Crónica de una jornada complicada en CABA: largas colas, máquinas que fallan y el fastidio de los votantes

La convivencia del sistema electrónico para la elección de los cargos de la Ciudad y el de la boleta de papel para los cargos nacionales produjo largas demoras. La crónica de una mañana que empezó con esperanza y buen humor y fue mutando al malestar y el fastidio por las largas esperas

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En la Facultad de Medicina
En la Facultad de Medicina las filas eran muy largas. Un promedio de 50 personas por mesa. De a poco el fastidio fue ganando el ánimo de los votantes (Roberto Almeida)

Es media mañana y los pasillos de la planta baja de la Facultad de Medicina están abarrotados. En la entrada, dos auxiliares se ofrecen a explicar el procedimiento y mostrar con una máquina cómo realizar el voto electrónico. Cuando los votantes se asoman al pasillo y ven la cantidad de gente que hay, no aceptan el convite y se apresuran a dirigirse a su mesa. Hay filas largas en cada una. La gente espera con paciencia. En una de las mesas se inicia un aplauso entusiasta. Es la celebración por un debut electoral, una adolescente vota por primera vez. Una señora mayor, de más de 80 años, de caminar lento pero erguido, recibe la invitación de dos compañeros de fila para que se acerque a la mesa y no espere. La señora dice que no tiene problema ni apuro, que si sienta un rato está bien para ella. Le insisten y uno de los fiscales la invita a acercarse. Reina la amabilidad. Las autoridades felicitan a la mujer por su entusiasmo cívico, por seguir participando en las elecciones pese a no estar obligada. En la mesa de al lado, el presidente reta a un hombre que estira el cuello y espía el sufragio electrónico de otra persona.

Cerca de las 11 de la mañana en cada mesa hay unas treinta personas esperando. Todavía predomina el buen humor. Alguien se queja de que la mesa se abrió tarde.

Sólo un votante por vez pese a que haya dos sistemas diferentes de votación. Alguien se acerca y pregunta por qué mientras uno está en la máquina, otro no puede ir al biombo a buscar su boleta de papel. La respuesta es razonable: la máquina y las boletas de papel están demasiado cerca y se puede ver qué está votando el otro. El voto ya no sería secreto. Veinte minutos después, el presidente y un fiscal después de un breve cabildeo, se levantan y se dirigen al biombo. Levantan una pared cada uno y lo giran 45 grados: ahora desde la máquina no se ve lo que ocurre detrás del biombo. Llaman a los siguientes dos y los que esperan aprueban la iniciativa para apurar el trámite.

Temprano, por la mañana, la jueza electoral de la Ciudad, María Servini alertó sobre el funcionamiento del sistema de voto electrónico, de la demora en la llegada de las máquinas y de otros problemas. Al mediodía ante las quejas de los ciudadanos, una nueva resolución “el mal funcionamiento o la imposibilidad de que funcionen las máquinas de votación de la elección local, no interrumpe ni impide que comience la votación de la elección nacional”. Lo que estaba diciendo era que la votación en papel podía continuar.

En cada escuela la escena se repite. Hay gente que necesita asistencia para votar en la máquina. Otros tardan en encontrar su candidato. A algunas personas mayores se las ve preocupadas en la fila o en las sillas en las que esperan que los llaman: tiene miedo de no saber utilizar la máquina. Mirta, un ama de casa jubilada, pide que la ayuden. El presidente se levanta de inmediato y le explica con paciencia. En cambio, Susana, docente jubilada, hace muy rápido detrás del biombo y luego de poner el sobre en la urna, se dirige a la máquina. Menos de un minuto después, se dirige a la segunda urna con su tarjeta doblada. Sonríe, está muy satisfecha con su veloz accionar. Ya lejos de la mesa, confiesa que había llevado la boleta de su candidato en el bolsillo del abrigo para no demorar y que había estado viendo tutoriales de la votación electrónica que le habían enviado sus hijos.

Una máquina se traba y
Una máquina se traba y un técnico reinicia el sistema. La espera para reanudar la votación tomó más de 15 minutos. (Roberto Almeida)

Dos horas después esa placidez, ese clima de concordia cívica se deshace. Ya es la hora del almuerzo. Cada vez que un anciano se acerca a votar no falte quien dude de su edad, que se queje de su buen estado físico. A los chicos que votan por primera vez ya casi nadie los felicita, los aplausos son escasos y apagados. Las filas en la planta baja de la Facultad de Medicina cada vez son más largas. Ahora, en las ocho mesas de la planta baja, hay un promedio de 50 personas esperando. Las filas que eran rectas y ordenadas, en las que la conversación entre desconocidos fluía, ahora se retuercen sobre sí mismas. Se escuchan bufidos. Una pareja de unos cuarenta años, ella médica y él empleado de la AFIP, confiesan a este cronista que están pensando en cambiar el voto. Están enojados. Una chica joven manda un mensaje de voz: “Llego tarde a comer. Tengo para más de una hora acá”.

En la mesa 829, para esa hora habían votado 72 personas de las 347 habilitadas.

En la mesa 831 la máquina falla. El votante endurece su gesto. Intenta durante unos minutos. La presidenta de la mesa se acerca y le pregunta si necesita ayuda. El hombre, de unos sesenta años, le dice que la máquina se trabó. Llaman a una técnica. Una chica joven, de veintitantos años, se acerca al lugar. Lleva un chaleco beige que en la espalda dice Asistencia Técnica. Conversan los tres brevemente. La chica busca una solución. La gente en la fila no desespera. Se ensombrece su gesto pero nadie se queja en voz alta. La técnica, finalmente, reinicia la máquina. Después del reseteo, se reanuda la votación.

La joven que lograr destrabar el mecanismo prefiere no dar su nombre. Dice que son tres técnicos los que están en el lugar para resolver los problemas informáticos. Que ese, hasta ese momento, fue el primer inconveniente de la mañana luego de que las pusieran en funcionamiento. Cuenta que también tiene algunas máquinas de repuesto para reemplazar alguna que definitivamente no funcione. Casi una hora después, surge otro problema en la Mesa 827. Otra vez hay que resetear. Uno de los fiscales cuenta que recién se pudo empezar a votar a las 9.30 porque se tardó mucho en tener todo listo y en que funcionara el dispositivo de la boleta electrónica. Después de 15 minutos pueden seguir votando. A las 52 personas que integran la fila, hay que sumarles las 5 ancianas que sentadas esperan su turno al costado de la mesa.

En el subsuelo de la
En el subsuelo de la Facultad de Medicina, el panorama era diametralmente opuesto. Eran las mesas para votantes extranjeros. No había filas ni movimiento. En una de las mesas ya pasado el mediodía sólo habían sufragado 8 personas (Roberto Almeida)

En el subsuelo de la Facultad hay otras ocho mesas, pero el panorama es absolutamente diferente. No hay colas, apenas 1 persona votando en toda la planta. Las autoridades de mesa comen galletitas y charlan entre ellos. Son mesas para extranjeros. Al mediodía, de los más de 300 habilitados para votar en la Mesa 9242 sólo lo habían hecho 8. Alguien se acerca y pregunta si necesitan algo. La presidenta, una mujer de alrededor de 30 años dice que preferiría que hubiera más movimiento, que se aburre un poco. Le responden que un piso más arriba la situación está tornando a infernal, que las filas cada vez son más largas y que la paciencia se está terminando.

Cerca de la Facultad de Medicina, en el Colegio de La Salle, las filas largas saliendo de las aulas, convergen en el precioso patio que alberga el secundario. Esas colas son como ejes de una rueda. La espera parece menor que en la Facultad de Medicina, aunque la fila menos voluminosa cuenta con dos decenas de personas.

Mientras se recorren las cinco cuadras que separan un sitio del otro, el WhatsApp se llena de mensajes y fotos con escuelas con muchedumbres en sus puertas y pasillos. En Devoto, en Flores, en el Microcentro, en Nuñez, en Mataderos. Tal vez la última elección con tanto tiempo de espera en la Ciudad fue la primera del regreso democrático. Pero en 1983, el ánimo era diferente. A nadie le molestaba esperar, las colas significaban que volvía la democracia, que había una alta participación, que había esperanza. Ahora con la falta de costumbre para la espera y con el hábito del voto continuado, el ánimo de los votantes ante las dificultades es diferente.

En la Escuela N°22 Carlos J. Benielli de Almagro, poco después de las 11 de la mañana las colas eran abigarradas. La demora era de alrededor de una hora y media. Los votantes van perdiendo humor y la gente mira el teléfono, escrolléa Twitter y comparte en voz alta las quejas de otros usuarios. Que en otros sitios de la Ciudad suceda lo mismo, no parece hacerlos sentir más acompañados sino que potencia el fastidio. El que cuando ingresó tenía veinte personas adelante, al emitir su voto tiene detrás cuarenta personas. La espera se duplicó y es difícil calcular cuánto van a tener que aguardar: algunas personas finiquitan el trámite en poco más de un minuto; otros tardan casi 10.

El voto de Patricia Bullrich termina graficando todos los problemas. En vivo por todos los canales de noticias, casi en cadena nacional, el país ve como la precandidata presidencial, tiene dificultades para emitir su voto electrónico. Tarda casi veinte minutos. Después en sus declaraciones, cuenta que tuvo que votar siete u ocho veces, que le salió un candidato distinto al que ella eligió y que la máquina, además, se trabó.

Con el correr de las horas, y en especial con la acumulación de los votantes y del aumento en la longitud de las filas, las autoridades de mesa flexibilizan las condiciones. En la mayoría permiten que mientras una persona emite su voto electrónico para la contienda comunal, otra pase al biombo a elegir la boleta de papel para los cargos nacionales.

Luego de la recorrida por cinco puntos de votación, de recibir decenas de mensajes de wasap en los grupos familiares, de amigos y laborales, y de leer las quejas en las redes sociales, se puede llegar a algunas conclusiones bastante evidentes.

El problema, en este caso, no reside en la disyuntiva entre boleta de papel y voto electrónico. Sin entrar en la seguridad del voto, las posibilidades de hackeo y demás, las máquinas, hasta el momento, andaban razonablemente bien, con un porcentaje de falibilidad bajo, que no alcanzaba el 5%. El verdadero inconveniente es la convivencia de los dos sistemas. Eso multiplica los tiempos y enlentece todo el procedimiento. Incorpora no sólo un engorroso paso más (regreso a la mesa, otro sobre o boleta según el caso, otra decisión, otro chequeo de las autoridades y otro voto en otra urna) y provoca colas largas, impaciencia y desalienta la participación. Los habitantes de Capital Federal, donde no se suelen votar tantas categorías y las boletas suelen ser bastante cortas, no están habituados a demorar demasiado sufragando. Hoy, excepto para los muy tempraneros, la espera fue de cuarenta minutos a casi dos horas, según el lugar y el horario.

Una de las máquinas puestas
Una de las máquinas puestas en la entrada de los lugares de votación para que la gente conozca el sistema (Roberto Almeida)

En la puerta de una escuela de San Telmo, dos adolescentes vuelven a la calle dos minutos después de haber ingresado. Cuando me acerco a preguntarles, dicen que hay demasiada gente, que se van sin votar. “Total son las PASO”, explican cómo dando a entender que en las elecciones de octubre volverán. No se los veía enojados, ni frustrados.

Mientras se especula que la justicia electoral puede extender el horario de votación, hay nuevas noticias de parte de Servini Cubría. Informa que alrededor de 250 máquinas no funcionan ni fueron reparadas. El porcentaje sigue siendo bajo dentro de las miles de mesas disponibles. Pero las demoras siguen siendo largas. Muy largas.

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