Treinta años antes de que lanzara su precandidatura a Presidente de la Nación ya había algo en el espíritu inconformista del niño Juan Grabois que reflejaba un futuro posible. Tenía 9 años cuando, por cuestiones laborales y políticas de su padre, un histórico dirigente peronista, la vida lo puso mano a mano con Carlos Saúl Menem, por entonces Primer Mandatario de la Argentina.
Tanto repetía Juan por aquellos años que cuando fuera grande quería ser Presidente de la Nación que un colaborador de su papá, ante una visita de Menem a Corrientes, donde Roberto “Pajarito” Grabois desempeñaba funciones para el gobierno nacional, le sugirió que fuera y le preguntara al líder riojano cómo había que hacer para escalar hasta la cima de la política argentina. Curioso, ansioso y un poco irreverente, fue y le hizo la consulta.
Empezaban los 90. Comenzaban los años de la Ferrari y los carros a caballo, de Pinamar y Cutral Có, de los boliches con VIP y los barrios sin fábricas.
Todo eso crecía como virus en el organismo intelectual de Juan Grabois, criado en el Barrio Norte porteño, hasta que alcanzó estado de ebullición y asco en 2001 cuando explotó todo. Con el correr de los años, Juan llegaría a aborrecer la etapa menemista y con ese fuego se convertiría en líder social, amigo del Papa y en un interlocutor cercano y de confianza de Cristina Kirchner. Pero todo eso aún no había ocurrido.
“¿Señor, cómo se hace para ser Presidente?”, preguntó el hijo de Pajarito. Menem le sonrió, quizás le acarició la cabeza o tal vez se agachó para estar a su altura. “Bueno, tenés que estudiar mucho y hacerle caso a tus papás...”, aconsejó. Juancito lo interrumpió: “¿Hacerle caso a mis papás?”, repreguntó. Y sin espacio para la intervención del jefe de Estado, agregó: “Entonces no me interesa”. Y dio media vuelta y se fue.
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“Tengo recuerdos que, como dice el Indio, mienten un poco porque son relatos de otras personas. Uno es ese recuerdo familiar”, comenta Juan Grabois ante Infobae mientras toma mate sobre una silla de plástico negra en una habitación llena de libros viejos de Derecho, algunos mapas apretados con chinches a la pared y dos cuadros con lienzos hechos de remeras sobre las que están pintadas las figuras de San Martín y de Bolivar.
Año 2023. A dos meses del cierre de listas para la contienda electoral más importante del país, por primera vez, tras décadas de militar en los barrios, en la periferia, con cierta resistencia a “las instituciones” de la política partidaria, Grabois se mete en la estructura y mueve sus propias fichas, por ahora, como precandidato a presidente dentro de la galaxia del Frente de Todos.
“Si no van Cristina o Wado, juego”, viene repitiendo. Juegue o no, como en espejo -por izquierda- de Milei su figura crece de la mano del desencanto de la población. Llegó hasta acá desde aquel país, también desencantado, que dejó Menem al borde del precipicio del siglo XXI.
- Recuerdo que era muy simpático, muy carismático. Lo vi tres o cuatro veces. Era un tipo que le llegaba a la gente, se acordaba los nombres, eso. Si no tenías conciencia, como cualquier chico, Menem te parecía un fenómeno. Y también fue alguien que escuchó cómo sonaba la música ¿eh? Caída de Berlín, neoliberalismo, pensamiento único. A veces hay que enfrentar el sonido de la música y a veces hay que ir con el sonido de la música, depende de tus convicciones. El problema es cuando solamente bailás con la que te toca.
- ¿Te considerás un hijo del menemismo? ¿O una consecuencia?
- Soy un hijo del menemismo y un odiador del menemismo y de su estética. La clase media se partió en dos durante el menemismo: la que le fue mal o le fue bien, los que fueron a Disney y los que no. Los que el padre tenía una pyme y se fundieron y los que estaban más en servicios o profesionales y empezaron a ganar en dólares. A medida que fui creciendo todo eso me generó una repulsión muy grande.
Maduraba Juan, se expandía la cultura del consumismo y chocaba con algunos principios cristianos que a él le calaban por el wifi umbilical conectado a su madre: “Me hacía ruido la contradicción: ‘Jesús dice una cosa y estamos haciendo otra’. Lo que se predica y lo que se hace. Y después, un poquito antes del 2001, pero sobre todo cuando vinieron los cartoneros, la existencia de un mundo absolutamente desconocido para mí, que era el de la miseria. Yo lo veía en la puerta de mi casa”.
Grabois habla del big bang, del origen del personaje político que es hoy, a punto de cumplir 40 años, abogado, padre, licenciado en Ciencias Sociales, docente, traductor y fundador y referente del Movimiento de Trabajadores Excluidos (MTE) y de la UTEP, o Unión de Trabajadores de la Economía Popular, dos espacios que organizan a una porción grande de los cerca de 9 millones de laburantes informales que habitan el suelo argentino.
Antes, su camino podría haber sido uno completamente diferente. “Fui mal alumno, tenía mal comportamiento. Me aburría mucho. Tenía déficit de atención y ciertos temas de adaptación. Nunca me gustó mucho la autoridad. Después entendí que tiene cierto rol la autoridad”, admite.
Aquel alumno desconcentrado encontró un motivo para formarse en serio cuando cursaba cuarto año de la secundaria y se obsesionó con la idea de estudiar en el MIT, el prestigioso Instituto Tecnológico de Massachusetts, en Estados Unidos. “Lo hubiera logrado”, se jacta sin grandilocuencias: “O conseguía la beca entera, o media, por suerte tenía una familia que me podía bancar la otra mitad”. Pero en el camino se enamoró de quien es la madre de sus hijos y actual pareja y abandonó el objetivo.
En el punto de la vida en el que los caminos se bifurcan, Grabois eligió quedarse en Buenos Aires por amor (su familia y las conversaciones con Francisco son los temas de los que no habla). Descartó el sendero del título universitario más prestigioso del planeta.
Entonces a los 17 trabajaba como profesor de inglés. Eso le permitió irse a vivir solo al barrio de Palermo y allí, en la esquina de Cabrera y Bulnes, se dio de frente con la realidad miserable de un cada vez más numeroso grupo de personas que juntaban cartones.
“Empecé a estudiar sobre cómo podían organizarse, cómo lidiar con los problemas que tenían con la policía, las coimas que les pedían, empecé a estudiar el proceso de exclusión social”, explica. La obsesión que había aplicado a formarse para el MIT la trasladó a la transformación social desde la calle, su nuevo campo de batalla.
En esas noches callejeras de Palermo conoció a otros como él. “En un momento éramos un grupito de cinco o seis con tres cartoneros, después seis cartoneros, después 10, 20, 50, y empezamos a armar la cosa. Nos encontramos en la calle en la época de las asambleas. Entre 2001 y 2004 fueron años muy duros, mucha represión, económicamente jodidos. Gobernaba Ibarra la ciudad. Era una ‘progre represión’. Venía la patota y levantaba los bolsones. Para mí era distópico. Había gente revolviendo la basura para sobrevivir y estos hijos de puta les sacaban las cosas”.
Después del estallido de 2001, Grabois ya no detuvo su marcha militante de la periferia. En 2005 ya movilizaba cartoneros a gran escala y era un referente. A pesar de las influencias cristianas de su madre, rechazaba a la Iglesia como institución. Por eso en la homilía del 1 de mayo ese año, a la que fueron convocados los cartoneros organizados, escuchó la palabra de Jorge Bergoglio, por entonces Arzobispo de Buenos Aires desde la vereda de la Catedral. Sorpresivamente quedó cautivado.
Su discurso en favor de las minorías y en contra de la cultura menemista le quedó sonando en su cabeza. Días después le envió una carta y este le respondió con un llamado y lo invitó a juntarse. “Nos vimos en una oficina de él oscura, horrible. Y a partir de ahí nos empezamos a juntar a hablar una vez por mes”, cuenta.
- ¿Tenías los prejuicios que un gran sector de la sociedad politizada tenía con él en esa época?
- Con Bergoglio aprendí que hay que escuchar lo que la gente dice, no lo que otros dicen que la gente dice. Decían de él que era un demonio. Es una inspiración en términos de pensamiento social y político muy fuerte. Y en términos de espiritualidad. Él habla del futuro de la humanidad de una manera que pronto va a cobrar valor, dice que está en manos de los humildes y sus organizaciones y plantea un programa de salida del capitalismo.
- El crecimiento de la derecha radicalizada en Argentina y en gran parte del mundo parece indicar lo contrario.
- Yo creo que la sociedad sigue siendo mayoritariamente buena, incluso los que votan a Milei o a Bullrich. Ni durante los gobiernos de Cristina esto era Disneylandia ni el gobierno actual es muy malo. Y no es que la crueldad, la frivolidad y la indiferencia está en un solo campo político. Yo a Milei no le escuché un solo concepto antipobre. Dice que no va a sacar los planes. En los barrios, algunos pibes que me dicen ‘si no te voto a vos, voto a Milei’. No creo que haya más del 25% de la sociedad jodida, sorete, pero el resto es culpa nuestra que no damos la batalla. El tema es quién ejerce la hegemonía sobre la sociedad y hoy la ejerce el planteo deshumanizante.
- ¿Ves una cuestión de espejo entre vos y Milei?
- Milei es un falso profeta. No tiene una historia atrás. Surgió no se sabe bien cómo ni de dónde viene. Con una posición de derecha muy radicalizada, más radicalizada que el trotskista más radicalizado. Él plantea un cambio de raíz en la sociedad para peor. Y cuando las cosas no funcionan se lo escucha. Yo no puedo tener esa posición porque no me gusta mentir. Como sé que no voy a poder hacer eso, digo lo que pienso que sí podría hacer.
- ¿Qué podrías hacer?
- Deshacer el acuerdo con el FMI, darle un lote de tierra a cada familia, garantizar el salario básico universal, y ya son un montón de cosas para lo que viene pasando. Que la tierra sea de quien la trabaja y algunas cosas más.
- ¿Cómo lo lograrías?
- Con negociación desde una posición de poder. No es tanto ni tan difícil.
- Para eso necesitás los votos. Deberías ganarle eventualmente a Massa en una PASO o sacar un porcentaje importante que te dé poder. ¿Tus diferencias con él son insalvables? En su último discurso, Cristina te retó porque dijiste que no lo votarías.
- El planteo de Cristina está bien. Una cosa es un aliado y otra, un compañero. Massa es un aliado. No tengo problema en aliarme con Massa contra un bolsonarista. El tema es que yo no soy eso, nuestra militancia no quiere lo que quiere Massa. Entonces podemos tener una base de coincidencia pero las diferencias son muchas. Lo mínimo es que las hegemonías las diriman las elecciones. Por eso queremos PASO. Queremos que Massa esté en el Frente de Todos pero que no tenga la hegemonía. Además creemos que no tiene los votos. Creo que yo le gano.
En la alianza con Massa, en la falta de candidatos netamente “cristinistas” en todas las elecciones desde 2015, Grabois ve una complejidad. Su aproximación a la Vicepresidenta es tardía. Empezó durante el gobierno de Macri, cuando consideró que ella estaba siendo perseguida judicialmente. Su acercamiento a Cristina Kirchner y la aparición de legisladores que representan su sector -como Ofelia Fernández en CABA o Natalia Zaracho en Nación- terminó de institucionalizarlo.
- Somos de una camada que en este punto es “magnettista”, porque se le adjudica la frase esa de que el de Presidente es un puesto menor. El poder no radica en el gobierno, sino que afuera. Y efectivamente sigo pensando que es un puesto menor. Un gobierno presidido por el Diego Armando Maradona de la política, si no tiene un factor de poder social a través de los movimientos populares, los trabajadores organizados, la comunidad, que lo defienda, que lo sostenga, no tiene posibilidades de enfrentar lo que tiene que enfrentar para transformar la realidad. Si sacamos porcentaje alto en las PASO podremos avanzar en esa transformación.
En el prólogo de su reciente libro “Los Peores”, Grabois plantea un plan plurianual para una “Argentina humana y federal”, con cinco puntos que él considera fundamentales y que desarrolla a lo largo de esa publicación: techo, tierra, trabajo, educación y ambiente. Convoca a vencer a los poderosos “como David a Goliat”.
- ¿Creés que hay una dificultad especialmente en el kirchnerismo, o en Cristina, para generar liderazgos que la sucedan en el tiempo?
- Creo que Cristina tiene una dualidad ahí. Es la dirigente que más hace por promover la politización de la juventud y al mismo tiempo no termina de encontrarle el agujero al mate de cómo concretarlo. Y hay responsabilidad compartida entre quien tiene que entregar el bastón y quien lo tiene que agarrar. Tengo muchas hipótesis de por qué pasa lo que pasa. No las voy a decir.
- Decime una.
- Ella, como Evo, Correa o Lula siempre eligieron en su sucesión a alguien que está a la derecha y que no tiene capacidad de superarlos y creo que eso viene del subconsciente, como una forma de proteger el legado. Es una hipótesis. Es duro.
- ¿Y quién podría darle continuidad a Cristina, o a quién creés que ella podría ungir?
- Podrían ser muchos. No hay un nombre. Pero sí algo de lo de “ungir”.
Entonces Grabois se acomoda en la silla. Ceba otro mate, ya lavado, cierra los ojos como si pensara en algo con mucha concentración y se larga a hablar. “Esto nunca lo conté”, anticipa.
- Una vez estábamos con (el diputado) Itaí Hagman en la oficina de (el senador) Mayans para que apure la activación de la comisión de investigación de la fuga de capitales, que finalmente nunca se hizo. A los 15 minutos me di cuenta que no había forma, no se iba a sacar, entonces Mayans, que es muy inteligente y muy cristiano, empieza a hablar del óleo del profeta Samuel. Perón decía que el que está ungido con el óleo de Samuel es el líder porque él fue quien ungió con el aceite a David, el rey de Israel. Mayans, entonces, dijo que Cristina está ungida con el óleo de Samuel.
Grabois dejó de escuchar a Mayans y se quedó pensando en aquella escena del Viejo Testamento. “Cristina, pensé, no es David, pará, Cristina es Jesé, el padre de David. Davir era un pastor que tocaba la flauta, era medio gil. Jesé tenía otros dos hijos con formación militar y tenía que entregar el mando porque estaba viejo. Y entonces va a buscar a Samuel para que ungiera a uno. Samuel reza y dice ‘es este’, por David, y lo unge con el aceite. Ese día salí de ahí y bajé, desubicado como soy, a la oficina de Cristina. Entré sin pedir permiso, algo que nadie en el mundo hace.
- ¿Y para qué fuiste?
- Entré y le dije: ‘Vos sos como Jesé, Cristina, tenés que escuchar a Samuel. Y si no te vamos a robar el potecito con el óleo’.
- ¿Y Cristina qué te dijo?
- Se cagó de risa.
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