Solano, un candidato obstinado: “Me hice marxista para discutirle al cura de mi colegio que Dios no existe”

La historia política del pre candidato a Presidente por el Partido Obrero arrancó en una escuela católica del conurbano sur y se consolidó con el estallido de 2001. Gabriel Solano fue cartero, vendió libros y militó con Kicillof en la universidad. Retrato de un hombre ansioso y convencido

Gabriel Solano se crió en Remedios de Escalada, conurbano sur: es padre de tres hijos y tiene 48 años (Maximiliano Luna)

Gabriel Solano no puede parar. Es hiperactivo. Camina mucho. En campaña, como ahora, más: va desde su oficina en la Legislatura porteña hacia redacciones o canales de televisión, de la sede del Partido Obrero sale a volantear a una fábrica o acto partidario. Si puede, siempre a pie. Así, en ese círculo de ansiedad canalizada en caminatas, atraviesa cada día. Vuelve a casa y nunca duerme más de cinco horas. Se despierta por las noches varias veces, va al baño, vuelve a la cama, su cabeza es una máquina que no se detiene. Casi no va al médico -salvo cuando sufrió un pico de presión y debió bajar la dosis diaria de salame y queso- y hacer psicoanálisis, esa costumbre argentina, ni se le cruza por la cabeza. “La ansiedad es lo mejor que tengo”, sonríe desafiante mientras camina desde su escritorio al dispenser de agua.

Durante lo poco que duerme Solano sueña un sueño recurrente: que fuma, que humea un pucho entre sus dedos. Tiene 49 años y largó la droga del tabaco a los 32 por una promesa a su pareja y a sus hijos. Dormido sueña lo que no puede despierto. Y despierto sueña el sueño de la revolución marxista. Convencido y dogmático, quiere ser presidente de la Nación.

Las encuestas que circulan públicamente por ahora no le dan ni siquiera un punto porcentual en intención de voto, pero Solano va, a la carga con sus principios. Será una de las cuatro alternativas de la izquierda tradicional en las PASO, junto a Myriam Bregman, Manuela Castañeira y Marcelo Ramal.

Un premio de su partido para aquel militante trotskista que arrancó a flamear banderas rojas en la sede de Avellaneda del CBC a fines de los 90 y en su primera elección como sujeto electoralmente activo se tomó un colectivo y afrontó un viaje de 10 horas por las rutas bonaerenses para fiscalizar en tres escuelas del pueblo de Puan, de donde se volvió con una cosecha que puso a prueba su espíritu inquebrantable: 5 votos.

Todavía se pregunta a qué lo mandaron a Puan los del Partido. Y se ríe. Tres décadas después Solano va al frente igual. La voluntad es una característica distintiva que este hijo y nieto de obreros de la SIAM del conurbano sur forjó muy temprano. La obstinación la tiene desde niño, de cuando pegaba “afiches” a los 8 años en las paredes de su casa para que su papá lo lleve a ver a Talleres de Remedios de Escalada a la cancha y le permitiera faltar al trámite sabatino de la comunión, un deseo cristiano de su mamá, ama de casa, que había que cumplir.

Gabriel Solano en la puerta de la cancha de Talleres de Remedios de Escalada: de niño pegaba afiches en su casa para que lo lleven a ver al "Tallarín"

Esa terquedad le hace repetir, convencido, que algún día el socialismo leninista gobernará no sólo el país sino el mundo. Y que será más pronto que tarde. “Es inexorable. Al socialismo se lo quiere juzgar por un tiempo demasiado corto. Lo que está pasando en Ucrania son las puertas de una nueva guerra mundial. ¿Después de eso qué viene? No se inventó otra alternativa al capitalismo”, advierte.

¿Por qué Solano piensa como piensa? ¿De dónde viene su marxismo si creció en una casa donde lo más político era ir a pasar los fines de semana al predio deportivo del sindicato de los trabajadores de la fábrica donde trabajaba ocho horas cada día su papá?

Todo arrancó con una hostia, en una misa, bajo el techo de una escuela privada de corte netamente católico que había sido fundada en Lanús por una comunidad de ex yugoslavos y a donde mandaron a Gabriel por falta de cupo en las escuelas públicas de Lanús. “Eran eslovenos y profundamente anticomunistas”, explica.

Solano, de niño, en Remedios de Escalada: hijo de un obrero de la SIAM y de una ama de casa, y menor de tres hermanos, un periodista y una psicóloga

A los eslovenos del colegio María Reina, al menos en el caso de Solano, el tiro les salió por la culata. “De tan reaccionarios me hice profundamente ateo y comunista. Soy un producto de la negación”, cuenta Gabriel, jean azul y camisa negra.

“Eran eslovenos que se fueron de Yugoslavia con la revolución de Tito. Se escaparon del comunismo. Como la comunidad era muy chiquita captaban una parte del barrio y se mezclaba la comunidad de ellos con la de la zona. Pero eran muy estrictos. Jodían con el largo del pelo, que no podía tocarte la camisa. Y muy exigentes en lo formativo, eso me sirvió”, cuenta, y mezcla aspectos positivos y negativos de su formación básica.

Los primeros años de secundaria fueron cautivantes para el adolescente Gabriel. El misterio de lo religioso le atraía. La imagen todopoderosa de Cristo como el reflejo de Dios en la Tierra caló en el espíritu virgen de Solano hasta que ocurrió un accidente y lo cambió todo.

“Al principio me atraía algo de lo religioso. Fui dos veces caminando a Luján. Tomé la comunión. Pero me pasó un hecho terrible. Tomé la hostia y se me pegó en el paladar. Y pensé que era el Anticristo. Te juro, creía que estaba poseído por el Diablo. Terminé vomitando. La tomé una sola vez y me generó miedo”, cuenta. No es broma.

- ¿Miedo a qué? ¿Al diablo?

- ¡No, a ahogarme!

Con la militancia del Partido Obrero a fines de los 90 en la Facultad de Ciencias Sociales, donde Solano (de pie, en primera fila, a la derecha) estudió Filosofía durante un tiempo

Sentir que estaba por morir por culpa de una oblea usada para la consagración de la misa fue el principio de un camino hacia el ateísmo para Solano. Desde esa perspectiva, Gabriel, que ya sentía latir en su interior el Pequeño Cuestionador de Verdades Subjetivas, comenzó su propia guerra contra los catequistas de su colegio. “Los volvía locos, les preguntaba mucho, me fui haciendo ateo”, ríe.

¿Qué le pasaba al inquieto Gabriel? Como no le cerraban las explicaciones que le daban para justificar hechos milagrosos o explicaciones místicas sobre acciones humanas, empezó a dudar. Y a transmitir su duda a sus amigos y compañeros de aula. Su primera militancia fue en contra del dogma cristiano.

Tanto hizo el pequeño Solano para combatir la doctrina de su colegio que un día las autoridades de la institución armaron una discusión con él. “Vino un físico del colegio y el jefe de los curas y me ganaron el debate. No me olvido más. Fue con la tesis de San Agustín, que era la demostración científica de la existencia de Dios. Yo tenía 14 años y no les pude ganar el debate. Me quedó ‘acá' eso para siempre”, cuenta y señala algo invisible atravesado en su garganta.

Desde ahí, su resistencia fue para evitar el sacramento de la confirmación. Había algo, una contradicción, que no le cerraba y que estalló dos años antes de eso, cuando fue el turno de su hermano mayor. “Me pasó que vino el Obispo de la Diócesis de Lomas de Zamora al colegio. Llegó en un auto importado. El barrio donde estaba el María Reina era muy feo, más pobre que el de mi casa. La gente iba a ver el auto, era como una nave espacial. Y era el del Obispo. Y eso me quedó”, relata.

"En esta parezco Jesús", bromeó Solano en la charla con Infobae sobre esta foto de principios de los '90

Y para peor, el Obispo tenía un método extraño de relacionarse con los pequeños fieles encomendados a Dios. “En la confirmación el Obispo te daba un cachetazo. Entonces vi cómo este hombre llegaba en un auto importado a un barrio pobre y le pegaba un cachetazo a mi hermano. ¿¡Qué te pasa?!”, grita entre risotadas.

“A mí este no me va a pegar, no me voy a confirmar”, se juró Solano. Tenía 13 años. La guerra de los Balcanes había estallado y las autoridades de su colegio les pedían que rezaran por los profesores que habían vuelto a Europa para pelear junto a los croatas, contra los serbios. “Se había ido un profesor a pelear. Lo que me quedó grabado era que todos los días al entrar al colegio rezábamos por él. Y yo preguntaba: ‘¿Y los otros?’. Por qué, digamos, ¿vamos a rezar por él y no por los que él iba a matar? Se supone que del otro lado, en un colegio de Serbia, rezaban por el soldado serbio. ¿A quién le iba a dar la razón Dios?”, vuelve a aquella pregunta.

Así que el primer acercamiento a Karl Marx del joven Solano, varias décadas antes de que ni siquiera imaginara que sería candidato a Presidente, fue para sumar argumentos con la idea de sostener su descreimiento de la existencia de Dios. “Para discutirle al cura de mi colegio me hice marxista”, anuncia.

- Y me desilusioné porque él no hablaba de eso. El marxismo explica que el hombre crea a Dios como una consecuencia de la enajenación. El hombre crea a Dios como una falencia de la sociedad. Una sociedad emancipada, libre, no necesita de Dios, va a superar ese problema de otorgarle a un ser que no existe determinadas prerrogativas sobre su propia vida.

Marx lo atrajo y Solano empezó a leer su obra. Terminó la secundaria y en el CBC para la carrera de Filosofía en la UBA -que nunca terminó- comenzó a militar en la izquierda. Para un jovencito del conurbano que viene de luchar cándidamente contra el dogma de la fe, la sede de la universidad en Avellaneda era, como él la recuerda, “Petrogrado en 1917″.

Solano en los tempranos 2000 en Porto Alegre, Brasil, durante un encuentro del Foro Social Mundial: "En ese viaje me compré esa remera del Gremio"

Es que eran años convulsionados en los que los estudiantes y docentes se oponían a la ley federal de educación propuesta por el gobierno de Carlos Saúl Menem. Había marchas todo el tiempo. Eran los tiempos de la Carpa Blanca docente en el Congreso.

En ese contexto, Solano comenzó a transitar el camino de las marchas y las protestas. Nunca había ido a una hasta esos años. Entró en las filas del Partido Socialista Democrática, de Alfredo Bravo, pero el día que se votó la ley federal de educación se pasó al PO. ¿Por qué? Porque el Partido Obrero abandonó la Plaza del Congreso y se fue a protestar a la Rosada y los seguidores de Bravo se quedaron, a gusto de Solano, pasivos y quietos. Él fue, le preguntó al mismísimo Bravo por qué no iban a la Plaza y el dirigente le respondió que si quería, que fuera.

- Encima los del PO siempre me ganaban los debates. Entonces dije “ya está, me voy al PO”.

Se incorporó al Partido Obrero en 1993 y llegó con mucho recorrido militante al 2001. Biológicamente, Solano también es hijo de la generación diezmada. Y como Eduardo “Wado” De Pedro o Juan Grabois, él también estuvo en la Plaza de Mayo en los fatídicos 19 y 20 de diciembre de 2001.

“El menemismo fue complicado. Yo ya era papá, fui padre muy joven. Y había un sector que ganaba en dólares pero otros la pasamos muy mal, te cagabas de hambre. Ibas a buscar un laburo y había 14 cuadras de cola”, relata.

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Solano en 2001 trabajaba para una empresa tercerizada de YPF en Piñeyro, Avellaneda, al lado del Riachuelo. También trabajó como repartidor de muebles, laburo que le gustaba porque manejaba una camioneta de los años 60. Fue cadete en una empresa de computación, para la que pegaba carteles en las calles de Constitución. También vendió libros en una librería de Lanús.

"Hay condiciones sociales propicias para que crezca un discurso como el de Milei", consideró Gabriel Solano

Pero el trabajo que más le gustó fue el de cartero, que ejerció varios años. “Me gustaba una barbaridad. Repartía la boleta de gas. Cuando me echaron de YPF, un pibe, que hoy es un gran director de teatro, me consigue este laburo porque el tío de él dirigía un sindicato, el del gas, un sindicato muy menemista que había avalado la privatización. Como el sindicato era amigo, la empresa le daba el reparto de las boletas del gas. Trabajaba tercerizado por el sindicato en una cooperativa trucha a la que le facturábamos”, narra.

Ahí trabajó tres años. “Me gustaba porque estabas en la calle y nadie te hinchaba las pelotas”, ríe. En esa época, Gabriel vivía en Avellaneda. Arrancaba a las 6 de la mañana, terminaba a las dos de la tarde e iba a la Facultad a las cinco. En el tiempo muerto que tenía entre una cosa y otra se iba a la Biblioteca Nacional y leía El Capital, de Marx, en la sala del quinto piso. Cargaba el bolso de cartero. “La sala de lectura de la Biblioteca está re buena y dormía algunas siestas en los sillones, veía el río, muy lindo. Tengo un buen recuerdo de ese trabajo pero me quedaron dos hernias de disco porque los bolsos pesaban una barbaridad”, recuerda.

Después del estallido de 2001, Solano ya estaba metido fuerte en la política. Empezó como asesor de Jorge Altamira, con quien actualmente está distanciado. Transitó los pasillos de la militancia juvenil con muchos de los que hoy protagonizan la política nacional.

“En 2001 ganamos la FUBA, el presidente era del grupo TNT, Iván Heyn (N. de la R.: uno de los fundadores de La Cámpora, fallecido en Uruguay en 2011). El dirigente de esa agrupación era Axel Kicillof, estábamos todo el tiempo juntos, éramos una generación que hasta ese momento estábamos todos juntos en los locales de la FUBA. Redactamos el programa en el bar La Academia, una noche, y ganamos la FUBA a la semana que cae De la Rúa. Con (Andrés) Larroque también anduvimos mucho”, cuenta.

Solano (en el centro de la foto, de pantalones claros) forma parte de la generación de la militancia juvenil que estuvo el 19 y 20 de diciembre de 2001 en las fatídicas protestas que terminaron con el gobierno de Fernando de la Rúa

- En 2001 estaba toda la generación a la izquierda. Ellos, Axel, el Cuervo, tenían el planteo de incorporarse al Estado para desde el Estado llevar adelante las transformaciones políticas que queríamos hacer. Mi planteo era que si nos incorporamos al Estado, tal como está, vamos a terminar defendiendo el statu quo y vamos a terminar siendo una fuerza conservadora. Y ahí se dividió la generación.

Sus compañeros de la FUBA marcharon hacia un camino que dos décadas más tarde los puso en las altas esferas del poder. Solano no puede quejarse, es candidato a Presidente y es legislador en la Ciudad de Buenos Aires. Convencido y obstinado, no se movió de su posición netamemente trotskista.

- Sos un poco conservador, ¿no?

- Sí. Soy del PO. Soy trotskista (risas).

- ¿Tenés tatuajes?

- Cuando los pibes del PO se tatúan, para mí es un riesgo de seguridad personal.

Gabriel Solano es pre candidato a Presidente en el Frente de Izquierda y actualmente ocupa una banca como legislador porteño (Maximiliano Luna)

- ¿Por qué?

- Ponele que haya que pasar a la clandestinidad. La gente se tatúa al Che o a Trotksy, boludo, ¿y si tenés que buscar laburo?

- ¿En serio creés que es un escenario posible pasar a la clandestinidad?

- Por supuesto. Mirá el mundo. De pibe leí el Nunca Más y sobre las torturas es bastante explícito. Me quedó como militante de otra generación que el capitalismo es un Estado de represión, la AFI existe, los servicios existen, cuando lo tengan que usar lo van a usar. Lo ves en la campaña cuando discutís. Hay tipos que los ves y pensás que en otro contexto te podría matar.

- ¿Quién creés que te podría matar?

- Muchísimos.

- ¿Y vos en otro contexto podrías matar a alguien?

- Bueno, en una guerra revolucionaria esas son las condiciones.

- Se teoriza mucho sobre que la izquierda en Argentina no crece porque existe el peronismo y que ‘todos somos peronistas solo que algunos no se dieron cuenta’. ¿Será que no hacés terapia para no ver al peronista que hay en vos?

- (Risas) No, antes de hacerme peronista me pongo una verdulería.

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