Una intriga rancia y amarga se repetía como una letanía pasada la medianoche del domingo en las sedes partidarias de las agrupaciones que habían quedado en segundo y tercer lugar en las elecciones primarias argentinas. ¿Qué pasó ¿Cómo no vimos el ‘tsunami Milei’? Eran, en boca de la gran estrella de la noche, representantes de “la casta”, el término despectivo que penetró en un tercio de una sociedad harta de ver las mismas caras, los mismos problemas y de nuevo las mismas caras que generaron esos mismos problemas para los que no encuentran solución. “No escucharon el viento”, confió un veterano dirigente a Infobae.
En la fotografía del final de esa larga noche podía verse cómo tres fuerzas se habían repartido cada una un tercio de las preferencias electorales de la Argentina. Pero una era emergente, inesperada. Javier Milei, líder de La Libertad Avanza, realizaba una sorprendente performance que dejaba a Juntos Por el Cambio y a Unión por la Patria en segundo y tercer lugar, las fuerzas que se repartieron el poder tanto a nivel nacional como provincial en la última década y media.
Milei, el economista al que los perdedores olvidaron en sus discursos y mensajes de campaña, se convirtió no sólo en el ganador de los comicios sino en una construcción dinámica compleja que no guarda comparación alguna con aquellas agrupaciones de derecha a la que lo quieren vincular, sino más bien -por trayectoria, surgimiento e histrionismo- con Donald Trump, el presidente número 45 de los Estados Unidos entre 2017 y 2021.
Milei, como Trump, representa ante todo un fenómeno incorrecto. El norteamericano surgió como una estrella televisiva gracias a The Apprentice, un reality show donde el empresario se mostraba crudo, inescrupuloso, desalmado y que decía sin vueltas lo que millones de norteamericanos preferían guardarse y callar. El programa estuvo al aire trece años en NBC, los suficientes como para llevar a cada hogar del país el rostro siempre bronceado y rubio del principal protagonista, el estereotipo de un hombre exitoso gracias a su frío pragmatismo. Para entonces, el multimillonario consideraba que ya estaba en condiciones de ser presidente, su sueño. Sólo le faltaba ganar las primarias del Partido Republicano.
La carrera popular del “Trump argentino” fue todavía más meteórica. Su figura -y las menciones sobre sus ideas- comenzaron a hacerse conocidas durante el gobierno de Mauricio Macri. Fue protagonista del prime time de la televisión argentina haciendo valer a su verborragia, sus conceptos macroeconómicos, su crudeza y sus incorrecciones políticas como una atracción de audiencia. También su violencia dialéctica y su misoginia. Pero donde aparecía generaba rating. Pero lentamente los conceptos que gritaba y el tono que elegía fueron elevándose hasta conseguir ganar la simpatía de cada vez más seguidores -enojados- que lo replicaban como si fuera un monje, un santo. Liberal, por supuesto.
Su defensa del libre mercado y de empresa, más su defenestración constante de los políticos -”¡la casta!”- y del Estado, fueron cantos de sirena para millones de argentinos que veían como sus hijos se marchaban del país o cómo esos mismos hijos no encontraban un futuro atractivo para cumplir sus sueños sin que el gobierno de turno se los devore. Querían libertad y despojarse de unos políticos que por décadas trababa un desarrollo coherente y se alejaba cada vez más de la realidad.
Trump, muchas veces incorrecto, repetidas veces machista y misógino, radicalizado y soberbio, supo adentrarse en los hogares de los norteamericanos con ese discurso llano y desproporcionado. Mucho más que incorrecto. Su doble triunfo electoral -primero en las primarias del Partido Republicano y luego en las generales- fueron acontecimientos con múltiples explicaciones. Una de ellas fue el cansancio popular de escuchar siempre a los mismos protagonistas repetir idénticas proclamas sin que los oigan alguna vez a ellos. Eso generó la estrella de Trump, un outsider de la política.
Milei es eso. Un outsider. Un “hombre común”, incorrecto, desubicado, gritón, imprevisible y acusado de ser misógino, pero principalmente alejado de esa generación dirigencial a la que la Argentina pareció darle la espalda el domingo, que se vistió de “superhéroe” para devolverle una esperanza robada a millones: el líder de La Libertad Avanza en soledad, como un enmascarado, consiguió conquistar diversas clases sociales, franjas etarias y geografías atravesadas por el factor común del desánimo.
En su primera competencia por la presidencia, Trump vio en su rival demócrata, Hillary Clinton, una contrincante con debilidades que encontró fáciles de explotar. En los debates -sobre todo en el primero, de septiembre de 2016- el republicano la atacó sin importarle que se tratara de una mujer, respetada, con una amplia trayectoria. Fue sobre todo eso lo que atacó. El ex conductor de The Apprentice explotó lo que la ex secretaria de Estado portaba orgullosa como un trofeo: su dilatada carrera política. Pero fue justamente eso lo que la sociedad no quería para el futuro del país: un estandarte de la clase política, sin cercanía alguna con los problemas más cotidianos de la gente.
Si el próximo 22 de octubre se repitieran los resultados de este domingo, Milei enfrentaría en balotaje a Patricia Bullrich, la Clinton de Trump. El contraste sería absoluto: el outsider vestido de superhéroe tendría frente a sí a una dirigente que comenzó su carrera política hace 50 años, cuando en 1973 tenía 17 años e iniciaba sus pasos rebeldes en la Juventud Peronista y en Montoneros de la mano de Rodolfo Galimberti. Perseguida luego del golpe militar de 1976, debió exiliarse. Desde su retorno, formó parte tanto de diferentes gobiernos y del Poder Legislativo, con distintos partidos. Aunque frente a sí tendrá una filosa lengua y una dirigente política con experiencia y combativa, será fácil para el incorrecto Milei identificarla -a los gritos- con “la casta”, a la que castigó el 30 por ciento de la sociedad.
Bullrich tendrá una dura tarea en no parecerse a Hillary Clinton.
Como fenómeno incipiente, no se puede conocer el tiempo que durará el momentum de Milei. El de Trump aún late. Marcó una nueva corriente masiva conservadora en los Estados Unidos que resulta difícil de desarmar por sus rivales, internos o externos. Aunque lo acusen de cualquier delito o aberración, suma seguidores y adeptos. Es probable que el precandidato republicano se quede con las elecciones primarias de su partido y nuevamente enfrente a Joe Biden por la Casa Blanca.
Miles de kilómetros al sur del continente, la experiencia parece repetirse. Y Milei parece haber encontrado a su Clinton.
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