas le daban muy mal.
Rodríguez Larreta descuenta que su papel en la recomposición del PRO dependerá de cómo le vaya a Milei en su gobierno. Tiene diputados que le responden y aliados en el interior, pero una debilidad objetiva: los afiliados al partido avalan el pacto de Macri y Bullrich con el libertario. Sin embargo, aunque pierda en el intento, buscará que el PRO se mantenga independiente de la gestión mileísta.
Tendrá los mismos socios que hasta ahora: una parte de la UCR, con Gerardo Morales y Martín Lousteu a la cabeza, y la Coalición Cívica, liderada por Elisa Carrió y Maximiliano Ferraro. Ese espectro de aliados antimileístas puede dar lugar a la refundación de Juntos por el Cambio o una nueva coalición. El primer rastro puede darse el 15 de diciembre cuando se elija al sucesor de Morales como titular del Comité Nacional del radicalismo. Lousteau tendría más apoyos para liderar el partido. Para muchos dirigentes, desde hoy comenzará a jugarse extraoficialmente la campaña para las elecciones legislativas de 2025. Suena a ciencia ficción, pero es la lógica que domina la política argentina.
Sea como fuere, quienes pisarán fuerte en el PRO son los gobernadores Rogelio Frigerio (Entre Ríos) e Ignacio Torres (Chubut), quienes, junto a Jorge Macri y a los otros 7 mandatarios provinciales de JxC, actuarán cada vez más nítidamente como un polo de poder interno. En el radicalismo, nadie duda de la influencia que tendrán Alfredo Cornejo (Mendoza), Maximiliano Pullaro (Santa Fe) y Gustavo Valdés (Corrientes). Ninguno quiere ceder la legitimidad que les da haber ganado las elecciones en sus provincias y por eso apuntan a una nueva estructura que los privilegie en desmedro de dirigentes que “deciden y no tienen votos”, como sucedía, se quejan, en la Mesa Nacional de Juntos por el Cambio.
Nada será igual en la coalición opositora desde que Milei tenga puesta la banda presidencial. El primer test para medir lo que puede pasar con los fragmentos de JxC se desplegará en el debate de la ley ómnibus que los libertarios enviarán al Congreso. Se prevén fuertes diferencias, pese al espíritu de ayuda al flamante jefe del Estado. Es que este domingo comenzará el gobierno que transformará para siempre al PRO y a Juntos por el Cambio, pero hay algo que se mantendrá: la costumbre de pelearse.