La memoria y la nostalgia le ganó la partida desde que se preparaba para ir a su último Tedeum en la Catedral de Buenos Aires, a pocos metros de la Plaza de Mayo que veinte años atrás observó desde el Balcón de Evita junto a Néstor Kirchner mientras la militancia ponía los dedos en V y cantaba la Marcha Peronista. Cristina le arrebató el protagonismo, lo excluyó del tributo a su amigo personal y lo relegó en la toma de decisiones hacia adelante, cuando se definen las candidaturas y la distribución de los espacios de poder. En Chapadmalal, el jefe de Estado rumiará su respuesta palaciega, que será escasa ante las mínimas fuerzas que exhibe por sus propios errores personales y políticos.
Alberto Fernández siempre pensó en dos fechas claves para fortalecer su identificación con el peronismo y la democracia: los veinte años de la asunción de Néstor Kirchner y los cuarenta años del comienzo de una etapa histórica que se inició con la jura de Raúl Alfonsín en el Salón Blanco de la Casa Rosada.
Pero su enfrentamiento con CFK y la administración económica de su gobierno implosionaron sus deseos personales. Alberto Fernández estará en Chapadmalal cuando la vicepresidenta irrumpa en el escenario montado en la Plaza de Mayo, y ya quedó definido que no se pondrá la banda presidencial por segunda vez consecutiva.
Esos sueños rotos explican su nostalgia de la mañana en Olivos y el rencor que exuda cuando refiere a Cristina Fernández de Kirchner.
Con la intención de exhibir cierto protagonismo, el presidente visitó por unos minutos la sala de periodistas de Balcarce 50. Allí ofreció dos frases de ocasión y se puso al frente de un gabinete que funciona como una apariencia institucional. Caminó cinco minutos desde la explanada hasta la Catedral, y saludó al vacío sin respuesta. Al otro lado de las vallas, los militantes hacían tiempo mirando a la Plaza: allí aparecerá Cristina cuando empiece el anochecer, y La Marchita vuelva a sonar.
Alberto Fernández ya tiene pocas afinidades con sus ministros y secretarios. Solo habla seguido con Santiago Cafiero, Agustín Rossi, Aníbal Fernández, Gabriela Cerrutti y Julio Vitobello, y administra su mal humor con Sergio Massa, que ocupa el centro de un Gobierno que se transformó en un campo de batalla interno.
Cuando viajaba a Chapadmalal, el jefe de Estado recibía a ministros y compartía alguna de sus horas con Axel Kicillof. En esta oportunidad, Alberto Fernández se recluirá con su familia y -si no hay cambio de planes- mirará por televisión el discurso de CFK en la Plaza de Mayo. Estará sólo con sus recuerdos y sus planes a corto plazo.
Alberto Fernández insiste con las PASO, pretende evitar que CFK monopolice la integración de las listas del Frente de Todos y quiere que un aliado político sea el candidato presidencial del Frente de Todos. Si se observa su salida del Tedeum - estaba Vitobello y más atrás Cerruti-, las aspiraciones del jefe de Estado aparecen con escasa consistencia política.
Cristina y Massa, con el rol institucional de Gildo Insfran -es titular del Congreso del PJ-, ya ocupan un espacio central en el Frente de Todos. Ellos están en condiciones de definir la estrategia de la coalición opositora, y no harán un solo gesto a favor del Presidente si eso nubla sus respectivas miradas sobre el tablero electoral.
En los últimos meses, Alberto Fernández leyó y releyó dos libros de historia argentina: Diario de una Temporada en el Quinto Piso - de Juan Carlos Torre- y Conocer a Perón - de Juan Manuel Abal Medina-, que han seteado su pensamiento al momento de la toma de decisiones.
Esos dos libros cuentan la historia secreta de la caída de Alfonsín y los últimos días del general Perón. El presidente está impactado por esos relatos de primera mano y se prometió a sí mismo que no pasaría por las complejas circunstancias causadas por el vacío de poder y la ausencia de liderazgo político.
La historia parece dictar un curso distinto a sus intenciones personales: el presidente no estará en la Plaza de Mayo cuando Cristina salude a la militancia. Lo decidió ella, implacable.
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