Sergio Massa terminó hoy cuatro años en los que pasó del llano a la presidencia de la Cámara de Diputados, de allí a ministro con poderes ampliados, y luego a candidato presidencial de todo el peronismo unificado. Profesional de la política y el poder antes que la economía, el análisis de lo dicho y hecho por el líder del Frente Renovador en este período presidencial será imposible de ser sustraído de la lógica de polarización que impera.
La economía que deja Massa tiene números negativos inapelables, tanto por el aumento de la pobreza (45%), de la inflación (11,9% en noviembre), del dólar (cerró a $400 el jueves) y un economía en retroceso y con el resto de las variables en rojo. Tan inocultables como la coincidencia de factores exógenos que agravaron el cuadro: deudas con el FMI e inversores privados que impidieron el acceso a financiamiento genuino, los últimos coletazos de la pandemia de COVID y de la guerra de Rusia contra Ucrania, y el impacto este último año de una sequía histórica que dejó al gobierno con menos dólares de los presupuestados.
Los que votaron al presidente Javier Milei considerarán a Massa el principal responsable de este presente, mientras que los que eligieron al ex ministro de Economía apuntarán al contexto y a una herencia que se vuelve una coartada crónica.
Pero más allá de los números y del balance económico, el líder del Frente Renovador tendrá que lidiar desde el primer minuto con la inevitable retaliación de sus detractores permanentes, entre los que Mauricio Macri tiene un lugar excluyente, y los funcionarios de la administración que asumirán desde este 10 de diciembre.
El nuevo gobierno de La Libertad Avanza llega con la decisión de poner en marcha un ajuste y una apertura que demandará en el corto plazo un costo social y político de difícil pronóstico. Y también de plantear que la economía “está a punto de estallar” si no aplican -como se decía en la década del 90- “cirugía mayor”.
La reunión reservada que mantuvieron el domingo pasado -un desayuno de tres horas en lugar neutral- pudo dar una señal de distensión, pero lo que trascendió en las últimas horas del discurso que preparó en reserva es que Milei no sólo hablará de una pesada herencia, sino que lanzará acusaciones de fuerte tenor por el tamaño de la crisis económica que el libertario intuye que se avecina. Seguirá el consejo que sembró Macri: contar la verdad, sin ambages, desde el arranque.
Del presente al pasado
El de hoy es el final circular que encuentra a Sergio Massa después de un camino que empezó hace cuatro años y medio cuando, después de estar fuera del Congreso y liderando el Frente Renovador, se reconcilió políticamente con Cristina Kirchner y aceptó integrar el dispositivo electoral que venció a Mauricio Macri. Se llamó entonces Frente de Todos porque con Alberto Fernández de presidente, Cristina Kirchner de vice y él como presidente de la Cámara de Diputados desandaban el camino de división del peronismo que le permitió ganar a Juntos por el Cambio.
Es la contracara de lo que culminó hoy con la llegada al poder de los libertarios. Javier Milei como presidente, Victoria Villarruel como vice, el futuro presidente provisional del Senado, Francisco Paoltroni, y el presidente de la Cámara de Diputados, Martín Menem, ninguno actuaba hace cuatro años en política partidaria ni se había presentado jamás a elecciones.
Lo cierto es que Massa aceptó integrar las listas del Frente de Todos y sumarse a un cargo clave para establecer acuerdos políticos con las fuerzas de la oposición. Además, quedó bajo control del área de Transporte, AySA, telecomunicaciones, entre otras. De esa gestión surgió que pudo conducir la sesión que debatió el acuerdo con el FMI, que el entonces presidente de la bancada peronista, Máximo Kirchner, y su grupo, votaron en contra. También la aprobación de la ley de aborto legal, seguro y gratuito, o la ley de movilidad jubilatoria, entre otras.
Desde ese lugar también terció entre Cristina Kirchner y Alberto Fernández que tuvieron cortocircuitos y diferencias de criterios desde antes de asumir, cuando entre las PASO de agosto y las generales de octubre de 2019, le puso un precio máximo al dólar. Esa tensión en sordina, expuesta después en manifiestos epistolares que sobresaltaban al oficialismo, derivó en una ruptura abierta, indisimulable. En la mayoría de los casos, Massa estuvo más de acuerdo con la vice que con el presidente, pero porque estuvo en constante tensión con la gestión del ministro de Economía, Martín Guzmán, que era defendido por el presidente hasta que un 3 de julio de 2022 renunció por Twitter y todo cambió para Massa.
La buena relación que tejió con CFK, Máximo Kirchner y Axel Kicillof -y los rápidos traspiés de la fugaz Silvina Batakis como sucesora en el Palacio de Hacienda- le permitió a Massa conquistar el Ministerio de Economía, pero con amplias facultades. Retuvo la funciones y áreas previas y además quedó a cargo de las relaciones con los organismos financieros internacionales, Energía, Producción, Agricultura, y tuvo mayor intervención en AFIP -sobre todo en la Aduana, con Guillermo Michel- y el Banco Central.
Así, en agosto empezó la gestión, buscando moderar la escalada inflacionario que se precipitó tras la salida traumática de Guzmán y la desorientación en la que cayó el gobierno. “Massa asumió un día antes de que nos vayamos en helicóptero”, afirmó Jorge Ferraresi, que fue ministro de Alberto Fernández, pero más confidente de Cristina Kirchner e intendente de Avellaneda.
Hacia noviembre y diciembre del año pasado pudo mostrar señales de desaceleración de la inflación. Fueron tiempos en los que proyectó que en abril de este año la inflación empezaría con el número 3, es decir menos del 4%. Lo planteó pese a que todas las alarmas sonaban por la impiadosa sequía que terminó de arruinar la economía y, por consiguiente, las chances electorales del kirchnerismo.
Lo cierto es que este año Massa tuvo que enfrentar un deterioro acelerado de las variables económicas por la decantación y concentración de la suma de todos los males: estrangulamiento del sector externo por falta de dólares, inestabilidad cambiaria, caída de la actividad, aumentos de precios y caída del poder adquisitivo de los salarios. Más los resabios de la pandemia y la guerra que desordenaron los precios relativos -sobre todo por el encarecimiento de los alimentos y la energía- que confluyeron todos juntos este año.
En términos políticos, la inmensa mayoría de los gobernadores peronistas separaron las elecciones locales de las nacionales, por lo que se ocuparon de cuidar sus territorios y se desentendieron de la suerte del peronismo en el ámbito nacional. Y en ese contexto de crisis económica y deterioro social -sobre todo por aumento de la pobreza, pese al aumento del empleo de baja calidad y remuneración- combinado con un virtual vacío de poder en el peronismo, Massa se jugó a todo o nada por ser el candidato a presidente de Unión por la Patria.
Para Cristina Kirchner, que priorizó siempre a Axel Kicillof y La Cámpora, su candidatura cumplía al mismo tiempo dos requisitos: ser competitivo en la provincia de Buenos Aires y al mismo tiempo contener una economía que podía desmadrarse y provocar un colapso definitivo e irreversible.
El peronismo perdió el gobierno en San Luis, Santa Fe, San Juan, Chubut, Santa Cruz, Entre Ríos y Chaco. Y en la PASO, Massa quedó tercero, detrás de Javier Milei, que fue la sorpresa al tocar los 30% y de la interna que Patricia Bullrich le ganó a Horacio Rodríguez Larreta. En los hechos fue un virtual empate, ya que entre el primero y el tercero hubo una diferencia de menos de tres puntos porcentuales.
La elección donde los gobernadores e intendentes se jugaron la propia, los diputados, senadores y los concejales de sus municipios, Massa logró superar a su rivales y quedar en primera posición con más de 36 puntos. Cumpliendo los pronósticos que tuvo Cristina Kirchner desde este annus horribilis para el peronismo, Massa y Axel Kicillof consiguieron en la provincia de Buenos Aires casi la misma cantidad de votos: 4.224.688 votos y 4.233.092 votos, respectivamente. Y después del resultado de las elecciones, Unión por la Patria quedó en el Congreso con 101 diputados y en el Senado con 33 bancas. En las dos Cámaras será la primera minoría y tendrá capacidad de condicionar, si quisiera, al gobierno de Milei.
A Massa le reconocieron en público y en privado que la derrota en el balotaje por más de 11 puntos frente al inesperado Milei no desdibuja lo conseguido en octubre: evitar una catástrofe que convierta al peronismo en una expresión política menguante e incapaz de convocar mayorías. El ex ministro de Economía, como lo contó Infobae, empezará a trabajar para asesorar a inversores extranjeros, no dejará la política, pero no piensa en volverse a meter en el peronismo. Seguirá en el Frente Renovador y apoyando a su esposa, Malena Galmarini, flamante funcionaria de Kicillof. Para los propios y, sobre todo, los ajenos, avisó: “No me retiro”.