Alberto Fernández terminó dando el paso que todos descontaban -sobre todo en la interna- y anunció que no competirá por la candidatura a presidente. En rigor, no renunció a un plan reeleccionista -que no existía como tal-, sino a mantener abierto ese tema como recurso último para conservar algún espacio propio. Aceptó así la licuación final de su poder, un objetivo trabajado largamente por el kirchnerismo y un renunciamiento reclamado también por el ministro de Economía bajo el supuesto de calmar las aguas. Las consecuencias superan a Olivos: Cristina Fernández de Kirchner y Sergio Massa cargarán ahora abiertamente con los resultados políticos y de gestión.
La decisión del Presidente no generó sorpresa por su contenido ni en medios oficialistas, ni en la oposición. Dicho con más precisión: no sorprendió el renunciamiento en sí mismo, pero sí llamaron la atención los tiempos y las formas. Desde el círculo de Olivos dejaban trascender que difícilmente pudiera ir a la batalla en las PASO, pero sí que buscaría dilatar los tiempos y negociar. Restan dos meses para cerrar listas y casi ocho para el recambio presidencial, con los escalones de las primarias, las elecciones generales y un eventual balotaje.
El camino fue otro. Alberto Fernández apuró el desenlace y al parecer, se guardó como pequeña satisfacción despertar con la noticia al ministro y a la ex presidente.
Buscó mostrar resolución personal y no la consecuencia de presiones y varios factores adversos. “Mi decisión”, tituló el video con que presentó el tema en sociedad. Una manera de negar lo más evidente -la combinación del esmerilamiento interno y la delicada situación económica-, que acompañó con la reiteración del discurso sobre la crisis como un hecho ajeno casi en su totalidad -herencia, pandemia, guerra por la invasión de Rusia a Ucrania, sequía- y una pequeña chicana en clave para CFK, por aquello de la propiedad de la “lapicera”.
Los capítulos previos a este remate son muchos y variados. Entre los primeros y propios se cuentan las páginas que se llevaron los amagues sobre la creación del “albertismo”, como contrapeso o competencia frente al kirchnerismo duro. Apenas coronada por CFK la fórmula de poder invertido, se supuso que Alberto Fernández aprovecharía el impulso inicial del triunfo sobre Mauricio Macri para armar un espacio interno con el PJ tradicional, básicamente gobernadores, intendentes, una parte sustancial de la CGT, sectores de los movimientos sociales.
Los primeros tiempos de la extensa cuarentena, con fuerte imagen propia y buenos números en las encuestas, extendieron esa idea a la construcción de una especie de acuerdo de reglas de juego con sectores “moderados” de Juntos por el Cambio -en especial, con quienes tenían responsabilidad de gestión-, para dejar afuera a los “duros” de ambas veredas. La idea no prosperó. CFK forzó un quiebre en la relación con Horacio Rodríguez Larreta. Y el Presidente siguió adelante además con una cuarentena que parecía eterna y que agregó desmanejos de todo tipo.
Los intentos posteriores tampoco fueron sostenidos. Y añadieron los costos de los gestos para sintonizar con la ex presidente, cuya expresión más potente fue el endurecimiento de las posiciones contra la Corte Suprema y la descalificación de todas las causas que enfrenta CFK. El kirchnerismo receló de ese giro y además lo consideró a destiempo, poco efectivo.
Alberto Fernández fue perdiendo en ese andar lo que consideraba su diferencial, el aporte que había necesitado el kirchnerismo a la hora de imaginar el Frente de Todos. La persistente ofensiva de CFK sobre Olivos erosionó su poder. La derrota del 2021 agravó el cuadro doméstico. Y las encuestas mostraban la imposibilidad de una batalla más o menos razonable en las PASO.
Claro que el factor más potente es la economía, cuyos trazos más alarmantes son el dólar, la inflación y el deterioro social. En estos días dominados por disputas -la tensión con Economía, que terminó con la salida de Antonio Aracre-, paso inadvertido el dato del INDEC sobre el aumento de las canastas Básica Total y Básica Alimentaria. La CBT anotó 8% en marzo, con una marca interanual del 113,%. Y la CBA, 9% y 120,1%. Definen las líneas para medir pobreza e indigencia: todo indica un crecimiento sensible en el primer trimestre del año.
El renunciamiento de Alberto Fernández expone así el mayor punto de declinación de poder en un contexto económico y social delicado. El foco se achica ahora a CFK y Massa. La ex presidente queda reafirmada como eje político del oficialismo y el ministro, como pieza mayor de la gestión. Ese marco y el reacomodamiento de fichas irán determinando las chances de unas PASO con dos o tres candidatos o de una negociación para consagrar una fórmula de “unidad” y arreglar el reparto en la provincia de Buenos Aires. El resto del armado incluirá a los gobernadores, que salvo excepciones adelantaron los comicios propios para apostar a sus territorios.
La semana que viene, precedida por rumores y expectativas de los mercados y de la economía diaria, arrancará con esta nueva postal del oficialismo.
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