La carrera electoral 2023 acaba de cerrar la última de las tres etapas de campaña, larguísima y densa. Ahora sí, falta casi nada para la definición en balotaje. Algunas jugadas en los bordes de la veda y, más, en las redes sociales sumarán seguramente algo a los interminables cruces, aunque difícilmente alteren lo que asoma al final de este recorrido de meses: agotamiento social, aliento repetido a fantasmas sobre el funcionamiento democrático y el increíble olvido o relegación del tema más grave de la crisis -es decir, la pobreza- en las exposiciones de los candidatos.
La campaña creció en intensidad con el correr de los meses y naturalmente fue cambiando los focos por la naturaleza de cada capítulo y por los resultados que cosechó en las dos primeras pruebas. Las PASO mostraron intensidad, sobre todo en Juntos por el Cambio, que ahora enfrente su peor crisis. Los números de ese turno colocaron en el centro del escenario a Javier Milei. Y la primera vuelta mostró otro giro potente, con el ascenso de Sergio Massa. Los días que siguieron, sólo como competencia de dos, profundizó las señales negativas en lugar de mejorar el nivel de la disputa.
El sistema que combina primarias obligatorias y balotaje -con discusión pendiente sobre tiempos, algunos mecanismos y boletas- deja en el camino candidatos, y por segunda vez desde su aplicación, pone al votante frente a dos opciones finales. Podría considerarse natural cierta pérdida de matices para la discusión en la medida que quedan candidatos fuera de juego, pero a la vez podría esperarse cierta profundización, casi obligada, en la confrontación de dos propuestas. No fue lo que ocurrió.
Al revés, lo que se agudizó fue el sentido de campaña negativa, sobre todo por parte del oficialismo, y el peligroso dramatismo sobre lo que estaría en juego: la propia suerte del sistema recuperado hace cuarenta años. De un lado, se plantea en blanco y negro que está en riesgo la democracia (si gana Milei). Del otro, que está en juego la República (si gana Massa y continúa el peronismo/kirchnerismo). En ningún caso, se registra el presente y el aporte de la propia campaña al clima de crisis. Del mismo modo, se agota todo linealmente sin considerar ni los reaseguros del sistema -lastimados, sin dudas- y su resiliencia después de situaciones extremas.
Por supuesto, existen procesos internacionales tomados como espejos o antecedentes del cuadro que culmina en el balotaje y lo trasciende. Básicamente, se trata de liderazgos de ruptura alimentados por el deterioro de los dirigentes tradicionales, a causa de microclimas y disociaciones de la realidad. Y frente a eso, la resistencia para preservar el sistema. Curioso, en el caso local, porque las pinceladas populistas cruzan el esquema de las dos veredas, con el agregado de la campaña.
El “riesgo” para la democracia y la República no es algo inexistente que podría surgir como efecto exclusivo del resultado de las urnas. En rigor, ya existe y la elección en los términos que se presenta es fruto de esa realidad. Un cuadro con trazos gruesos: la crisis económica y social, de largo arrastre y agravada; momentos repetidos de desenganche político con la realidad cotidiana del común de la gente, nuevos capítulos en la historia de casos de corrupción y prácticas oscuras de espionaje -con los años, cada vez más visiblemente sistémicos- y un horizonte incierto.
Dicho de otra forma: la campaña, en especial durante los últimos días, no aporta a superar ese contexto o, al menos, generar esperanza colectiva antes que temor. Por el contrario, es un agravante. Y para completar, resulta llamativa la escasa profundidad o directamente la intención de eludir, según la vereda de campaña, el problema de la pobreza en todas sus dimensiones, como peor derrota política general y como uno de los principales causantes del deterioro democrático.
En este tramo último de campaña se conocieron los datos del INDEC no sólo sobre la inflación de octubre (8,3%) -por debajo de todas las estimaciones previas-, sino además los números referidos al aumento de las canasta básica Alimentario (CBA) y Total (CBT). Son índices que trazan la línea de indigencia y de pobreza.
Los últimos informes sobre pobreza indican que el país ya estaría por encima de los niveles de la cuarentena, después de revertir lo que parecía un quiebre, aunque leve, de la escalada. En el 2020 había anotado 42%. Los registros exponen que descendió al 36,5% en el primer semestre del 2022, pero trepó al 39,2% en le segunda mitad del mismo año y llegó al 40,1% en los seis meses iniciales del 2023.
Lo que vino sucediendo a partir de ese momento proyecta alrededor de 43 puntos porcentuales para el final de este año, según estimaciones razonables. Hay datos significativos en esa línea. La CBT viene marcando incrementos que acompañan o superan al índice general de precios: 7,1% en julio, 14,3% en agosto, 12,2% en septiembre y 8,1% en octubre. Noviembre muestra tendencia al alza, sobre todo en alimentos. Eso, frente a deterioro de los ingresos.
Existe otro tema de diferente naturaleza, sensible, dramático, que llama la atención por su bajo nivel de presencia. Se trata del reclamo por los rehenes argentinos secuestrados por Hamas en los ataques terroristas contra Israel, el 7 de octubre. Resulta razonable que esta cuestión sea mantenida fuera de la lógica de campaña, pero es llamativo -alarmante- que esté fuera o en los márgenes del discurso y de la atención política.
El debate entre Massa y Milei pudo haber sido un marco ideal para un mensaje fuerte de los candidatos a la presidencia. Podrían haberlo dejado al margen de la confrontación o del uso electoral, pero sin omitirlo, con una muy breve declaración conjunta para exponer el reclamo por los rehenes frente a una audiencia masiva.
Los candidatos estuvieron concentrados en exprimir los últimos días de exposición electoral. A partir del domingo a la noche, el equipo del ganador podrá cotizar su estrategia como pieza maestra. ¿Final de los riesgos? Resultaría extraño, porque sólo la campaña empezará a quedar en el pasado.