El ingreso de la Argentina al bloque de los BRICS fue un movimiento abrupto que fortalece la estrategia geopolítica de China en su puja por achicar la influencia global de los Estados Unidos. Xi Jinping juega a la disputa del poder mundial con Joseph Biden y se apalancó en la debilidad política de Alberto Fernández para ejecutar una movida diplomática que transformó al país en la pieza más flexible que tiene Beijing en el Cono Sur.
El Presidente intenta construir su propio legado histórico y el líder comunista se aprovechó de ese debilidad personal para poner a la Argentina en un foro que opera como un ariete multilateral contra la Casa Blanca. Sin éxitos domésticos que mostrar en cuatro años de mandato, Alberto Fernández presenta la llegada a los BRICS como un triunfo rutilante de su política exterior. Se trata de un juicio de valor que no dimensiona sus efectos colaterales a nivel internacional.
El tablero mundial funciona con cooperación e interdependencia entre los Estados, pero toma como un valor clave los alineamientos regionales. Argentina actúa en el área de influencia de los Estados Unidos, y su peso geopolítico condicionó históricamente los actos de gobierno de la Casa Rosada. Sin importar la pertenencia partidaria o la perspectiva ideológica del presidente de turno.
Washington cuestiona la decisión asumida por Alberto Fernández y Argentina puede pagar en el futuro ese inesperado movimiento diplomático. Biden apoyó la negociación con el Fondo Monetario Internacional (FMI), habilitó créditos para obras públicas en el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) y en el Banco Mundial (BM), y ahora encuentra que Balcarce 50 aceptó participar de un bloque multilateral que domina China, integra Rusia y tendrá como nuevo socio a Irán.
Xi Jinping es un socio oculto de Vladimir Putin en la guerra de Ucrania y operó en secreto para lograr un acuerdo histórico entre Arabia Saudita e Irán. El régimen saudí siempre fue aliado de la Casa Blanca, actuó como un balance de poder de Teherán en Medio Oriente y mantuvo una posición equidistante con Israel. Pero China acercó a Arabia Saudita con Irán, y puso en falsa escuadra la agenda de Washington con Tel Aviv.
En este contexto geopolítico, no es una casualidad diplomática que los BRICS hayan aceptado la inclusión simultánea de Arabia Saudita e Irán. Allí está la mano de China, y su ofensiva por ocupar todos los espacios posibles frente a la parsimonia del Salón Oval. Xi demostró que ya influye en Arabia Saudita e Irán, y esa influencia implica -entre otras circunstancias- su cercanía táctica a la administración del flujo de petróleo y gas que detentan Ryad y Teherán.
En este complejo y opaco tablero internacional colocó Alberto Fernández a la Argentina con su decisión vinculada a los BRICS. Es decir: el país se pliega a los intereses de China, -y si finalmente se suma formalmente a ese bloque -, compartirá la membresía multilateral con el régimen iraní que financió los ataques terroristas a la embajada de Israel y la AMIA.
Alberto Fernández puso al país a la entrada de los BRICS, y dependerá del futuro presidente decidir si cruza la puerta. Hasta ahora sólo existe una invitación formal que debe ser consumada en 2024. Javier Milei y Patricia Bullrich ya adelantaron que no darán ese paso diplomático, mientras que Sergio Massa se mantuvo en un cauto silencio.
Xi Jinping aportó 18.500 millones de dólares en yuanes que sostienen las reservas del Banco Central, permite que una parte de esos fondos se puedan utilizar para el comercio exterior y fue clave en julio para evitar que la Argentina entre en Arrears (default) con el FMI. Desde esta perspectiva, a miles de kilómetros del Palacio de Hacienda, el líder comunista es un jugador clave en la crisis económica y financiera que afecta a la Argentina.
Milei, Bullrich o Massa enfrentarán una coyuntura difícil con China si llegan a Balcarce 50. Si rechazan la invitación a los BRICS, Beijing puede retirar su apoyo y colocar al país en una situación de extrema debilidad ante los mercados, la producción y el FMI. Xi podría limitar la libre disponibilidad de los yuanes del Banco Central para importar, o correrse del FMI -la última vez condicionó la presión del staff que conduce Kristalina Georgieva-, una palanca dual de poder que el líder comunista tiene a disposición.
Y en este escenario, si apelara a su estrategia de plegamiento de los proxis regionales, Xi estaría en condiciones de mantener los yuanes en el Banco Central y facilitar las negociaciones con el FMI, para exigir a cambio una ventaja que -otra vez- nos pondría contra los Estados Unidos.
Por la decisión de Alberto Fernández, Beijing tendría el suficiente poder de fuego para exigir el control de la Hidrovía, ofrecer aviones militares de última generación o participar en el negocio de las comunicaciones. Un obvio trade off: Xi mantendría el respaldo financiero y exigiría -quid pro quo- entrar en un tablero que Biden aún maneja desde el Departamento de Estado y el Consejo de Seguridad Nacional.
La ecuación geopolítica es fácil de explicar. China nos ayuda a ingresar a los BRICS -usando como pantalla a Brasil- y nos presta una suma irrisoria para sus finanzas -18.500 millones de dólares-, pero a cambio puede manejar la Hidrovía o competir con Estados Unidos en la provisión de armamento clave para las Fuerzas Armadas.
BRICS es un acrónimo que implica a Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica. Con estos países mantenemos relaciones comerciales, y no se necesita este foro multilateral para multiplicar la ecuación expo-impo. Y si desde las usinas del gobierno se intentó argumentar que se podía acceder a créditos del Nuevo Banco de Desarrollo (NDB), faltó añadir que esa posibilidad se consuma si Argentina ejecuta su aporte de capital como socio. Ese aporte son millones de dólares que escasean en el Banco Central.
Y además de compartir ese foro bajo la influencia silenciosa de China, junto a Rusia que invadió Ucrania, Argentina debería estar en el mismo espacio diplomático que Irán, responsable ideológico y sostén financiero de las brigadas terroristas de Hezbollah que atacaron la embajada de Israel y la AMIA.
Sería un triunfo geopolítico de Teherán. Si el país que sufrió dos ataques fundamentalistas decide compartir las deliberaciones con su verdugo, eso se interpretaría en el tablero internacional como un epílogo a las denuncias que Argentina hace contra Irán desde fines del siglo pasado.
Aún más: Ahmad Vahidi, actual ministro del Interior del régimen iraní y responsable del atentado a la AMIA, podría llegar a la cumbre de los BRICS enviado desde Teherán. Una eventual hipótesis que el Gobierno no tuvo en cuenta al momento de decidir el ingreso a los BRICS, y que Irán aprovecharía para asegurar su inocencia en los dos actos terroristas que todavía permanecen impunes.
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