El colombiano Sergio Fajardo es un catedrático, matemático, que no pasa desapercibido. Se expresa de manera pausada pero contundente. No rehúye a las respuestas ni las autocríticas. Hace 23 años, apenas pasaba sus 40, decidió que era momento de dejar atrás las críticas mordaces a los gobernantes de su país corrompidos por el dinero del narcotráfico y la sangre que corría por las calles. Puso en pausa el claustro y se volcó a la política. Se trasformó en un exitoso alcalde de Medellín; gobernador de Antioquía y candidato presidencial en las elecciones presidenciales que ganó el ahora cuestionado Gustavo Petro. De visita en el país, el hombre que llevó adelante un proceso de integración modelo para toda Sudamérica y de lucha contra el narcotráfico en Colombia, hizo un alto en el “1º Congreso Internacional de Integración y Desarrollo” para recibir a Infobae en el evento que contó con el apoyo del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) y la Confederación Andina de Fomento (CAF). “En la lucha contra la corrupción y el narcotráfico se necesita la honestidad de las personas que están asociadas con el manejo del Estado”, afirmara al hablar del tráfico de estupefacientes en el país y la región. “La violencia y corrupción van de la mano en el narcotráfico”, enfatiza y asegura al hablar del flagelo de la violencia narco en Santa Fe: “El narcotráfico no es un problema de Rosario, es un problema de la Argentina” y explica por qué razón un intendente, en solitario, nunca podrá combatir la Narcocriminalidad.
Amante del fútbol en general, y de Lionel Messi en particular, Fajardo dice, distendido: “Yo quería ser arquero, hay que tapar muchos goles”.
— En un momento, en Medellín en vez de atajar pelotas tuvo que atajar balas.
— Sí, es cierto. Medellín dolorosamente a comienzos de los años 90 fue la ciudad más violenta del planeta. Hubo una época donde teníamos 375 homicidios por 100.000 habitantes, año 1991. Allá vimos la destrucción, la barbarie y el dolor. Y entonces es parte de nuestra historia, está asociada con Medellín, con Colombia, el mundo del narcotráfico, que tiene otras dimensiones muy diferentes a lo que ocurrió cuando empezó básicamente alrededor de 1980. Ya van 43 años. Y entró por Medellín y nos hizo famosos. Pero igual hemos venido avanzando. Hemos avanzado mucho en Colombia. Muchas personas muy valiosas murieron enfrentados al mundo del narcotráfico y el narcotráfico va cambiando, va mutando en las formas que ha tenido y tiene. Hoy estamos en una circunstancia muy diferente, pero sigue la lucha.
— De todos modos, los carteles siguen instalados en Colombia, en México.
— Están en otras formas. Han venido cambiando ¿no es cierto?
— ¿Y en qué formas han cambiado?
— Bueno, hay una estructura que tiene unos nexos de paramilitarismo, narcotráfico, que son remanentes de un proceso que se hizo en el gobierno del presidente (Álvaro) Uribe y que hubo una negociación con ese mundo del narcotráfico. Tiene presencia en diferentes partes del país. Hay uno que tiene un nombre que es el Clan del Golfo en Colombia. Y por supuesto no se ha acabado el narcotráfico, yo creo que hemos mejorado en Colombia. Todavía nos falta camino por recorrer. Todavía tiene una influencia de violencia el mundo del narcotráfico en esa Colombia que es singular en muchos sentidos porque nosotros desde los 60 había unos grupos guerrilleros, algunos todavía persisten, se avanzó hace un tiempo en un proceso de paz con varios grupos que se llamaban las FARC. Pero ese narcotráfico ha servido para las guerrillas, para la delincuencia. Eso por supuesto va mutando en diferentes formas. Van apareciendo estructuras criminales por diferentes partes que tienen una influencia de esos carteles, de ese mundo del narcotráfico. Creo que es muy diferente a lo que era hace 43 años. Ya es un fenómeno que está regado por muchas partes.
—Entre ellas En la ciudad santafecina de Rosario.
—Al principio éramos Colombia solo, donde todo el mundo nos miraba a nosotros. Hoy está en muchos lados y pues es una lucha que no tiene fin todavía. Insisto, hemos mejorado, todavía nos falta, pero es un fenómeno que está regado por muchas partes. México sin dudas tiene una situación muy particular. Ese mundo ha evolucionado por muchos lados. Yo leo, por ejemplo, cosas que pasan acá en la Argentina, en Rosario. Leí algunas cosas que me parecen conmovedoras, que tienen que ver con ese mundo del narcotráfico, criminalidades de diferentes formas, diferentes delitos, no es solamente la coca, (por la cocaína) ya aparece y se asocia mucho en México con el fentanilo que es otra droga que va apareciendo.
— En Argentina decimos que, por ejemplo en Rosario, y en algunos lugares del Conurbano Bonaerense, estamos a un paso de ser Colombia o México. ¿Exageramos?
— Pues mire, no soy capaz de entender la dimensión de lo que ocurre en Argentina porque sería irresponsable porque no conozco las raíces de lo que está pasando acá. Pero yo recuerdo muy bien, en un momento era Colombia el único país que estaba señalado por el mundo del narcotráfico. México, que es un país que yo quiero mucho hemos visto el poder narco. Lo que yo veo de Argentina, es que si no se enfrenta, si no se entiende la dimensión del problema rápido y no se convierte en un tema de país este flagelo va a seguir avanzando. Yo fui alcalde de Medellín, gobernador de Antioquia, y un alcalde en su espacio reducido no tiene capacidad para enfrentar una fuerza de esa naturaleza. Se necesita una articulación muy grande de todos los niveles de autoridad, la Justicia, actuando de manera conjunta. Al narcotráfico se lo debe entender como un problema del país. No es un problema de Rosario, es un problema de la Argentina.
—¿Y para eso que se necesita?
—Requiere, insisto, la articulación de la Justicia, la capacidad de condenar, investigar, de la policía, de la fuerza pública para enfrentar esas estructuras violentas que están detrás de ese narcotráfico, y de la sociedad para entender la dimensión de lo que significa el consumo. Se tiene que mirar, avanzar hacia un problema de salud pública para entenderlo desde esa perspectiva y de luchar contra la corrupción que es uno de esos efectos laterales que hacen daño imperceptible muchas veces, pero es tremendo. Entonces va pasando que ocupa territorios la venta de drogas, nosotros decimos el microtráfico, el menudeo, se van convirtiendo en empresas criminales territoriales pequeñas asociadas con tentáculos con grandes grupos y es un problema para el país. Estoy seguro de eso.
— Bueno, matan por el territorio.
— Claro que sí. Y tienen unas estructuras de la criminalidad. Tienen unos territorios y se dan confrontaciones cuando se encuentran en los territorios y hay conflictos. Entonces esto va mutando, van mirando, se van ajustando de múltiples formas. Antes era el espectáculo de la riqueza que tenían. Después se van disfrazando, mimetizando dentro de la sociedad. Todo eso pasa y es un problema, quiero ser reiterativo, este es un problema de toda la sociedad, no es un problema de un barrio, de una ciudad o de un grupo pequeñito.
— Entiendo, lo que quiere decir, el intendente de Rosario solo no puede hacer nada.
— Nunca, nunca podrá.
— El gobernador solo tampoco.
— Tampoco. Y con el Presidente, gobernador, intendente y toda la estructura del Estado también es difícil. Pero si no están juntos los desbordan.
— Que es lo que está pasando ahora en Argentina.
— Por ejemplo, leía algo antes de venir acá que decía que, de hecho, lo leía en periódicos este fin de semana acá en la Argentina: se contaba cómo los niños en las escuelas de Rosario que hay niños que ya no van a la escuela. Que están diseñando mecanismos para protegerse. ¿Usted se imagina lo que significa para esa generación de niños y niñas en Rosario? Pero son argentinos y eso sucede en muchas partes. Nosotros eso no lo podemos tolerar. Argentina no lo puede tolerar. Yo nunca he estado en Rosario, pero sí alcanzo a percibir la dimensión de lo que ocurre y eso no puede ser.
— Para que quede claro, y por su experiencia como alcalde de Medellín y gobernador de Antioquía al narcotráfico no se puede atacar, como ocurre en Argentina, solo con las fuerzas de seguridad y encima divididas, sin ponerse de acuerdo, entre nación, gobernación e intendencia.
— Sin dudas que no. Sin dudas que no. Y nosotros sabemos bastante de eso. Y, por ejemplo, cuando yo fui alcalde de Medellín que hicimos una revolución, fue el primer movimiento cívico alternativo que llegó al poder, empezó por cambiar la forma de la política. Enfrentamos con transparencia la corrupción. Construimos confianza con la ciudadanía. Y sabíamos que teníamos que prevenir la violencia. Nosotros habíamos visto la violencia en su peor forma y evitar que jóvenes, porque además son hombres jóvenes los que entran al mundo de la ilegalidad y la criminalidad, cómo evitar que entren a ese mundo. Hay que trabaja para prevenir. Eso significa construir oportunidades para los jóvenes. Significa entender el contexto. Pasamos al barrio. Entender en qué condición está en la comunidad que viven. Trabajar con el individuo las carencias que tiene, la vulnerabilidad que tiene. Trabajar con la persona, trabajar con su familia. Ser conscientes de que esto no es un problema que hay por allá unos barrios donde hay pobres que son violentos. Esto es un tema de toda la sociedad. Articular todo eso se puede hacer y se tiene que hacer. Necesitamos la Justicia que funcione. Necesitamos por supuesto la fuerza pública para enfrentar a esos poderes violentos. Pero tenemos que construir oportunidades. Eso es inexorable.
— Imagino que además de la prevención del delito, la educación, el trabajo y el tema de la salud pública son factores imprescindibles.
— Por supuesto. Y eso tiene expresión local. Yo creo que el mundo de los alcaldes, las alcaldesas en los espacios, es fundamental para todo esto, pero requiere la integración del gobierno nacional con el gobierno departamental estatal y los alcaldes locales. Yo vengo del mundo de la educación. Nosotros hicimos el proyecto, la frase que distinguía el trabajo nuestro en Medellín era “Medellín la más educada”. Era un reto que nos estábamos poniendo nosotros. Medellín fue la más violenta de la tierra. Yo nunca hablaba de eso sino de vamos a ser los más educados. Estamos pasando de la destrucción a la capacidad que tenemos, la inteligencia que nosotros tenemos. Y eso pasa por la educación, la ciencia, el conocimiento, llegar a construir, a sacar lo mejor de la gente. Eso es lo que hacemos los profesores. Nosotros tenemos que sacar lo mejor de las personas.
—Y lo dice usted, que es un catedrático, un matemático que se volcó a la política pero que ejerce la docencia del más alto nivel.
—Luis Caffarelli, matemático argentino recibió el premio Nobel de las matemáticas (el 23 de mayo pasado). En Argentina ha habido personas extraordinarias en el mundo de la ciencia. Argentina ha tenido una ventaja muy grande con una educación pública que era ejemplar para América Latina. A nosotros el talento nos sobra. Nosotros nos podemos parar en cualquier lugar del mundo por nuestros talentos y nuestras capacidades. Pero como sociedad no hemos estado a la altura de sacar lo mejor de nuestras personas.
— En Argentina es muy difícil cuando no hay unidad ni siquiera dentro del propio gobierno.
— Es muy difícil, sin dudas. No me corresponde a mí estar hablando de la Argentina, pero sin dudas, aquí he estado en estos días y es una confrontación permanente. Aquí hay una confrontación todo el tiempo, a todas horas, viendo todos los programas que he visto en estos días, leyendo los periódicos, es una confrontación. Y desde eso nunca va a poder brillar la Argentina que tiene unos recursos naturales extraordinarios. Son los políticos quienes toman las decisiones más importantes de la sociedad nos gusten a nosotros o no. Yo no vengo del mundo de la política, yo era un profesor universitario que a los 43 años empezó a participar en política. Construimos un movimiento cívico en Medellín por fuera de la estructura política tradicional. Llegamos al poder. Transformamos. Nos juntamos personas de las organizaciones sociales, ONG, mundo académico, cultura, emprendimiento, y dijimos todos queremos transformar, y nos atrevimos. Es un camino muy duro. La política tiene mucha complejidad, pero es fabuloso cuando se puede hacer la política porque uno puede ver que se puede transformar la sociedad.
— Sin hacer personalismos, el problema también ocurre cuando la sociedad está harta de los políticos tradicionales y por eso votan por alguien fuera de la política pero que no sabe nada de política y cuando llega al poder…
— Peor. Mire, hay una insatisfacción muy grande con los políticos y la política. Un hastío. Todos son iguales. Todos prometen lo mismo. Todos son ladrones. A mí todavía me cuesta trabajo decir que soy político y ya llevo 23 años en la política. Pero esa imagen es cierta en muchos sentidos ¿sí? En la política hay una cantidad de vicios que están asociados con esa palabra que desaparece en las discusiones: corrupción. La corrupción está detrás. Y la corrupción tiene que ver con el poder. Con el hacer lo que sea, como sea, para tener poder, para decidir sobre otras personas, para enriquecerse. Eso pasa mucho. Y cuando la ciudadanía ve que todos los políticos hacen promesas idénticas, identifica a todos los políticos como iguales.
—Comenzamos hablando sobre este tema de la Argentina, pero se repica en toda nuestra región
— Vuelvo a lo que decía antes, sacar lo mejor es la tarea de los maestros es muy difícil. Sacar la rabia es muy fácil: lo pongo a usted, lo insulto, lo maltrato, digo una mentira, y destruyo. Entonces esto es así, así es esa parte de la política. Y aparecen otros que vienen de otro mundo que desprecian esa política, conectan con la gente en ese malestar, en esa insatisfacción y después yo voy con este, no importa, todos los otros no han servido para nada, todos son iguales, una manga de ladrones, todos tramposos. Y aparece uno que dice: “yo no, yo soy diferente y tengo la solución para todos sus problemas”. Y mucha gente dice “yo voy con este. Me da igual. Porque la vida que he tenido con estos no ha significado nada. Mire cómo estamos”. Y eso es un peligro. Pero es responsabilidad de los políticos. La política se puede hacer bien. Se puede hacer con decencia. Se puede hacer con dignidad. Ser servidor público tiene que ser un honor en nuestra sociedad. Gobernar es muy difícil, pero en este mundo de esa política que se ha creado, con excepciones porque hay gente valiosa, está el peligro de que llegue uno que promete cualquier cosa, habla distinto, con otra mirada, con otro pelo, con otra condición, y la gente dice “este es distinto a los demás” y lo vota. Y por ahí gana. Y ahí se escribe otro capítulo peor todavía para el país.
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