Antes de entregar la Casa Rosada el 10 de diciembre, Alberto Fernández y Cristina Fernández de Kirchner librarán la última batalla palaciega: el presidente y la vicepresidente se disputarán el control de la campaña electoral, que implica mantener cierto poder propio hasta la asunción del próximo gobierno.
Alberto Fernández argumenta que es jefe de Estado y titular del Partido Justicialista, dos cargos institucionales que justificarían su manejo de la campaña electoral del Frente de Todos. En Balcarce 50 consideran obvio este razonamiento, pero también añaden que si el presidente no lidera la campaña, su poder real -afuera y adentro del gobierno- tendrá la consistencia del papel maché.
CFK sostiene que la mayoría de los votos del Frente de Todos le pertenecen, que el jefe de Estado tiene mínima imagen pública y que no hay un sólo candidato con aspiraciones de poder que tenga intenciones de aceptar que Alberto Fernández trace la estrategia de campaña del oficialismo.
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Si el presidente insiste con sus intenciones políticas, no sería la primera vez que el kirchnerismo juegue a su favor y en contra de la estrategia electoral diseñada ad hoc para el candidato a presidente del peronismo.
Cuando el gobernador Daniel Scioli intentó llegar a la Casa Rosada en 2015, Axel Kicillof -por entonces ministro de Economía- cumplía las órdenes de CFK -en esa época presidenta-, y demoraba las partidas que debían llegar para sostener la administración de la Provincia de Buenos Aires.
Era fuego amigo que disparaba Kicillof bajo las instrucciones directas de Cristina.
Alberto Fernández conoce qué sucedió en la campaña electoral de 2015, pero su poder interno es muy débil para contener las intenciones políticas de la Vicepresidenta y La Cámpora. El jefe de Estado apenas tiene un puñado de funcionarios leales y la situación económica lesiona aún más su peso propio en el Frente de Todos.
En este contexto, la crisis palaciega que trabó la gestión del gobierno se puede transformar en una replica que también afecte la campaña del Frente de Todos. De hecho, ayer hubo un acto de La Cámpora en Ferro que lideró Máximo Kirchner, y otro del espacio “Albertista” que fue protagonizado por Victoria Tolosa Paz, Santiago Cafiero, Agustín Rossi y Aníbal Fernández.
Si se comparan los discursos, al margen de las similares simbologías históricas, parecieron dos actos de partidos diferentes que tratan de seducir a un mismo electorado.
Juan Grabois, Daniel Scioli y Eduardo “Wado” de Pedro ya corren como precandidatos a presidente del oficialismo, mientras que Rossi y Sergio Massa todavía consideran la posibilidad de competir en las elecciones de este año. Grabois y Wado de Pedro jamás aceptarán una instrucción de Alberto Fernández: sólo respetan a CFK y su estrategia política.
Scioli se lanzó a la campaña alentado por el Presidente, pero en las últimas semanas tomó distancia y se acercó al kirchnerismo duro. Ya pagó por la tensión con Cristina y La Cámpora, y ahora no quiere repetir ese error. A Alberto Fernández no le gustó ese Gambito de dama, un movimiento que Scioli -hábil jugador de ajedrez- hizo para tratar de ocupar el centro del tablero partidario.
Los alineamientos que exhiben los posibles candidatos a presidentes del Frente de Todos complican la estrategia política de Alberto Fernández. No es posible controlar una campaña electoral, si los candidatos a sucederlo responden a Cristina. Bastará una palabra de ella para que le claven el visto al jefe de Estado.
Este probable status quo se podría romper si Massa decide jugar en la campaña presidencial. El ministro de Economía se haría cargo de la estrategia electoral y exigiría a Alberto Fernández y CFK que se mantengan equidistantes en su carrera hacia Balcarce 50. Massa necesita a los dos para ser un candidato de la unidad, y después necesitará que los dos estén detrás del cortinado en puntas de pie y sin hacer ruido político.
Un instante después que se conociera el tuit presidencial informando que declinaba su intención de competir por un segundo mandato, ciertos periodistas recibieron un mensaje por WhatsApp que anticipaba las intenciones políticas de Alberto Fernández.
Ese chat decía: “El presidente decidió no ir por la reelección. Debe concentrarse en resolver los problemas de los argentinos. Se pone al frente de las Paso y el armado electoral”.
Fue una maniobra de marketing político destinada a evitar que el Presidente sufra -ipso facto- el denominado Síndrome del Pato Cojo, un estado de anomia que torna casi imposible la toma de decisiones en el poder.
A menos de ocho meses de la entrega de la Casa Rosada, Alberto Fernández enfrenta el complejo desafío de preservar su agenda institucional y proteger la transición electoral.
No es una tarea que pertenece sólo al Presidente: a Cristina Fernández también le tocará hacer su parte.
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