Entre las sorpresas que vienen alumbrando estas elecciones la última es que se convierta en otro tema de campaña la discusión por la violencia desatada sobre la Argentina durante los años ‘70.
Eso va a suceder a partir de este lunes, a raíz de la convocatoria de la diputada y candidata a vicepresidenta de La Libertad Avanza, Victoria Villarruel, para que se lleve a cabo en la Legislatura Porteña un homenaje a las víctimas de Montoneros y de otras agrupaciones guerrilleras. El evento, presumiblemente, despertó la reacción de las agrupaciones kirchneristas de derechos humanos, sindicatos K y algunos sectores de la izquierda que siempre han sido funcionales al kirchnerismo.
Lo primero que intentó el kirchnerismo es cancelar el homenaje y cualquier tipo de debate sobre la cuestión. Para ellos la violencia política de hace medio siglo no merece ninguna discusión. Solo hubo terrorismo de estado en manos de la última dictadura militar y jamás habrá alguna autocrítica por los atentados y asesinatos de las organizaciones terroristas.
Esa ventana de diálogo es descalificada como “teoría de los dos demonios” y, según lo proclaman en reflexiones más discretas, jamás se ejerce la autocrítica porque esa debilidad favorecería al “enemigo”.
No importa que la justicia penal considere más graves los delitos de terrorismo de estado que los del terrorismo civil. No les alcanza. Consideran a quienes integraron los grupos guerrilleros como luchadores sociales, y por lo tanto no merecerían ningún castigo. En esa construcción política, los crímenes de la dictadura merecen condena y los de la guerrilla no. Así de simple. Como si la muerte de unas y de otras víctimas fuera diferente. Como si la sangre derramada fuera cruel en un caso y justificada en el otro.
Por esa razón, grupos kirchneristas y otros acompañantes útiles irán a manifestarse en la Legislatura Porteña. La idea es impedir el homenaje y generar un nuevo foco de confrontación a siete semanas de las elecciones presidenciales. La campaña electoral ha tenido todo tipo de irregularidades, pero sería una pésima noticia que además se derrumbe en un laberinto de violencia.
La impulsora del homenaje, la abogada, legisladora y candidata Victoria Villarruel hace tiempo que trabaja con las víctimas de los grupos terroristas. Ella ha dicho siempre que nunca defendió a los militares que cometieron asesinatos, los que desaparecieron personas o robaron a los hijos de los terroristas para darlos a familias amigas, pero esa es la acusación que le hacen desde los grupos de derechos humanos afines al kirchnerismo. No hay ni habrá chances de reconciliación entre esos dos extremos.
La intolerancia entre grupos políticos enfrentados en el pasado con cadáveres en el medio no es un atributo exclusivo de la Argentina. En España se mantiene la confrontación entre los descendientes del franquismo y los de la izquierda a más de ochenta años de la Guerra Civil que ensangrentó a ese país, y lo mismo le sucede a Colombia entre las víctimas de la guerrilla y los partidos de izquierda. Ni siquiera el acuerdo de paz impulsado por el ex presidente de derecha, Juan Manuel Santos, ni el hecho de que el ex guerrillero, Gustavo Petro, haya alcanzado la presidencia parecen haber sido motivos suficientes para avanzar.
Solo la autocrítica profunda y sincera se puede convertir en una plataforma para restañar las heridas de la violencia armada. Y no hay en la Argentina de este tiempo discursos parecidos a los del ex tupamaro José Mujica. El mea culpa de “Pepe”, y el de otros dirigentes menos conocidos, ha sido la base de los episodios de tolerancia que cimentan la salud de la democracia uruguaya.
Aunque poco difundida, hay declaraciones autocríticas de la candidata Patricia Bullrich, que siendo una muy joven militante de la Juventud Peronista tuvo momentos de cercanía familiar y hasta de simpatía hacia el grupo Montoneros. Conoció el exilio y siempre se refiere a esos tiempos con la distancia de los errores generacionales.
Pero esas demostraciones no le alcanzan a Juntos por el Cambio para darle al kirchnerismo la batalla cultural en esta discusión. Siempre han tenido una actitud defensiva, que ahora los libertarios de Javier Milei intentan aprovechar.
En una lúcida columna publicada en La Nación, el periodista y gran escritor Jorge Fernández Díaz explica ese dilema con un título que deja muy en claro las cosas desde el comienzo. “Los republicanos calientan la pava y Milei se toma el mate”, plantea el análisis, desarrollando luego una hipótesis interesante. La posibilidad de que al populismo de izquierda (el kirchnerismo) lo reemplace un populismo de derecha (los libertarios), y que por defender a las víctimas de los grupos guerrilleros se terminen avalando los crímenes de los militares terroristas de estado.
Lo que sin dudas atraviesa a la sociedad argentina es un cambio de paradigma. La crisis económica de estos cuarenta años de democracia, sumada a la crisis de valores que generó el kirchnerismo en las últimas dos décadas, parecen haber abonado el terreno para un debate democrático sobre los derechos humanos bajo otra luz. La luminosidad de la autocrítica, que siempre brilló por su ausencia en la Argentina. La soberbia es la que siempre dominó el escenario del país y la que jamás permitió revisar el pasado.
Hace apenas cinco años, el entonces ministro de Cultura porteño, Darío Lopérfido, hizo declaraciones públicas desestimando que la cantidad de desaparecidos durante la dictadura militar haya sido de treinta mil, el número que promocionaron algunos grupos de derechos humanos. No importó que el radicalismo, partido del que provenía Lopérfido, haya sido el sector que juzgó a las juntas militares. El fuego de la cancelación cayó fulminante sobre él y Horacio Rodríguez Larreta, jefe del gobierno de la Ciudad, le terminó pidiendo la renuncia.
Tiempo después, Lopérfido se fue a vivir a Alemania y hoy reside en Madrid, desde donde respaldó y trabajó para la candidatura presidencial de Bullrich.
El debate sobre los treinta mil desaparecidos vuelve una y otra vez al centro de la escena, como si los casi diez mil desaparecidos que registró la Conadep (la comisión que integraron Ernesto Sábato, Magdalena Ruiz Guiñazú, Monseñor Jaime de Nevares, el Rabino Marshall Meyer y René Favaloro, entre otros, pero que el peronismo se negó a integrar) en testimonios desgarradores no fueran suficientes para darle la dimensión exacta a la tragedia del terrorismo de estado, incluyendo torturas, muertes y robo de bebés.
Un debate honesto y despojado del marketing político sobre el tema habría aclarado las cosas hace mucho tiempo. Una de las tantas deudas pendientes de la democracia argentina.
Hay un clima renovado sobre esta discusión que lleva a Victoria Villarruel a declarar que la cifra de treinta mil desaparecidos, que algunos integrantes de grupos de derechos humanos reconocen como exagerada intencionalmente en su momento para fortalecer el reclamo en foros internacionales, es a su juicio parte de “una mitología”.
Algo va quedando en claro. Si el episodio Lopérfido hubiera ocurrido ahora, posiblemente no le hubieran pedido la renuncia.
En términos económicos, que es donde con mayor comodidad se mueve, Milei logró poner en marcha una batalla cultural lanzando el proyecto de dolarización. ¿Qué mejor para un país con el dólar disparado que proponer la conversión de pesos en dólares? Después vino la discusión sobre la viabilidad de la propuesta y la cantidad de dólares que se necesitan para adoptar un sistema de economías más pequeñas como las de Ecuador o El Salvador.
Pero al candidato le alcanzó para aventajar a sus adversarios en las PASO y pasar de promesa a favorito en la carrera hacia la Casa Rosada. Allí está Carlos Melconian ahora tratando de explicarle a una sociedad agobiada que la dolarización es magia y que un shock de economía bimonetaria puede acabar con la decadencia argenta.
Con el mismo ímpetu con el que lanzó la dolarización, ahora un poco atenuada, Milei y sus libertarios se animan ahora a dar la batalla cultural sobre la violencia armada que llenó al país adolescente de cadáveres. Con dos tercios de sus votantes menores de treinta y cinco años, es posible que el abordaje de blanco o negro con el que intentan zanjar la discusión les termine dando resultados favorables.
La sociedad argentina está rota en muchos aspectos y los únicos que no parecen advertirlo son los dirigentes políticos tradicionales. Allí radica el éxito de Milei.
“La historia va a juzgar a Javier Milei como el principal referente de un cambio de ciclo en lo ideológico; nunca hubo un Milei de izquierda o un espacio llamado el Socialismo Avanza”, explica el candidato porteño de LLA, Ramiro Marra, en una entrevista con CNN Radio.
Siendo parte de una coalición de varios partidos diferentes, a Juntos por el Cambio le cuestan más estos desafíos que tienen la música electoral de la provocación.
Y hablando de provocación, Milei ha dicho hace un par de años que solía divertirse pegándole a un muñeco con la cara de Raúl Alfonsín, a quien critica ferozmente y lo llama el padre de la hiperinflación.
Es cierto que el gobierno alfonsinista produjo un fracaso económico, el primero desde la restauración democrática y al que habrían de seguir otros tantos fracasos de todos los signos partidarios. Las cifras actuales de la pobreza de la Argentina siempre son la mejor demostración de la caída.
Pero si Milei va a dar, como parece, una batalla cultural sobre el equilibrio en los derechos humanos, va encontrarse con un dato incontrastable: Raúl Alfonsín fue el impulsor de la Conadep y el único presidente que logró que se juzgara y condenara a los militares por terrorismo de estado y a los guerrilleros como Mario Firmenich, Fernando Vaca Narvaja y Roberto Perdía.
Los tres estuvieron presos muy poco tiempo. En 1990 fueron indultados por Carlos Menem, el presidente peronista al que Milei más admira. Al que llama el mejor presidente de la historia.
Milei es el candidato al que las estadísticas le otorgan las mayores chances de llegar a la Casa Rosada. Claro que si pretende llegar a presidente surfeando sobre la ola de un cambio cultural, económico o político, nada mejor entonces que comenzar a trabajar sobre la mochila personal de las contradicciones.