La nueva marca del oficialismo fue estrenada con más oleaje interno que impacto general. Como imagen visible, quedó la contradicción autoinfligida entre el bautismo como Unión por la Patria y la carga posterior de la conducción del PJ bonaerense -es decir, Máximo Kirchner- y de Cristina Fernández de Kirchner contra Olivos y el armado electoral alrededor de Daniel Scioli. Las respuestas de Alberto Fernández y de su reducido equipo sumaron lo suyo. Son expresiones de una interna profunda, de arrastre: CFK jugada a montar un escenario de diferenciación final con el Gobierno y el Presidente dispuesto, por primera vez, a compartir con ella el desgaste por los costos sufridos en esas batallas.
Es un intercambio de daños que expone la profundidad de la pelea y los rencores personales, lejos del sentido de marketing político que podría ser adjudicado al nuevo nombre del frente oficialista. A esa tensión mayor se añade la disputa aún irresuelta por las reglas para la integración de listas en función de las PASO en la provincia de Buenos Aires. Lo que se disputa, en rigor, no es el día después de las primarias, sino el camino de apenas una semana que resta para presentar candidatos.
Scioli quedó por ahora como el único precandidato a presidente formalizado, acompañado en el principal terreno por Victoria Tolosa Paz. El reglamento para las PASO puede ser determinante: si los requisitos de avales y los pisos para integrar a las minorías son muy altos, el riesgo del juego desalienta o frena los acuerdos por distrito. Es un capítulo abierto, mientras CFK demora, tal vez hasta el martes, la decisión de los nombres propios como candidatos del eje constituido con Sergio Massa.
Un mal desenlace podría agravar el cuadro. Y aún en el mejor de los casos, el pleito extremado entre el Presidente y la vice expone como telón de fondo el deterioro final de la relación política iniciada hace cuatro años con la fórmula compartida, exitosa en las urnas y a la vez inquietante desde el arranque por su constitución de poder invertido.
La idea de cambiar la denominación de la alianza oficialista asomó de entrada como expresión de ese quiebre. Se especuló con que fuera el modo elegido para consagrar candidato único y obligar a quien fuera -Scioli, Agustín Rossi o cualquier otro- a competir por afuera, con sello propio. Finalmente y sin legar a ese extremo, Unión por la Patria fue presentado como un hecho ajeno a Olivos, sin consulta ni participación. Y la reacción del Presidente pareció en espejo, punto por punto.
En síntesis, el intento de CFK podría se resumido en un puñado de mensajes no escritos. El primero, ya dicho, mantiene a Alberto Fernández en lugar relegado de poder, sólo apuntado como responsable individual de los costos de la gestión. Y en segundo renglón, es exhibida la ruptura política definitiva aunque no formal en el interior del oficialismo.
De todos modos, la intención más amplia es claramente de campaña. El fin de la etapa del Frente de Todos buscaría consagrar no sólo el rearmado doméstico -el círculo de CFK espera contar además con jefes provinciales e intendentes del Gran Buenos Aires, como masa crítica-, sino además una construcción electoral de espaldas a la administración presidencial. Visto de ese modo, el Gobierno sería exclusivamente el gobierno de Alberto Fernández, un factor “externo” al kirchnerismo y una etapa a superar.
El discurso de la ex presidente y la declaración inicial de Unión por la Patria apuntan centralmente al FMI y a la herencia de la gestión macrista. Hay un salto sobre los cuatro años de gobierno actual y últimamente, ni siquiera expone cierta justificación, basada en el frente externo, la pandemia y las graves consecuencias de la sequía. Sí apareció, de hecho, el reproche por la falta de decisión en la ofensiva sobre la Justicia.
Desde que dejó de lado, bajo presión, el escudo de la reelección, Alberto Fernández ha colado en sus discursos algunas frases ásperas y hasta hirientes apuntadas a CFK, de manera implícita, o al menos sin mencionarla. En los últimos días, fue más directo y es fácil advertir la respuesta al sentido de la última movida kirchnerista, asociada con el massismo.
El Presidente se declaró coautor de la nueva marca electoral del oficialismo. “Fundamos Unión por el Pueblo”, dijo, con uso de la primera persona del plural que remite a CFK. Además, destacó la necesidad de la “unidad” interna, frente a la fractura que busca acentuar el kirchnerismo en la línea de la diferenciación.
“Cristina y yo, por encima de cualquier diferencia, tenemos una misma imagen y un mismo objetivo sobre el país que queremos construir”, agregó al hablar en uno de los recientes actos oficiales, actividad central y visible en una particular etapa de transición. Pero ahora, no se trató de un gesto sobreactuado para mostrar cierta sintonía con la ex presidente, sino más bien de un recurso para exponer presente compartido como gobierno.
En paralelo, el Presidente reivindica su gestión y lo hace personalmente y por medio de la publicidad oficial. Es una especie de contrapunto con el kirchnerismo, cada vez más volcado a la imagen de ajenidad en materia de responsabilidades y a la confrontación directa.
En ese último terreno, el de la pelea a terreno abierto, el lugar de Olivos es ocupado por Aníbal Fernández. Está a tono con el personaje armado y, además, con la combinación de una historia compartida y de algunas internas de arrastre. Se mueve con comodidad y completa el juego que más disgusta y enoja al kirchnerismo, a cargo de Alberto Fernández.
En paralelo, Scioli se expone también con su discurso habitual, en sentido amplio. No responde de manera directa frente a la ofensiva kirchnerista ni exhibe su mala relación con el ministro de Economía, un sentimiento mutuo. Y agrega, con esperable efecto irritante en la otra vereda, frases amables destinadas a peronistas disidentes como Juan Schiaretti y Juan Manuel Urtubey, y alguna referencia de amplitud destinada a opositores como Patricia Bullrich.
Las batallas añadirán nombres propios apenas queden definidos todos los candidatos nacionales y bonaerenses. Por ahora, y en el contexto de la crisis, CFK y Alberto Fernández tratan de cobrarse todas las facturas.
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