Paula Abal Medina nació en 1975, unos meses antes de que el cielo de Argentina se oscureciera con las nubes negras de la dictadura. Creció sin su padre -una figura jerárquica en el peronismo de esos años, refugiado en una Embajada extranjera en Buenos Aires-; con la presencia intermitente de su madre -escondida, buscada por los militares por ser militante- y cobijada en los brazos de sus abuelos maternos, que la criaron en el día a día hasta que volvió la democracia y la vida, más o menos, retomó cierta naturalidad.
Estudió en escuelas públicas, fue presidenta de un centro de estudiantes, trabajó en el Estado durante el gobierno de la Alianza, ganó una beca en el Conicet, y antes de eso vendió hamburguesas en un McDonald’s, de donde la echaron por regalar las que sobraban a los chicos de la calle.
La experiencia le sirvió, consciente o inconscientemente, para enfocar su carrera de Sociología en las cuestiones del trabajo. Con un camino construido en la academia, un matrimonio de largo aliento, dos hijos adolescentes y un aporte militante silencioso, de base, en los barrios, Paula Abal Medina, hija de la “nobleza” peronista, jamás (se) imaginó que, a los 48 años, su rostro y su nombre estarían impresos en una boleta replicada millones de veces en miles de cuartos oscuros de todo el país al lado de Juan Grabois: precandidata a Vicepresidenta por Unión por la Patria.
“Nunca quise usar el apellido, siempre fui un poco acomplejada, lo sentía como una carga, entonces me dediqué a la investigación académica, a la sociología del trabajo, le escapé a ese lugar donde existía la posibilidad de que alguien me dijera ‘no te aproveches de tu apellido, no te cuelgues de eso’”, cuenta Abal Medina, sentada en un sillón de su casa sobre la frontera de los barrios porteños Palermo y Almagro.
Su padre, Juan Manuel, fue el último Secretario General del Movimiento Nacional Peronista, delegado del propio Perón y uno de los artífices de la vuelta del líder después de su exilio en España. Su rostro es célebre porque ocupa una porción de la famosa foto en las que está el General bajo el paraguas de José Rucci en Ezeiza.
Su madre, Nilda Garré, fue diputada peronista en 1973 y ministra de Defensa durante el gobierno de Néstor Kirchner y de Seguridad en el de Cristina Fernández. Además tuvo una participación activa en las denuncias de las desapariciones durante la última dictadura. “Siempre busqué resguardarme porque vivimos bastante expuestos nuestras infancias, no sé, creo yo, psicología barata”, sonríe la precandidata.
Juan Grabois descubrió el aporte intelectual de Abal Medina una década atrás. Paula escribía sobre el nuevo y cada vez más amplio universo de los trabajadores informales, de la economía popular y sobre la falta de reconocimiento hacia ellos de parte de las instituciones sindicales tradicionales, especialmente la CGT. Al referente social le atrajo su cabeza y la sumó a su trabajo en los barrios.
“Hay que crear algo para ese otro mundo que sigue muy a la intemperie 11 años después. Hay que equiparar derechos, licencias por enfermedad, aportes, asignaciones familiares. Los trabajadores no registrados son un montón, hay 11 millones afuera del sistema”, sintetiza la base de su pensamiento y lo que podría ser la ruta central de su eventual camino al gobierno.
Cuando tenía 17 años, y mientras presidía el centro de estudiantes desde su agrupación “Nuevos trapos” en la escuela, entró a trabajar en la cadena de fast food de la M amarilla en un local de Palermo. La pusieron a atender al público en la caja. Por una cuestión de protocolo bromatológico cada día se tiraban muchas hamburguesas en buen estado. Paula y sus compañeros de trabajo debían ponerlas en bolsas de residuos y sacarlas por la puerta trasera del shopping en el que operaba la tienda.
Afuera esperaban decenas de personas pobres o en situación de calle. Paula y tres compañeras decidieron que menos indigno sería convocar a los chicos a la puerta del local y darles la comida en la vereda pero servida en sus bandejas. “Me echaron por eso”, recuerda ahora. Y hace un silencio. Y agrega: “Quizás ahí empieza mi afán por investigar la sociología del trabajo. Mi primera ponencia sobre el tema se llamaba ‘La macdonalización del trabajo’ y era por la bronca que me dio trabajar ahí. Nunca lo había pensado”, comenta.
En esa época, para Paula era difícil autopercibirse peronista. Eran los tiempos de Carlos Saúl Menem y el neoliberalismo. “Nuevos trapos era una agrupación donde el discurso era más de aguante, de resistencia a las leyes del menemismo, más rockera y menos política”, cuenta. Una foto que aún conserva exhibe una bandera naranja de Nuevos trapos que dice “Paula Abal presidenta”.
Si la pasión por la actividad política se heredase genéticamente el destino de la candidata a vice de Grabois estaría escrito desde el minuto cero de su vida dada su galaxia familiar. La vida le cayó en una época violenta. Y su infancia terminó moldeada por el contexto de absoluto terror político estatal. El 24 de marzo de 1976, diferentes patotas parapoliciales entraron las casas de su familia. Además del rol de su padre Juan Manuel Abal Medina en la Juventud Peronista y como mano derecha del General, flotaba en la paranoia de los dictadores el fantasma de Fernando, hermano de Juan Manuel y tío de Paula, fundador de Montoneros, asesinado en 1970 en un tiroteo con la Policía.
Su mamá Nilda se escondió. Su padre se refugió en la Embajada de México, de donde iba a salir muchos años después. Esa misma noche, su tío Raúl Alberto saltó desde un séptimo piso, de un balcón a otro y se escondió en lo de una vecina. Sobrevivió. Desde ese momento Paula creció con sus abuelos maternos. Raúl había sido dirigente en Luz y Fuerza y delegado en Segba, de él también mamó peronismo. Y su abuela, que vivió hasta los 100 años, le narraba hitos de la leyenda de Evita.
“Quedé a cargo de mis abuelos maternos y me gustaba estar con ellos. A mi vieja la veíamos cada tanto, estuvo escondida pero siguió cumpliendo un rol muy jugado, porque siguió presentando hábeas corpus por los desaparecidos, una mina de una enorme diginidad. Tengo registro de amenazas por teléfono, mi familia fue muy perseguida y es un milagro que estén vivos los dos. Fue una infancia triste, uno vivía con miedo en el ambiente, mucha paranoia, una vez fuimos a la casa donde mi vieja vivía en Las Heras y estaba abierta y toda rota”, relata y se frena, como si quisiera borrar lo dicho: “Aunque no me gusta hacer de eso una victimización porque tengo amigos y compañeros con padres desaparecidos”.
Su papá evitó ser asesinado por las fuerzas armadas. Pero pagó con encierro. Estuvo refugiado en la embajada mexicana durante más de 2.200 días. Tenía 31 años cuando logró el asilo y 37 cuando el gobierno argentino le dio un salvoconducto para abandonar el país, ya cuando se olfateaban los vientos democráticos.
“De mi viejo me acuerdo mucho de ir a visitarlo a la Embajada y que nos cocinara. Sobre el final de la dictadura recién pudimos entrar. Al principio fue muy difícil porque estaba rodeada de milicos. Tengo muchos recuerdos, una Nochebuena que me regalaron un sacapuntas eléctrico, era espectacular, y mi viejo me hacía postrecitos de chocolate y lemon pie, que cocinaba él. Era muy cariñoso, también tengo la imagen de mirar en la tele noticias de la guerra de Malvinas”, recuerda.
Su padre recuperó la libertad y se fue a México, donde vivió durante muchos años. Todo ese tiempo, padre e hija perdieron el contacto. Juan Manuel y Nilda se separaron, el abuelo Raúl murió en los inicios de 1983 y unos años después su mamá dio a luz a su hermana Florencia Suárez. Al cabo de un tiempo -años- retomó el contacto con sus hermanos que vivían en el norte del continente: Juan Manuel, Santiago, Fernando y María.
Al final del secundario, Paula se reencontró con su padre y simultáneamente le empezó a caminar por dentro el bicho de la militancia política activa. “Con él retomé el contacto en el 91 ó 92. Construimos una relación muy linda, me invitaba a cenar bastante seguido”, narra. Su padre seguía en México pero empezó a venir a Buenos Aires con frecuencia. Iban a Edelweiss porque a Juan Manuel le fascinaban las chauchas salteadas con jamón que cocinaban ahí. Y hablaban de política. “Tuvimos una relación muy hermosa”, sonríe.
Las charlas con su padre, el peso de su vínculo estrecho con Perón, la influencia social de sus abuelos maternos, todo eso germinó en Paula su lado militante. “En los 90 los que hablábamos de política éramos medio bichos raros. Empecé a hacer apoyo escolar en un lugar de la villa 20 y a notar lo difícil que es construir en política, porque mucha gente que venía se fue yendo y me quedé medio sola. Nunca dejé de militar, pero luego empecé con las tesis y me vinculé desde lo académico con diferentes militancias”, cuenta. Así, por ejemplo, acompañó los reclamos de trabajadores de una cadena de supermercados estadounidense y estudió al auge de los empleos precarizados en los call centers a inicios de los 2000.
Protestó contra De la Rúa en la Plaza de Mayo en 2001, corrió con los gases y las balas como corrieron muchos de los jóvenes de su generación. Unos años antes había trabajado para el gobierno del cordobés. Fue como becaria en el Ministerio de Trabajo, hasta que asumió Patricia Bullrich en esa cartera y se pudo ir, tras aplicar una beca en el CONICET. “Bullrich hacía espionaje en los comedores y en los piquetes”, recuerda. Más cerca del Frepaso votó a Bordón y en 2003 apostó en las urnas por un casi desconocido Néstor Kirchner. Sus compañeros de militancia barrial decían que había que votar en blanco, que el patagónico era para pequeñoburgueses porteños.
Se enamoró del proyecto kirchnerista al año siguiente, cuando el entonces Presidente pidió perdón en nombre del Estado desde la ex ESMA y descolgó el cuadro de Videla. “Con Néstor me emocionaba porque nunca pensé que sería posible escuchar lo que decía él, veníamos del menemismo, corporizó un discurso progresista que no tenía referentes”, explica.
Ese florecimiento de un peronismo que conmovía y se cocinaba en el caldo de su propia épica, es lo que ahora extraña y, quizás, lo que la motiva a jugar en las grandes ligas de la política, ya sin “esconder” su apellido.
- A mi viejo no lo recuerdo angustiado, es un tipo de temperamento alegre, no es de hacer chistes pero es alegre. Y lo que él me transfirió mucho fue esto de sintonizar con el mejor momento del peronismo, no con el derrotismo, por eso su libro (”Conocer a Perón. Destierro y regreso”, de editorial Planeta), es contar la historia desde la victoria y no desde la derrota. Él insiste en que el peronismo tiene que ver con las grandes victorias y con la transformación y que el derrotismo es un sentimiento ajeno.
- Y sin embargo el derrotismo en esta última época de gobierno fue muy fuerte.
- Creo que hay algo de una dirigencia política que está muy acostumbrada a que no se puede hacer nada, que no tiene ese espíritu de transformación que tenía Perón en el 45, de ese peronismo que de la nada hizo todo. Para mí hubo de entrada una llegada al gobierno sin vocación de querer cambiar las cosas.
Para Paula Abal Medina todo el peronismo está en su primera etapa. Las claves para entender al movimiento se descubren ahí. “El primer peronismo me deja azorada, me produce admiración. Yo le digo a mi papá que me gusta más el coronel Perón, que el general Perón, el tipo que desde una repartición de quinta categoría, que era el Departamento de Trabajo, creó la Secretaría de Trabajo y Previsión”, detalla y se entusiasma y avanza. “Metió 50 mil cositas que estaban sueltas en el aparato estatal ahí adentro, creó la dirección de la Mujer Trabajadora, incluyó el voto. Me gusta el Perón el que se construyó de la nada, me parece fascinante”.
Abal Medina bucea sobre el misterio de Perón y amplía: “¿Cómo hizo ese tipo para ir más lejos, casi, que la imaginación de su época? Obviamente, la Evita que empadronó a todas las mujeres del país me provoca mucha admiración y Cristina, que es una inspiración en muchos sentidos, que llevó adelante políticas muy importantes, y que vas a los barrios y hablan con amor de ella, mal que les pese a un montón.
Para ella el futuro del peronismo está determinado por la comprensión de los principios iniciáticos. Quien mejor los interprete y los adopte a estos tiempos podrá representarlo: “Creo que en el futuro hay algo de los hijos de la generación diezmada que va a funcionar, algo que es indestructible, de ese dolor, que te reconocés y todo lo que se supo hacer con eso. Hay un montón de dirigentes honestos en los que apostar, por ejemplo, Kicillof. Pero Juan viene dando buenos pasos en este tránsito de dirigente social a político. Para mí hay que reconstruir una unidad de mayoría social, porque lo que pasó con Alberto fue una unidad de estructura, pero no generó fuerza, lo que la genera es la unidad social. Eso hay que armarlo de nuevo y Juan tiene mucha potencia”.
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