El viaje de Alberto Fernández a Brasil, con Sergio Massa en papel protagónico, suma en estas horas una postal de la intensidad política que proyecta este mes de mayo. El objetivo de la visita a Brasilia es limitado, porque no se trata de una cumbre para rediseñar o profundizar el perfil del comercio regional, sino de lograr algo de alivio para las reservas del Banco Central. Es un capítulo más de la historia que incluye el renunciamiento del Presidente a la competencia electoral – inicio de la transición y licuación del resto de su poder-, el último discurso de Cristina Fernández de Kirchner y la apuesta final a la renegocaición con el FMI. Un tablero que, claro, condiciona y acelera los tiempos de la oposición.
En la previa al viaje, desde Economía se colocó la mira en las tratativas con el equipo de Fernando Haddad para acordar alguna forma de crédito que evite salida de dólares en el comercio bilateral. En el sensible mircroclima del Gobierno, eso provocó recelos porque -sería la queja- fue en desmedro de la imagen política del encuentro del Presidente con Lula da Silva -una relación especialmente cultivada por Olivos- y de la declaración de respaldo ante el Fondo. El alterado esquema de gestión se proyecta en este caso más allá de la frontera.
El Gobierno y el oficialismo en general esperan sobre todo señales del FMI. La negociación en Washington es considerada crucial. Todo gira en torno del pedido de adelanto de giros y no son atendidas demasiado las exigencias, entre ellas una fuerte devaluación. Es un problema de resolución política. El ajuste se produce con idas y vueltas, mientras la inflación hace también su trabajo.
Los tiempos en ese terreno son un dato mayor. Durante el fin de semana, trascendieron contactos de la Secretaría de Comercio con empresarios de los rubros más vinculados al consumo masivo. Por ahora, una vuelta sin muchas precisiones sobre retoques al desbordado mecanismo de contención de precios. Se mantendría además la idea de una convocatoria a jefes sindicales y entidades empresariales para buscar algún tipo de acuerdo de precios y salarios, pero desde ya se descarta el término congelamiento.
En ese contexto, se estaría consolidando un nuevo piso para el IPC. Las consultoras privadas calculan que el registro de abril terminó por encima de los 7 puntos porcentuales y algunas proyecciones van un poco más allá. Hay dos temas que preocupan. Uno es el panorama similar para este mes que acaba de comenzar: el número del INDEC para mayo se conocerá en junio, en el contexto del cierre de listas. El otro punto es también grave: otra vez se están anotando fuertes subas en alimentos.
Eso último impacta de manera directa en las franjas de menores recursos. El rubro de alimentos y bebidas viene corriendo durante todo el primer trimestre del año por encima el índice general. Abril podría ubicarse en la misma línea, según los relevamientos conocidos hasta ahora.
Economía se anota como un respiro -y volvió a hacerlo ayer, luego de las últimas restricciones- la evolución de los dólares financieros como primera reacción frente a las medidas anunciadas cuando el paralelo rozaba los 500 pesos. El blue, en cambio, volvió a subir. Y más allá de que sean consideradas una especie de “puente” en la apuesta al FMI, las medidas tienen costo: drenaje de dólares por parte del Banco Central, muy altas tasas de interés, emisión monetaria.
En ese contexto y en medio de los crujidos internos, la interna del oficialismo transcurre con una diferencia significativa respecto de las anteriores y más ruidosas entregas. Una síntesis debería incluir al menos tres aspectos.
El primero de esos ingredientes es cronológico. Resta un mes y medio para anotar alianzas y luego, las listas. Antes, debe haber algún grado de certidumbre sobre el mecanismo: lapicera o primarias. Mayo es entonces un mes de tránsito, tenso y a la vez decisivo.
Los otros dos factores, simplificando, son políticos. Se trata del renunciamiento de Alberto Fernández a competir por la candidatura mayor del Frente de Todos. Y el último discurso de CFK dejando la sensación de que no será candidata, algo relativizado luego por sus operadores y que, además, está asociado directamente a la economía (precios, dólar, FMI).
El Presidente inauguró de hecho el proceso de transición. Cualquiera que gane, no será él sino otro quien ocupe su despacho y la residencia de Olivos en diciembre. Y esa constatación lleva consigo la reducción de su papel, entre otras cosas porque no fue un gesto voluntario sino la consecuencia del desgaste de gestión y del esmerilamiento interno.
Quedan ahora, en el paño nacional del oficialismo -las provincias comienzan a definir sus propias batallas-, CFK y Massa. El ministro juega sus fichas en la apuesta a contener la escalada inflacionaria y el dólar. Y su éxito o fracaso determinará antes que cualquier discurso el juego de las candidaturas. La ex presidente espera aún que Massa llegue con aliento. Espera. Y si la economía no da, difícilmente asuma una batalla de mal pronóstico.
Es un paisaje de gobernabilidad difícil. Un problema también para la oposición. Genera un nuevo cuadro en Juntos por el Cambio, a la par del factor Milei. Frente a ese panorama, se hacen más visibles las internas absurdas y costosas en términos de imagen. Y además, el cuadro parece poner fin al espejismo en una franja macrista sobre algún acuerdo con el jefe “libertario”.
JxC acaba de realizar la primera reunión, formal, entre dirigentes, candidatos y representantes de los equipos económicos de cada uno de ellos. En el plano político y económico, asumen que tienen que dar una pelea que no aliente el fuego pero marque diferencias con el oficialismo. Y a la vez, que avance por primera vez en el cuestionamiento abierto a Milei, para empezar con rechazo a la dolarización. Nada fácil, aun abandonando las batallas domésticas menores. Para ellos también se aceleran los tiempos.
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