Cualquier resumen de encuestas sobre intención de voto para las PASO -y circulan algunos comparativos en estas horas- expone diferencias abismales entre los relevamientos. Es parte del juego, junto a los correspondientes recelos sobre autores y difusores. Pero las inquietudes de la mayoría de los candidatos no se nutren exclusivamente de esos números, sino también de las especulaciones sobre los niveles de participación y los ajustes de foco para sumar algo en esa incierta y heterogénea franja de electores. Eso, atado además a las dificultades para decodificar el clima social en los umbrales del cuarto oscuro, con datos que cruzan economía y política.
La cuestión de fondo es si está ocurriendo algo debajo de la superficie que nadie alcanza a ver, ni los sondeos ni los equipos de campaña. Es quizá el mayor componente de incertidumbre. El mayor esfuerzo estuvo reducido a tratar de explicar cierta baja en los niveles de participación en la seguidilla de 18 elecciones provinciales. El promedio de asistencia rondó el 70 por ciento, unos cuatro o cinco puntos a la baja. El otro dato fue el voto en blanco, que osciló en los 5 puntos. No resultó alarmante, pero sí ineludible en una campaña que estuvo lejos de generar interés.
En ese conglomerado seguramente conviven desinterés puro, enojo y otras expresiones de la crisis económica y del desgaste político. El discurso del oficialismo prefiere ver “desilusionados” a los que habría que reconquistar. La oposición de diferente modo apunta a canalizar el malhumor y revertir la parte que les toca. Y las hipótesis en general son dominadas por cálculos menores sobre beneficiarios o afectados por un mayor o menor grado de participación.
La exhortación a votar de casi todos los candidatos expone las dificultades irresueltas por la campaña. Sergio Massa lleva el peso de la condición de ministro y candidato del oficialismo, además del interrogante sobre Juan Grabois, es decir, si sólo contiene una franja menor de voto duro o complica la aspiración a ser el candidato más votado individualmente. Patricia Bullrich y Horacio Rodríguez Larreta exhiben la competencia más dura en las PASO. Y Javier Milei intenta reponer el imaginario de tercero con chances firmes.
En el oficialismo existe fuerte malestar con la escalada del dólar. No alcanza a explicarse y exponer por qué supera la especulación propia de los procesos electorales. Y no anota cuestiones de gestión y los efectos de una interna desgastante, que deterioró y relegó a Alberto Fernández y que sigue pendiente de los gestos de Cristina Fernández de Kirchner.
Hay datos que surgen más allá de la voluntad o del calendario oficial. En el Gobierno, en sentido amplio, ven una operación política en la estimación pública de pobreza que se hizo sobre el primer trimestre de este año en base a datos del INDEC. Y, aún previsible, anotan como un elemento en contra la circulación de estimaciones sobre la evolución de los precios, que en julio habría revertido la señal de desaceleración de junio y que este mes proyecta un número otra vez alarmante.
Los datos sobre pobreza indican que en los tres primeros meses de este año llegó al 38,7%, es decir, 4,5 puntos porcentuales más que en igual período del 2022. Eso oscurece aún más el panorama sobre lo que marcará el primer semestre de este año. El número será difundido oficialmente en septiembre. Las estimaciones apuntan a más del 40%. Y eso volvería a marcar el peor fracaso político, de arrastre y profundizado, que indica que la pobreza estructural estaría por encima de los 30 puntos.
Las cifras exponen, con cada publicación, la foto de la crisis, esperable para cualquiera que siga con atención los registros mensuales del IPC y, sobre todo, de las canastas Básica Total y Básica Alimentaria, que corrieron incluso por encima del índice general anualizado. La inflación de julio estaría alrededor del 7%, según consultoras privadas. El informe del INDEC, se sabía, será publicado dos días después de las primarias. Entre tanto, agosto anota una nueva escalada.
Con todo, no se trata de temas que hayan estado en el temario electoral, que incluyó cruces pero no generó debate. El oficialismo trató de evitar la cuestión en la campaña y llegó a la negación como expresión de la Casa Rosada. En Juntos por el Cambio, prefirieron no abundar por razones de conveniencia o de convicción frente a la gravedad del cuadro, en tiempos electorales.
Hay recorridos inversos en este final de campaña. JxC buscó apaciguar la interna después de enfrentamientos duros y en continuado entre Rodríguez Larreta y Bullrich, con el añadido siempre inquietante del juego personal de Mauricio Macri. La pelea en el PRO dividió aguas también en la UCR. El punto máximo, al borde del abismo, fue por la intempestiva movida de Rodríguez Larreta y Gerardo Morales para tender un puente con Juan Schiaretti en la antesala de las elecciones de Córdoba. Nunca pudo explicarse la oportunidad, temporal y política: un acuerdo antes de las pruebas nacionales -primarias y generales- para construir gobernabilidad futura sobre una base incierta de respaldo electoral.
Los principales socios de la coalición opositora sostuvieron, incluso en los momentos más ásperos de la pelea, que no había riesgo real de fractura, porque sería el fin de JxC. Pero el punto fue el efecto externo: desgaste autoinfligido. Las tratativas para ir acomodando en niveles razonables la competencia en las PASO hilvanaron después un par de fotos de conjunto y un acuerdo para unificar el búnker de la noche del domingo que viene. Se verá a partir del resultado cómo se acomoda e integra la interna.
El recorrido de UxP es otro. La postulación de Massa junto a Agustín Rossi nació como lista casi única. Por afuera, y avalado como margen, sólo quedó espacio para el juego de Grabois. La campaña, de hecho, comenzó con actos oficiales que mostraron el aval público de CFK y la presencia del Presidente, por momentos incómoda, en algunos de los encuentros. El final, es otro.
Desde entonces, la ex presidente se mantuvo prácticamente en silencio, más allá de las difundidas aclaraciones sobre el mantenimiento del diálogo con el ministro. Contra lo que se había planteado en principio, estuvo alejada públicamente de la campaña, fuera de algún foco específico -La Matanza, algún cruce con Macri-, también en la provincia de Buenos Aires.
En cambio, Alberto Fernández realizó sus propias actividades, destinadas a defender la gestión, en solitario. Finalmente, ninguno de los dos estará en el acto de cierre de campaña, en La Plata.
Cada uno de los movimientos, en todos los espacios políticos, serán cargados de sentido final con el recuento de votos.
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