“Puede volver a ocurrir”. La expresión fue transversal, con distintas formulaciones, como una señal de alerta en todos los oradores del homenaje que realizaron en conjunto la Delegación de Asociaciones Israelitas Argentinas (DAIA) y el Museo del Holocausto, el martes 18 de abril en el Centro Cultural Kirchner (CCK), al cumplirse 80 años del levantamiento del Gueto de Varsovia, símbolo de la resistencia judía ante la matanza perpetrada por los nazis en la Segunda Guerra Mundial.
Con la Sala Sinfónica del CCK colmada, 1750 personas presenciaron durante casi dos horas testimonios del horror vivido entre 1939 y 1945.
Hubo seis sobrevivientes de la Shoá (expresión hebrea con la que se denomina al holocausto) y una mujer, Mónica Dawidowicz, que nació en el Gueto de Varsovia, logró sobrevivir al exterminio y crecer en Argentina.
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Cada intervención fue rodeada por los acordes de la Orquesta Ángel Mahler, en un ambiente intimista, con silencios respetuosos y evocaciones que con emotividad reiteraban el mensaje: “nos comprometemos a recordar y a transmitir”.
Desde el presidente del Museo del Holocausto, Marcelo Mindlin, encargado de abrir las exposiciones, hasta el presidente de la DAIA, Jorge Knoblovits, último orador, hubo coincidencia en que la mejor forma de respetar aquel martirio al que fue sometido el pueblo judío es recordar, transmitir y educar, para que nunca más la humanidad incube semejante atrocidad.
“Para que estos traumas no se olviden y tengan un sentido, deberíamos preguntarnos qué hacer con nuestros muertos”, interrogó Knoblovits. El titular de la DAIA halló una paradoja en la evolución de las tecnologías, que se incorporaron a la vida cotidiana en las sociedades sin que los expresiones de intolerancia puedan erradicarse.
“Me parece estupendo que las herramientas permitan derrotar la ignorancia. Me pregunto si es por ahí el camino, porque pese a todo, la discriminación, el odio y el racismo crecen sin pausa”, alertó Knoblovits. “Ni la Inteligencia Artificial ni el ChatGPT tienen pasado ni memorias heridas; la verdadera revolución es educativa, es la que se ocupe de mantener viva la memoria de los que sufrieron”, comparó.
Pasadas las 19 horas, la cantante y actriz Cecilia Milone interpretó el Himno Nacional Argentino. La voz de Milone y los acordes de la Orquesta Mahler fueron enriquecidos con el coro del Colegio Nacional Buenos Aires y el Ensamble Vocal Di Tella.
Tras ello, el ministro de educación de la Nación, Jaime Perczyk, como sus antecesores, remarcó que la educación desde el paradigma de los derechos humanos es la única forma posible de evitar que se impongan los regímenes intolerantes. “Que nunca más aniden, se desarrollen y se naturalice el odio y la discriminación”, sintetizó.
Antes, Nicolás Trotta, quien precedió como titular de la cartera educativa a Perczyk, advirtió que “el antisemitismo y el fanatismo, no son cuestión del pasado”. Con Trotta, Monica Pinto, ex Decana de la facultad de Derecho de la UBA, Valeria Bergman, rectora del Colegio Nacional Buenos Aires y Ricardo Gelpi, rector de la UBA, coincidieron en expresiones que llamaron a defender el sistema democrático, en el marco del homenaje a las víctimas del Holocausto.
Alejandro Finocchiaro, también ex ministro de educación, en este caso durante la presidencia de Mauricio Macri, señaló que “debemos advertir sobre el riesgo de algunas prácticas actuales, como el fenómeno de la cancelación, que es la imposibilidad de compartir el mundo con aquel que es diferente”.
Sin alusiones puntuales, cada uno de los que irrumpió en el escenario buscó conectar el homenaje a la resistencia judía en el infierno que se vivió en la capital de Polonia durante la hegemonía de la Alemania nazi, con la necesidad de conocer aquel pasado atroz para frenar las expresiones de odio que subsisten en el presente.
Los sobrevivientes
La conmemoración fue emocionante de principio a fin. Luego de los discursos formales, la exposición de testimonios a través de imágenes y relatos interpeló a los presentes. Seis víctimas que lograron eludir el destino de exterminio que impusieron los nazis a seis millones de judíos, encendieron velas ante las 1750 personas que observaban en la oscuridad.
La locución contó brevemente sus historias:
Leopoldo Dziubek: en 1938 su casa fue atacada durante el Pogrom (linchamiento). Parte de su familia fue deportada. Abandonaron Alemania en 1941.
Izi Levenzon fue enviado al gueto de Kishinev, donde parte de su familia fue asesinada. Cuando el gueto fue liquidado, Izzi y sus familiares que habían sobrevivido, lograron escapar a Bucarest. Llegó a la Argentina finalizada la Guerra.
Jorge Kappel: separado de su familia, sobrevivió haciéndose pasar por católico. Al finalizar la guerra, se volvió a encontrar con sus padres y en 1948 emigró a Argentina.
Andre Gategno: al iniciarse las persecuciones vivía en París y gracias a los pasaportes españoles que consiguieron, él y su familia pudieron llegar a la Argentina.
Ruth Marshal: fue trasladada por el KinderTransport a Inglaterra, luego de un tiempo logró reencontrarse con su familia en Argentina.
Noelly Talgham: luego de que sus padres la enviaran a la campiña para protegerla, fue llevada a un orfanato donde vivió parte de la guerra. Sus padres fueron asesinados en Auschwitz.
Luego, Mónica Dawidowicz puso en acción el pedido unánime de transmitir a las nuevas generaciones el aprendizaje del horror. En una conversación virtual con siete niños, relató su nacimiento en el Gueto de Varsovia. Dawidowicz tuvo cuatro nombres diferentes, siempre en el afán de esconderse para sobrevivir. Había sido abandonada por sus padres, no por desamor, si no por la consciencia de que si la llevaban con ellos, sería asesinada. Ellos no pudieron escapar del genocidio.
Luego de ser adoptada por una familia polaca, Dawidowicz, vivió en un orfanato. Posteriormente cruzó el océano Atlántico para seguir su vida con sus tíos en Argentina. “A mí me salvó el amor, el amor de todos ellos”, fue la frase que eligió para contarle a sus pequeños interlocutores la razón que la mantuvo con vida.
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