Pedro Sánchez llamó desde el Palacio de la Moncloa a la Quinta de Olivos como último recurso diplomático: le pidió a Alberto Fernández que respaldara una side letter (adenda) al acuerdo Mercosur-Unión Europea (UE) que había negociado con Lula Da Silva. El presidente rechazó la propuesta del jefe de Gobierno de España frente al impacto negativo que ese capítulo extra del tratado internacional podía causar a la industria, la producción agropecuaria y las exportaciones de la Argentina. Sánchez no estaba de buen humor cuando terminó su llamada con Alberto Fernández.
El 7 de diciembre, Lula Da Silva debe traspasar la Presidencia Pro Tempore del Mercosur a Paraguay. Y unas semanas más tarde, Pedro Sánchez entrega la Presidencia Pro Tempore de la Unión Europea (UE) a Francia. En este contexto, Da Silva y Sánchez imaginaron la firma de la side letter del acuerdo bilateral como “un relanzamiento” de la alianza geopolítica que se macera desde hace más de treinta años.
Sánchez llegaría el 7 de diciembre a Río de Janeiro como titular de la UE, y Da Silva lo recibiría -aún- como presidente del Mercosur. Los dos posarían para los fotógrafos anunciando que -por fin- el tratado internacional se pone en marcha, capitalizando una adenda que ponía a la Argentina en una situación económica de extrema debilidad.
El acuerdo Mercosur-UE está vigente, pero en el caso regional necesita la ratificación de los parlamentos de Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay. Este convenio era una respuesta geopolítica a la iniciativa de los Estados Unidos que proponía tratados de libre comercio en América Latina (TLC), cuando todavía China e India no tenían suficiente volumen comercial para implicar un balance de poder a los intereses globales de la Casa Blanca.
El tratado avalado por Mauricio Macri y Jair Bolsonaro coloca al país en una situación asimétrica ante los países más influyentes de Europa -Francia y Alemania-, no afecta la economía real de Brasil, y concedió argumentos políticos a Uruguay y Paraguay, que hace tiempo intentan abrir su comercio internacional por afuera del Mercosur.
Con el correr de los años, China e India se transformaron en jugadores globales, y una alianza regional con el Partido Verde puso al frente de la Comisión Europea a Ursula von der Leyen, que se comprometió a aprobar una agenda vinculada al cambio climático. Esa Agenda Verde -Green New Deal- profundizó las asimetrías entre el Mercosur y la UE, y abrió una nueva negociación para lograr que el acuerdo -por fin- se pusiera en marcha.
Da Silva y Sánchez empujaron una side letter que debía ser aprobada en la cumbre del 7 de diciembre en Río de Janeiro. Cada uno de los países expuso su perspectiva, y de nuevo se repitió una lógica ya conocida en el siglo XX: Francia, Irlanda y Polonia no cedieron en la producción agropecuaria, Argentina consideró que su industria automotriz y sus exportaciones de biodiesel corren peligro, y Uruguay y Paraguay aprovecharon la coyuntura para empujar tratados de libre comercio con China, India y Australia.
Si Alberto Fernández aceptaba los argumentos de Sánchez, Argentina hubiera perdido su exportación de biodiesel de soja por 1.800 millones de dólares al año, cedía volúmenes de la industria automotriz local a Francia y Alemania, y habría recibido escasos fondos de la ayuda europea contra el cambio climático.
Con el rechazo presidencial a la adenda definida por Da Silva y Sánchez, el canciller Santiago Cafiero se comunicó con Valdis Dombrovskis, vicepresidente de la Comisión Europea, para anunciarle que no había acuerdo entre bloques. Cafiero también habló con los representantes diplomáticos de Brasil y ratificó la posición del gobierno argentino.
A partir de 2024, la negociación tendrá nuevos protagonistas en ambos lados de la mesa. Javier Milei sucederá a Alberto Fernández en la Argentina, mientras que Emmanuel Macron reemplazará a Pedro Sánchez en la Presidencia Pro Tempore de la UE.
“El mundo no se acaba el 7 de diciembre. Si no se llega a un acuerdo para entonces, seguiremos negociando”, dijo Mondino en una entrevista con Reuters.
La ideología de Milei y los intereses electorales de Macron permiten pronosticar el futuro del acuerdo: ambos se encontrarán en París o Buenos Aires, declararán sus buenas intenciones, y al final todo quedará como hasta ahora.