Las cifras oficiales sobre la extensión de la pobreza sacudieron esta semana por el nuevo escalón alcanzado -más de 18 millones de personas, con especial impacto en chicos y jóvenes- y agregaron un elemento aún más alarmante sobre la gravedad del cuadro social: se quebró la secuencia de leve baja incluso frente a indicadores económicos algo positivos y presupuestos en programas sociales en general sostenidos. Es otro síntoma de la profundidad de la crisis y la consolidación de la pobreza estructural. Traducido en términos de gestión de gobierno, es la peor derrota política y el punto más visible de quiebre discursivo.
El INDEC informó que la pobreza trepó al 39,2% en le segundo semestre del año pasado. Es decir, se trata de un registro conocido ahora pero que retrata un proceso anotado en simultáneo con índices de cierta mejora económica -parcial y despareja- y con un presupuesto social -transferencia de ingresos- cercano a los 2 puntos del PBI, según destacan expertos en la materia. La mirada se corre entonces al deterioro de los ingresos en general, junto a la precarización laboral, y al problema de fondo que se traslada de gestión en gestión.
Sólo por tomar las experiencias más cercanas: fue el dato que se impuso Mauricio Macri para que evaluaran su administración y terminó en rojo, y ahora resulta un golpe duro al discurso del actual oficialismo, en medio del reparto interno de culpas y de los señalamientos limitados a condicionamientos externos o inesperados. Eso último es compartido por Alberto Fernández y el círculo más cercano a Cristina Fernández de Kirchner, que le añade cargas a cuenta exclusiva de Olivos.
El último período medido por el INDEC -la segunda mitad del año pasado- descoloca esa línea defensiva. Lo dicho: coincide con números muy difundidos por la comunicación oficial sobre recuperación parcial de la economía en los mismos seis meses y no con una caída fuerte, como sí ocurrió en el 2020, época de pandemia y de larga cuarentena. Esa constatación provoca mayores debates y crujidos.
El foco también se corre hacia adelante. El arranque del 2023 proyecta una agudización del problema. Los índices de inflación de enero y febrero, y lo que se calcula para marzo, redondean un primer trimestre que colocaría el nivel de pobreza bastante por encima de los 40 puntos, según proyecciones medidas. Lo que seguiría de ahí en más entra en terreno de especulaciones diferentes, más imprecisas, pero nadie supone un decrecimiento.
Los niveles de inflación que reflejan los informes mensuales de IPC ya venían mercando la significativa trepada en el rubro de alimentos y bebidas. Y sobre todo, vienen alertando las cifras de las canastas Básica Total y Básica de Alimentos, que marcan las líneas de pobreza y de indigencia. En los dos casos, el incremento interanual supera los 100 puntos porcentuales.
El nivel más alto de pobreza en lo que va de la actual gestión fue del 42%, en el momento más duro del 2020 por el impacto económico y social de la pandemia/cuarentena. Los dos semestres del 2021 y el primero del 2022 habían trazado una línea a la baja: 40,5, seguido por 37,3 y un 36,5. El salto al 39,2 representa entonces un quiebre, pero no púnicamente en esa sucesión cronológica.
Vale primero señalar un trazo grueso de contexto. Existe en general un tema de ritmo o velocidades. La pobreza crece rápidamente en períodos de fuertes crisis, pero no decrece del mismo modo en las etapas de mejora económica: lo hace lentamente. Son notables los picos del 2001 y la etapa de recuperación posterior, hasta el 2006 aproximadamente, como antes había ocurrido con las híper de finales de los 80 y primeros 90. En esos procesos, con todo, el piso de pobreza fue quedando en escalones más altos. Las subas y bajas fueron marcando entonces un núcleo duro por encima de los 20 puntos. Es probable que ahora no descienda de los 30.
Las últimas estadísticas agregan por eso una nueva alarma. Ya no se trataría sólo de velocidades de caída y recuperación, sino de una agudización a pesar de mejores datos generales de la economía, incluido el empleo. La indigencia, entre tanto, se mantiene por encima de los 8 puntos.
La contención social se explica, de hecho, no sólo por los programas a cargo del Estado, sino además por una amplia red -redes, en rigor- que integran desde los movimientos sociales de distinto origen hasta las organizaciones barriales sin alineamiento político, además de la Iglesia Católica y las iglesias Evangélicas. Comedores y merenderos mantienen una actividad creciente, con mayor intensidad en los grandes centros urbanos.
Los números terminan de exponer esa realidad, extendida. Desvisten los discursos.
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