En Concordia, Entre Rios, los niños y niñas del barrio El Silencio buscan comida donde pueden. Si no es en la escuela, van al merendero. Si no es en el merendero, buscan en los contenedores de la ciudad. Si no es ahí, buscan entre los residuos de lo que antes era un basural a cielo abierto, que queda a poca distancia del barrio.
Muchas veces van a la escuela con la barriga vacía. No logran concentrarse, tienen problemas de memoria y requieren más apoyo escolar para avanzar con su aprendizaje. Por la noche, tras una tarde dedicada a la búsqueda de alimentos, vuelven sucios a sus casas.
“Se ve cuando uno camina por las calles. Cuando uno pasa por la vereda de un barrio, ve a los chicos en la calle sin zapatillas, sin ropa adecuada, uno los ve dejados. La desnutrición, la falta de alimentación saludable, la deserción escolar, y el poco acceso a la salud son los grandes problemas que yo veo”, contó Juan Ignacio Castellaro, voluntario de la asociación civil Por El Silencio, que colabora con las familias del barrio.
Concordia es una ciudad atravesada por la pobreza crónica, el desempleo y, en particular, una crisis alimentaria que afecta agudamente a la población infantil. Según informó el INDEC la semana pasada, el 58,3 por ciento de la población en Concordia es pobre, mientras que el 18,1 por ciento vive en situación de indigencia. Ambas estadísticas aumentaron notablemente respecto al segundo semestre del 2022 y la ciudad se volvió a posicionar como la segunda en el ranking de las ciudades más pobres del país, superada solamente por Resistencia, Chaco.
Desempleo
El Silencio queda al noroeste de la ciudad de Concordia y en él viven unas 300 familias. Es un barrio que se creó al lado del basural a cielo abierto Campo del Abasto, que fue convertido el año pasado en un relleno sanitario, conocido hoy como Parque Abasto. El basural funcionó como tal durante 30 años y recibía alrededor de 150 toneladas de residuos sólidos por día, provenientes de Concordia y sus alrededores.
Muchos de los vecinos del barrio se mudaron allí para trabajar en el basural, recolectando diferentes materiales para luego reciclar y ganar dinero. Así se fueron poblando los alrededores del predio, con construcciones precarias que hasta el día de hoy siguen careciendo de servicios básicos como agua corriente y cloacas.
Aunque la reconversión del basural en un relleno sanitario fue acompañada por más regulaciones de cuidado y una protección particular del medio ambiente, muchos vecinos se quedaron sin trabajo.
“Eso se convirtió en un problema para algunas familias porque dejaron de tener un ingreso a partir de un trabajo que era muy malo pero que, al final del día, daba una buena rentabilidad”, contó Castellaro. “Hoy las personas se encuentran con la dificultad de acceder a un trabajo digno y de calidad. Algunos trabajan en una planta de reciclado que se puso con este relleno sanitario, otros en quintas de fruta, y otros consiguen trabajos super informales”.
Geográficamente, El Silencio está alejado del centro de la ciudad de Concordia. La parada de colectivo más cercana queda a unos 1.500 metros del barrio y el colectivo suele pasar cada una hora.
“El barrio está aislado del resto de la ciudad. Eso no te permite acceder a un trabajo en el centro o movilizarse con facilidad. Es muy difícil acceder a un trabajo de calidad, entonces eso genera una situación de pobreza y exclusión”, agregó Castellaro.
Malnutrición, educación y deserción escolar
Emma Mariani es una docente jubilada nativa de Concordia. Hoy, junto a otras cuatro mujeres, acompaña a los niños y niñas del barrio y es voluntaria en la escuela parroquial ubicada en El Silencio. También colabora con el centro de salud local y el merendero con el que cuenta la ONG Por El Silencio.
“A través del niño vamos llegando a las familias. Cuando llegamos a ellas, nos encontramos con la realidad más dura. Son familias numerosas, con todas las necesidades básicas insatisfechas”, contó. “Estamos en estos momentos con alto porcentaje de bajo peso porque la alimentación es muy pobre. Hasta la comida que reciben los chicos en los comedores escolares se ha vuelto insuficiente porque prácticamente es la única comida que reciben.”
Todos los días, Mariani ve cómo esta falta de alimentación impacta directamente en las posibilidades que tienen los niños y niñas para aprender.
“Tienen problemas de concentración, de memoria, de interpretación, de percepción, tienen dificultades en las distintas etapas del aprendizaje, les cuesta mucho más todo. Les lleva mucho tiempo el contacto con el contenido en las dos o tres horas de la escuela, que después se pierde”, agregó Mariani. “El chico tiene muchas dificultades para aprender porque tampoco él está bien. Son chicos que de noche duermen muy poco, porque durante la noche hay que cuidar que no le roben lo poco que tienen, entonces pasan en vela. Al día siguiente se levantan y tienen que ir temprano a la escuela con el estómago vacío.”
El problema coyuntural que se vive en El Silencio también lleva a altos niveles de deserción escolar. Muchos niños y niñas suelen dejar la escuela antes de llegar al secundario, cuentan desde la ONG Por El Silencio.
“El sistema educativo no contempla la realidad de estos chicos que están mal alimentados, viven exaltados, son temerosos, no hablan y tienen poca comunicación. No está dando un resultado satisfactorio para este grupo de niños”, siguió. “Cuando no avanzan, cuando no aprenden y cuando no logran superar los obstáculos, se sienten mal. No quieren ir más a la escuela. El sistema educativo tiene que empezar a trabajar seriamente en cómo abordar el aprendizaje en contextos de alta vulnerabilidad social, porque si no el chico deja la escuela”.
¿Dónde está el Estado?
En El Silencio hay un abandono por parte del Estado, le contaron fuentes a Infobae. Los vecinos se cuidan entre sí. En la ONG Por El Silencio, los voluntarios empezaron a organizar un merendero comunal, conocido como “Color Esperanza”, que funciona desde el 2015 y que, a través de donaciones lograron finalizar su construcción en el 2020. Desde allí, se entregan alimentos y meriendas semanalmente a más de 400 personas.
“Nos preocupamos mucho desde nuestro merendero porque nosotros lo que queremos es que los chicos puedan elegir distintas realidades y terminar un secundario para poder salir un poco”, contó Mónica Mainez, directora de Por El Silencio.
Mainez nació en Concordia. Dejó Entre Ríos para estudiar en Corrientes y vivió unos años en Buenos Aires antes de volverse a su provincia natal a los 50 años. Cuando vio cómo había evolucionado la situación social en Concordia, decidió quedarse para siempre. Hoy tiene 68 años y los chicos del barrio la conocen como “Moni”. Hablando con Infobae, reflexionó sobre cuánto cambió la ciudad en la que se crió.
“Era una ciudad riquísima. No había pobreza, era una ciudad de producción, de salida al mundo. En la Concordia de hoy no hay absolutamente nada de eso. Se han plantado muchas villas, hubo una crisis económica total, mucha gente humilde sin hábitos de educación, una cultura de trabajo que se terminó, se perdió todo”, contó.
La realidad que se vive en El Silencio es una extensión de la situación actual en todo el país. Según los datos del INDEC, el 57 por ciento –o 7.4 millones– de los niños, niñas y adolescentes de 0 a 17 años crecen en situación de pobreza, y dentro de ese total el 14,3 por ciento –o 1.4 millones– se encuentran en la pobreza extrema por no contar con los recursos suficientes para acceder a una alimentación básica. Desde el regreso democrático en Argentina, no se pudo nunca reducir la pobreza infantil por debajo del 30 por ciento, de acuerdo a un informe publicado por UNICEF.
“El hambre y la pobreza infantil no pareciera ser una prioridad en la campaña electoral”, resaltó Celeste Fernández, abogada, co-directora de la Asociación Civil por la Igualdad y Justicia (ACIJ) e integrante de la organización Infancia En Deuda, en una presentación el martes pasado del informe “Crecer sin pobreza: Diagnósticos y propuestas para fortalecer la protección social de niñas, niños y adolescentes” que será publicado en las próximas semanas.
Desde ACIJ e Infancia en Deuda, ponen el foco de atención en tres grupos que son particularmente afectados por la situación de pobreza: adolescentes entre 10 a 17 años, aquellos que forman parte de hogares monoparentales liderados por madres, también conocidos como “monomarentales”, y los que pertenecen a hogares de barrios populares.
El Estado implementa diversas políticas públicas para asegurar la protección social de este grupo vulnerado, entre las que se encuentran las transferencias sociales de ingresos. Entre ellas se destacan la Asignación Universal por Hijo (AUH), el Programa Alimentar (PA) y las Asignaciones Familiares (AAFF). Analizando las respuestas del Estado, ambas organizaciones diagnosticaron una serie de problemas que perjudican el acceso al derecho a la alimentación básica de niños, niñas y adolescentes.
Analizando las prestaciones sociales en relación con la Canasta Básica Alimentaria (CBA), el informe identificó una regresividad anual en el valor de las mismas. Durante el 2021, la AUH y PA cubrían el 94.7 por ciento de una CBA. Ya en el 2022, ese porcentaje disminuyó al 85.6 por ciento y en el primer semestre de 2023, sólo alcanzaron a cubrir el 77 por ciento. Por su parte, quienes sólo reciben AUH –adolescentes de 15 a 17 años– en 2021 cubrían un 47 por ciento de una CBA, porcentaje que disminuyó al 43.6 por ciento en 2022 y finalmente, en el primer semestre de 2023, sólo lograron cubrir un 37.5 por ciento de la CBA con dicha prestación. Por último, quienes reciben AAFF del rango más bajo, el porcentaje pasó de 59.8 por ciento en 2021 a 75.1 por ciento en 2022 a 37.9 por ciento en el primer semestre 2023.
“No siempre quienes tienen menos recursos reciben más ayuda o más dinero por parte del Estado. Ahí vemos que hay políticas que están funcionando de manera regresiva”, contó Bárbara Zanino, abogada especialista en Derecho de Familia y co-presentadora del informe.
Algunas de las prestaciones también aplican regulaciones discriminatorias, como en el caso del Programa Alimentar. Mientras que niños, niñas y adolescentes de hasta 14 años pueden contar con el AUH y el PA, una vez que el adolescente cumple 15 años, queda excluido del PA y sólo puede recibir el AUH. Desde ACIJ resaltan que en ninguno de los otros sistemas de transferencias se realizan diferenciaciones en la cobertura en razón de la edad de los adolescentes a quienes se pretende proteger.
Por otra parte, los aportes recibidos del Programa Alimentar por las familias se reducen a medida que aumenta la cantidad de hermanos. Mientras que las familias con un niño reciben 22.000 pesos, este número solo aumenta a 34.500 en familias con dos niños– un incremento de menos de la mitad de la cifra anterior. En el caso de hogares con tres o más hijos, este número sube a 45.500 pesos. Aún cuando la decisión se quisiera justificar en restricciones presupuestarias, los datos oficiales publicados por el ANSES muestran que el 80 por ciento de las personas titulares de la AUH tienen hasta dos hijos y que sólo el 20 por ciento tiene tres hijos o más.
En total, hay aproximadamente 4.2 millones de niños que reciben el AUH, pero el diagnostico elaborado por ACIJ advierte que habría más de un millón de niños, niñas y adolescentes que están por fuera de toda protección social, sea por cuestiones normativas, como no contar un DNI, o por no estar identificados en el registro del ANSES.
“Se está violando una cláusula legal que es una garantía que tiene la Ley 26.061, que establece la intangibilidad de recursos destinados a las infancias. Sin embargo, vemos que los recursos no son intangibles– se reducen. No solo que no se quedan en el mismo nivel, sino que cada año van perdiendo su nivel de inversión”, apuntó Zanino.
Propuestas para revertir la situación
En marco del período electoral, el informe de ACIJ e Infancia en Deuda incluyó una serie de recomendaciones para que el próximo gobierno tenga en cuenta para poder reducir –e idealmente terminar– con los índices de pobreza en Argentina.
Para asegurar la alimentación básica de niños, niñas y adolescentes en situaciones de vulnerabilidad, las organizaciones recomiendan empezar por ampliar el Programa Alimentar para incluir a adolescentes entre 15 y 17 años que hoy solo perciben el AUH y que son quienes están más lejos de alcanzar la canasta básica alimentaria. A valores de 2023, el costo de esta propuesta sería de $255.087 millones, lo que equivale al 0,15 por ciento del PBI y al 0,69 por ciento del presupuesto.
Las presentadoras también sugieren continuar por garantizar que cada niño, niña y adolescente que percibe el AUH reciba un monto que cubra el valor de una canasta básica. Esta propuesta también implicaría la incorporación del PA a la AUH como una política unificada. A valores de 2023, el costo de esta propuesta sería de $622.228 millones, lo que equivale al 0,36 por ciento del PBI y al 1,68 por ciento de presupuesto.
Finalmente, recomiendan incluir también a niños, niñas y adolescentes beneficiarios de Asignaciones Familiares del rango más bajo. A valores de 2023, el costo de elevar dichas prestaciones hasta una canasta básica alimentaria sería de $1.2 billones, lo que equivale al 0,74 del PBI y al 3,44 por ciento del presupuesto. Desde ACIJ afirman que este costo es menor a lo que el Estado deja de recaudar por la quita en el impuesto a las ganancias a sectores de mayores ingresos, o sea el 0,83 por ciento del PBI.
“La dificultad de nuestra propuesta es que implica aumentar la inversión”, concluyó Zanoni. “No hay que ajustar en prestaciones básicas destinadas a una población que tiene una protección especial por convención, más aún en estos grupos especialmente afectados. En todo caso sería una cuestión de prioridades de estas políticas. Es decir, ¿qué prioridades vamos a establecer de acá en adelante como Estado?”
Las personas detrás de cada dato de pobreza
Todos los voluntarios del barrio El Silencio que hablaron con Infobae tenían algo en común. Cuando vieron pobreza extrema, decidieron no mirar para el otro lado.
“Donde uno ve un dato de pobreza, lo ve cuando conecta con la persona, conoce sus problemáticas, sus dificultades, y ahí está en uno intentar hacer algo por ayudar o por mejorar”, agregó Juan Ignacio Castellaro, voluntario de Por El Silencio. “Un alto índice de pobreza, que es la ciudad más pobre, te da desesperanza– no te voy a decir que no. Pero recordar el rostro de la persona, el abrazo de un chico o de una chica, es lo que te motiva a decir bueno, ante esta situación, vamos a hacer algo más, vamos a buscar una nueva acción para transformarle algo de la vida a esa persona. Eso es lo que nos conecta al barrio.”
Detrás de cada persona hay una historia, y lo que las une a todas es su condición humana.
“Son personas con un corazón enorme. Muchas veces hay historias que uno las conoce solamente cuando se sienta a hablar con una persona, cuando se para en la vereda a tomar mate con alguien en el barrio y te cuenta su historia de vida, que está cargada de sufrimiento, de heridas, de dificultades, y que a pesar de todo, buscan una mejor vida para su hijos, buscan dejarles algo a sus seres queridos, entonces buscan trabajo, buscan moverse, buscan hacer las cosas bien, a pesar de tantas dificultades, y que en la vida no tuvieron tantas oportunidades”, concluyó Castellaro. “Yo creo que eso es lo más destacable; las familias tienen un corazón muy bueno y muy humano, que eso se descubre cuando uno establece un vínculo con la persona, cuando es capaz de mirar los ojos, cuando es capaz de dar un abrazo, cuando es capaz de estrechar una mano, eso es lo más bonito. Nosotros trabajamos muchas veces motivados por eso.”
Si querés saber más sobre la asociación civil Por El Silencio, donar, o colaborar, podés hacerlo a través de https://porelsilencio.com/ o también en https://linktr.ee/porelsilencio.