(Enviada especial a Tucumán).- Pasaron 36 años desde que Osvaldo Jaldo ganó su primer cargo electivo en Tucumán. Corría 1987 cuando se hizo de la intendencia de Trancas, el minúsculo municipio donde había nacido y que usó para dar sus primeros pasos en la política y las actividades comerciales. Contador devenido en importante productor ganadero y lechero, mañana probablemente logre transformarse en el jefe del Ejecutivo provincial después de una larga carrera forjada bajo el ala del -otrora- poderoso caudillo José Alperovich y a los codazos con el actual gobernador, Juan Manzur, que termina su segundo mandato después de una extensa licencia y se proyecta hacia la arena nacional.
A Jaldo le tocó una campaña inusualmente accidentada, en el último tramo, por el fallo de la Corte Suprema que obligó a Manzur a retirarse de la contienda donde corría como vice y postergó los comicios previstos para el 14 de mayo. La decisión del máximo tribunal de Justicia puso en jaque a un oficialismo. No sólo porque habían llegado con lo justo al quinto mes del año y debieron prolongar uno más las erogaciones económicas para sumar voluntades. Sino también porque se complicó aún más la feroz interna entre los dos máximos referentes del PJ local, que durante el último mes debieron negociar un reemplazo para la fórmula (el desconocido ministro del Interior y hombre de confianza de Manzur, Miguel Acevedo). La pelea, dijo un dirigente local que los conoce, fue “sanguinaria”.
En el oficialismo, sin embargo, están tranquilos. Creen que lograrán aventajar a Juntos por el Cambio al menos por 10 puntos con la figura de Jaldo, que construyó su imperio político a nivel provincial a la par de Manzur, pero apenas asumió como vicegobernador, después de una campaña con buena sintonía, empezó a hacer su propio juego. Ambos habían sido designados por el dedo de Alperovich, que los apadrinaba en el gobierno antes de caer en desgracia cuando fue denunciado y procesado por abuso sexual de su sobrina.
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La base de apoyo económico de Jaldo fue, en los últimos años, la Legislatura, una de las cajas más generosas de la provincia, que en los estudios comparativos entre todos los distritos aparece en el podio de erogaciones por legislador. Por caso, según un informe de la Fundación Libertad, en 2022 se dispusieron nada menos que $273,8 millones de pesos anuales para sueldos de los legisladores y del personal. “El que maneja esa caja tiene para lo que quiera”, admiten en el propio PJ.
En el mundillo de la política tucumana hay quienes creen que Jaldo, además de astucia para posicionarse y obtener recursos, tuvo suerte. “Si Alberto no lo hubiera llamado a Juan, probablemente hoy las cosas serían muy diferentes”, se lamentaron en una oficina “manzurista”, donde llevan grabado a fuego el recuerdo de la crisis post-derrota del Frente de Todos en las Legislativas nacionales que terminó con la eyección de Santiago Cafiero de la Jefatura de Gabinete.
Aquel cimbronazo culminó, entre otras cosas, en el desembarco en la Casa Rosada de Manzur, que aparecía como el único dirigente con peso suficiente para coordinar los ministerios y que era aceptado tanto por Alberto Fernández como por Cristina Kirchner. En parte, sus seguidores culpan al propio líder, que, si bien dudó, e incluso negoció para que se “llevaran” a su contrincante a la Capital, terminó aceptando la propuesta del Presidente. Sus ambiciones sobre una eventual proyección nacional, que siguen vigentes pero con menos ímpetu que hace dos años, pudieron más que el temor a descuidar su propio distrito.
Aquella decisión de Manzur favoreció sobremanera a su vice, que asumió como gobernador interino durante casi dos años y aprovechó para posicionarse hacia 2023 con evidente éxito. Al mirar hacia atrás, incluso sus detractores admiten que podría haber colonizado la gobernación y los ministerios, pero prefirió hacer intervenciones quirúrgicas en cargos específicos para que la interna no explotara. “Fue una guerra terrible, pero no se rompió todo porque actuó con cierta prudencia”, analizó un funcionario de Manzur.
La carrera de Jaldo, sin embargo, no se caracterizó tanto por los movimientos meditados como por los avances bruscos. En 2021, apenas unos días después de ganar las elecciones legislativas, advirtió públicamente, en una entrevista con La Gaceta de Tucumán, que Manzur, el líder de su espacio “sólo” estaba interesado “en perpetuarse en el poder”, un mensaje que cayó como una bomba en el otro bando del justicialismo, donde no daban crédito a lo que leían. “Era lógico que iba a ir por ese lado. Pero lo hizo demasiado pronto”, recordó uno de los armadores manzuristas.
Durante la gobernación interina tuvo paciencia, dicen quienes lo conocen, porque estaba convencido de más temprano que tarde se quedaría con todo. Y su momento llegó, como esperaba, durante el armado de listas para la disputa de este año. A Manzur, recién regresado en febrero de su poco fructífera aventura nacional, no le quedó otra opción que acompañarlo en la fórmula. E incluso después de que tuvo que ceder ese lugar recorrieron juntos el interior provincial, se tomaron fotos que publicaron en Twitter, fueron juntos al debate oficial, y se subieron a la par al escenario en el acto de cierre. Pero las arduas negociaciones por el resto de los cargos desembocaron en una batalla descarnada, aunque relativamente silenciada, durante toda la campaña, en los municipios y las comunas entre los candidatos de las listas y los acoples de uno y otro bando.
El lunes, en el espíritu de Jaldo ya no reinará la moderación y quienes lo frecuentan se adelantan a una dominación total del Gobierno. “No va a quedar uno de Manzur”, dicen algunos. Otros creen que podría hacer algunas concesiones: si bien su gobierno no será una coalición, nace de un acuerdo. Y la gobernabilidad, en especial en la relación con el Poder Legislativo y con los dirigentes municipales que responden al -para entonces- ex gobernador dependerá, al menos en parte, de la capacidad para mantener al espacio cohesionado frente a la amenaza latente de Juntos por el Cambio, que se fortaleció en los años de crisis nacional con las figuras del actual intendente de la Capital, el radical Germán Alfaro, y su candidata a sucederlo, que también es su esposa, Beatriz Ávila.
El manzurismo, según las encuestas, probablemente no logre hacerse de la Capital, el distrito que concentra el 40 por ciento del electorado y es manejado históricamente por el radicalismo. Y le quedará poquísimo espacio en la gobernación ante el avance del imperio de Jaldo. En la previa de los comicios se preparan para un período de sequía de cargos después de un primer mandato con cierto grado de bonhomía y cuatro años de vaivenes. “Tendrán que volver a los consultorios”, dicen en el PJ, en referencia a la cantidad de médicos que ocupan lugares importantes en el esquema peronista, como el propio Manzur y la candidata en la capital, Rosana Chahala; y el senador Pablo Yedlin, y la secretaria de Acceso a la Salud nacional, Sandra Tirado, que aspiran a sendas bancas en la Legislatura.
La esperanza en el largo plazo para los alfiles de Manzur, que se quedó afuera de la nómina por la presión de la Corte, está puesta en 2027. Y en el corto, en las listas nacionales. Ahora será el momento del exojefe de Gabinete de demostrar que haberle dejado la provincia a Jaldo para ubicarse en el esquema de la Nación valió la pena. El futuro gobernador, mientras tanto, se hará de los lugares y las cajas que supo obtener con el estilo de “mano dura” que la política tucumana le atribuye a su origen de terrateniente. Se verá si el acuerdo para sostener la tregua forzada hace dos años entre ambos caciques se mantiene en pie.
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