10 años de papado: Francisco ejerció su piedad política frente a los intereses de los Kirchner, Macri y Alberto Fernández

El tono de su convivencia con los tres jefes de Estado fue en declive con el correr de sus mandatos en la Casa Rosada. Siempre existe el temor que en los procesos electorales - cada dos años en la Argentina - se utilice su figura para sacar ventaja en los comicios, esa es la principal contra para concretar la visita que tanto anhela el Sumo Pontífice

Francisco y los presidentes Cristina Fernández de Kirchner, Mauricio Macri y Alberto Fernández: una relación política al compás de la situación social en la Argentina

La noticia cayó como un rayo en Balcarce 50: Juan Pablo II había muerto en Roma, y Jorge Bergoglio tenía posibilidades de ocupar su lugar. El arzobispo de Buenos Aires ya era muy respetado en la Iglesia Católica y su nombre se esparcía en todas los cónclaves del Vaticano.

Eran los primeros días de abril de 2005.

“Tenemos que hacer algo. Si llega, nos gobierna desde Roma”, advirtió Néstor Kirchner en la intimidad de Olivos. Junto al Presidente estaba Cristina Kirchner, la Primera Dama.

El periodista Horacio Verbitsky siempre fue un influencer en el entorno de la familia Kirchner y decidió colaborar con el jefe de Estado para empantanar el camino de Bergoglio hacia la cúpula de la Iglesia Católica. Verbitsky había escrito una historia fraudulenta que aseguraba que Bergoglio, siendo Provincial de la Compañía de Jesús, había sido cómplice de la desaparición de los sacerdotes Orlando Yorio y Francisco Jalics, que cayeron en la ESMA por su trabajo pastoral en una villa de Flores.

El dossier avalado por Balcarce 50 llegó sin escalas a Roma y fue leído por ciertos cardenales que pesaban al momento de decidir al sucesor de Juan Pablo II. Bergoglio perdió la partida y regresó a Buenos Aires.

Desde ese momento, Néstor y Cristina Kirchner transformaron al arzobispo de Buenos Aires en un blanco móvil. Intentaron vaciar el Tedeum del 25 de Mayo, y ubicaron a Bergoglio en el campo enemigo. Enfriaron la relación institucional con la Iglesia Católica y pusieron distancia con la Catedral que está a pocos metros de la Casa Rosada.

“Nuestro Dios es de todos, pero cuidado que el diablo también llega a todos, a los que usamos pantalones y a los que usan sotanas”, señaló Kirchner en velada referencia a Bergoglio.

El 11 de febrero de 2013, casi ocho años más tarde de esta presunta admonición, renunció Benedicto XVI.

Néstor Kirchner ya había muerto, y Cristina cumplía su segundo mandato en la Casa Rosada. La presidente recordó la opinión de su marido y trató de replicar la operación en contra de Bergoglio. Pero cometió un error clave: el Tribunal Oral Federal 5 -integrado por Germán Castelli, Daniel Obligado y Ricardo Farías- ya había fallado a favor del arzobispo de Buenos Aires, que siempre defendió su inocencia.

“Es totalmente falso decir que Jorge Bergoglio entregó a esos sacerdotes (Yorio y Jalics). Lo analizamos, escuchamos esa versión, vimos las evidencias y entendimos que su actuación no tuvo implicancias jurídicas en estos casos. Si no, lo hubiésemos denunciado”, explicó el juez federal Castelli.

El prestigio in crescendo del arzobispo de Buenos Aires más el fallo del Tribunal Oral Federal 5 - dictado en 2011- exorcizó la movida diseñada en Balcarce 50. Fue la primera operación fallida del gobierno de Cristina contra la Santa Sede.

El 13 de marzo de 2013, Bergoglio fue ungido sucesor de Benedicto XVI. Desde ese día, se lo conoció como Francisco.

Cuando se anunció en los balcones del Vaticano que Bergoglio era Papa, la presidente se estaba peinando en la quinta de Olivos. Maru -su coiffuer- estaba con un secador y un cepillo en la mano, mientras CFK leía unos informes oficiales antes de partir hacia la Casa Rosada.

-¿Dijo Bergoglio?-, le preguntó Maru a CFK.

-Sí. Bergoglio-, contestó, seca.

La presidente no podía creer lo que se transmitía desde San Pedro. El prejuicio político de Néstor Kirchner podía mutar a hecho verosímil, y se puso a la defensiva. Cruzó opiniones con su entorno y finalmente optó por ocultar sus sentimientos e intenciones detrás una carta oficial que incluyó en un tuit posteado en su red social.

“En mi nombre, en el del Gobierno Argentino y en representación del pueblo de nuestro país, quiero saludarlo y expresarle mis felicitaciones con ocasión de haber resultado elegido como nuevo Romano Pontífice de la Iglesia Universal”, escribió CFK.

A partir de ese instante, la presidente dio vuelta su mirada personal sobre Bergoglio (ahora Francisco), y sus aliados políticos también viraron al compás de las campanas que sonaban en Roma. Estela de Carlotto, Hebe Bonafini, Juan Cabandié y Luis D´Elía, habituales críticos del arzobispo Bergoglio, vieron la luz tras la felicitación de Cristina a Francisco I.

“Como dijo nuestra Presidente, un Papa que habla de la ‘Patria Grande’ es un Papa que nos entusiasma”, opinó Cabandié en nombre de todos sus compañeros de ruta.

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19 de marzo de 2013: primera reunión entre Cristina Fernández de Kirchner y el Papa Francisco, ocurrida en el Vaticano (AFP)

La relación política entre Francisco y Cristina fue en zigzag. El Papa -durante todos sus encuentros formales- le planteaba sus opiniones sobre la pobreza, la desocupación, el desempleo, la violencia de género, mientras que CFK escuchaba poco y hablaba minutos y minutos sin parar. Francisco aplicaba su paciencia de jesuita y en la soledad de Santa Marta se preguntaba para qué había servido un cónclave que ella difundía acorde a sus intereses políticos de coyuntura.

Sin embargo, pese a sus rabietas incandescentes, Francisco ejerció todos los días su rol pastoral. Estuvo muy activo cuando Cristina fue operada por un hematoma subdural crónico y necesitaba contención y consuelo, y repitió idéntica conducta religiosa cuando quisieron matarla en la puerta de su casa.

En esa época, el Papa ya había profundizado la distancia con Cristina. Pero en momentos de crisis personal y fuerte angustia, llamó por teléfono a Olivos y Juncal y se puso a disposición. Hubo conversaciones que duraron minutos, y otras que se extendieron por horas. Francisco escuchaba en silencio y ofrecía su consejo, su mirada sobre el poder y su sabiduría religiosa.

Cristina Fernandez de Kirchner y el Papa Francisco en La Habana. A un costado se observa Raúl Castro, dictador cubano (REUTERS)

CFK agradecía la misión pastoral de Francisco, pero se mantenía inflexible cuando desde Roma ofrecían una alternativa para resolver ciertas encrucijadas políticas. El Papa buscó una salida a la posición intransigente de Cristina que no quería entregar el bastón y la banda presidencial a Mauricio Macri en el Salón Blanco de la Casa Rosada.

Y no lo logró: Macri recibió el bastón de manos de Federico Pinedo, que fue presidente por horas.

La relación política y personal entre Bergoglio y Macri nunca fue buena. Y la distancia se profundizó cuando Francisco llegó a Santa Marta y Mauricio a la Casa Rosada. No sólo había obstáculos ideológicos, el presidente celaba al Papa, y el Papa cuando aún era arzobispo sintió que hubo traición en un momento de las relaciones entre la Ciudad de Buenos Aires y la curia porteña.

A fines de 2009, cuando era jefe de Gobierno porteño, Macri decidió no apelar un fallo judicial que habilitaba el casamiento de la pareja conformada por Alex Freyre y José María Di Bello. En ese momento hubo un compromiso previo que -al fin- Macri no cumplió con el arzobispo, y eso pegó de lleno en la Iglesia.

Días más tarde, Macri y Bergoglio protagonizaron un cónclave para reconciliar posiciones, pero la confianza entre ambos ya estaba condenada. Cada uno dijo los suyo, como un descargo emotivo, y el encuentro terminó en la nada.

Tres años más tarde, en septiembre de 2012, el gobierno porteño decidió reglamentar el protocolo habilitante para los abortos no punibles en el ámbito de la Ciudad. Bergoglio se enteró de la decisión que Macri tomaría, y uso un backchannel que hacía escala en Marcos Peña. Otra vez hubo una promesa incumplida.

Francisco, a diferencia de Macri, leyó a fondo a Maquiavelo, Hobbes y Perón. Y esperó su oportunidad. Sucedió en la primera audiencia que concedió a Macri en el Vaticano, hacia fines de febrero de 2016. Fue un golpe para el Presidente, que apenas estuvo 22 minutos en la Biblioteca del Palacio Apostólico.

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Mauricio Macri durante su primer encuentro con Francisco en el Vaticano (AP)

Macri llegó confiado al Vaticano, y nadie le adelantó que el Papa ya había diseñado su audiencia con el Presidente. Lo escuchó sin pestañear, jamás sonrió y los reproches se reflejaron en las fotos oficiales. Macri protagonizó una conferencia de prensa en la embajada argentina ante la Santa Sede, y sus conceptos fueron de ocasión.

“Le comenté (a Francisco) mi gran preocupación por unir a los argentinos, dejar atrás los rencores y trabajar en agenda común de futuro para resolver los problemas del país, especialmente la pobreza y el narcotráfico”, señaló el Presidente frente a los periodistas en Roma. Y agregó: “Le dije (al Papa) que espero seguir trabajando junto a la Iglesia argentina en este tema, ir virando a un país de pobreza cero y por ese motivo fue muy importante haber coincidido en la importancia de estar juntos y unidos”.

La cautela de Macri en la conferencia de prensa contrastó con su pésimo humor en la intimidad de la comitiva. El jefe de Estado arremetió contra Francisco. Estaba indignado y exhibió su costado calabrés de la política. Siempre pensó que las viejas diferencias que tuvieron en Buenos Aires habían sido enterradas por la consagración en sus propios espacios de poder.

Macri estaba equivocado: Francisco seguía pensando lo mismo de Mauricio, al margen de los cargos y el oropel.

El Papa no compartía el programa de gobierno de Macri y su mirada sobre los pobres, la economía y la desocupación. El Presidente se acercó a Donald Trump y su agenda global, y eso puso más distancia entre Santa Marta y la Casa Blanca.

A diferencia de la lejanía que se había impuesto con CFK -por su manejo del poder y sus obsesiones políticas-, Francisco tenía con Macri diferencias irreconciliables respecto a las causas de la asimetría global y qué debería hacerse para aplacar las diferencias que el capitalismo sin contrapeso había profundizado desde la caída del Muro de Berlín.

Durante siete meses de octubre de 2016 se empujó -desde Buenos Aires- una negociación secreta para encarrilar la relación política entre Macri y el Papa. Había desconfianza mutua, pero los dos sabían que la relación institucional -o su apariencia pública- no podía quedar anclada en la Audiencia de los 22 minutos.

El presidente planteó que la próxima reunión en el Vaticano debería tener otro tono. Y Francisco consideró razonable ese pedido que llegaba desde Balcarce 50. El protocolo de la Santa Sede filtró que el cónclave sería el 17 de octubre, una fecha cercana a Francisco y muy alejada de Mauricio. Finalmente la agenda se ajustó: sería el 15 de octubre, en el marco de la canonización del cura José Brochero.

Segunda audiencia de Macri con Francisco: hubo mejor clima entre ambos, pese a sus diferencias políticas e ideológicas

Macri siempre estuvo atento a las señales que rodean los acontecimientos políticos. Y en esta oportunidad vislumbró que el Papa proponía un cónclave más distendido. Un día antes del encuentro oficial en Il Fungo- el estudio anexo del Aula Paulo VI-, el cardenal Mario Aurelio Poli le había propuesto andar en bicicleta por la vera del Tíber.

Ese gesto amistoso del arzobispo de Buenos Aires no hubiera sucedido sin el asentimiento del Sumo Pontífice. “Poli me llevó lejos, Tíber arriba. Anda muy bien en bicicleta, y no se cansa”, describió Macri cuando llegó transpirado al bar del Hotel de Russie, adonde se alojaba junto a su familia y la comitiva.

-¿Cómo cree que será la audiencia con el Papa?-, preguntó Infobae al Presidente cuando terminaba su gaseosa.

-Llegó con mis hijas y Juliana, ellas saludan y se van…Yo me quedo.

Y sí. ¿Pero cómo piensa encarar la reunión?

-La Sonrisa de Mandela.

-Perdón… No se entendió.

-Aplicando La Sonrisa de Mandela. Ese libro muestra cómo es posible relacionarse, aunque no se compartan todos los puntos de vista.

La Sonrisa de Mandela fue escrito por John Carlin, un periodista inglés educado en Oxford. Carlin describe la actitud de Mandela desde su liberación como preso político –11 de febrero de 1990—hasta su gestión como presidente de Sudáfrica.

Macri rescata del libro cómo Mandela no pierde su condición de persona, pese a las disputadas de poder. Y cómo esa vocación de poder, no significa enterrar los conceptos de reconciliación y de convivencia. Mandela fue por décadas un preso político sojuzgado por una minoría extremista, que usó el Apartheid para gobernar Sudáfrica. Sin embargo, Mandela apostó a la reconciliación entre negros y blancos cuando sucedió a Frederik de Klerk en mayo de 1994.

Ese espíritu de convivencia y reconciliación, contenido en La Sonrisa de Mandela, también fue aplicado por Francisco para construir una nueva relación política e institucional con Macri. El Papa silenció a sus cruzados, dio señales de su buen humor antes de la audiencia privada y se preocupó de todos los detalles.

Yo quiero hablar con él, contarle que estamos haciendo en el país. Esa es mi idea”, insistió Macri a este periodista.

-¿En el Vaticano que dicen?

-La mejor. Espero no equivocarme.

Y no se equivocó. Francisco cumplió con su palabra: fue una audiencia de casi una hora, adonde el Presidente y el Papa hablaron sin condicionamientos, ni prejuicios.

Fue la última vez que se vieron.

El 18 de mayo de 2019, Francisco se enteró que Cristina Kirchner había propuesto a Alberto Fernández como su candidato a presidente. Ella iba como vice y ponía los votos necesarios para arrancar con un robusto piso electoral, mientras que su compañero de fórmula debía captar a los argentinos desencantados con Macri para facilitar el camino rumbo a la Casa Rosada.

Durante los casi siete meses de campaña electoral y transición política, Alberto Fernández dialogó muchas veces con Francisco. El Papa se mostraba cálido, preocupado por la herencia de Macri, y alerta por la peculiar convivencia política que iban a protagonizar el Presidente electo y la Vicepresidente que lo nominó.

En estricto silencio, Francisco ayudó a Alberto Fernández en su agenda geopolítica y financiera. Habló con Kristalina Georgieva, avaló la honestidad intelectual de Martín Guzmán, e hizo referencia sobre el futuro gobierno peronista a los líderes del G7, especialmente Ángela Merkel.

Con siete semanas en la Casa Rosada, el protocolo vaticano confirmó que la primera audiencia entre el Papa y el Presidente sería hacia fines de enero. Alberto Fernández siempre rescató la figura global de Francisco y estaba exultante cuando viajó de Buenos Aires a Roma para encontrarse el líder religioso.

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El papa Francisco y Alberto Fernández durante su primer audiencia como presidente en el Vaticano

-¿Uno de los objetivos de su audiencia es rescatar la imagen de Francisco como figura nacional?-, le preguntó Infobae al jefe de Estado antes de su cónclave en el Vaticano.

-El Papa no es de nadie. El Papa ni es de los peronistas ni de los no peronistas. El Papa es una figura moral, enorme en el mundo, y los argentinos tenemos que acostumbrarnos a terminar con esta discusión de apropiarnos del Papa. Es una figura que está mucho más allá de nosotros y hay que cuidarlo en su autoridad, y hay que cuidar lo que realmente representa: es el Pastor más importante de la Iglesia. No tenemos que someterlo a las disputas internas.

El 31 de enero de 2020, madrugada en la Argentina, Alberto Fernández llegó al Patio Belvedere de la Santa Sede. Allí era aguardado por miembros de la Prefectura de la Casa Pontificia y una guardia de Gentiluomini –laicos dedicados a la Iglesia– vestidos de frac y con los emblemas papales, que lo escoltaron hasta su encuentro formal con el Papa.

Ambos jefes de Estado se saludaron en la sala del Tronetto, y a continuación pasarán solos a la Biblioteca del Vaticano. Había un clima distendido que quedó ratificado con la primera ironía de Francisco al Presidente.

-Pase usted, le dijo Alberto Fernández al Papa, tras el saludo formal.

-No, primero el monaguillo..., replicó Francisco aludiendo a la formación religiosa del jefe de Estado.

Ambos rieron e ingresaron a la Biblioteca de la Santa Sede. Fue un diálogo franco: Alberto Fernández describió como había encontrado las cuentas públicas, su preocupación por el desempleo y la pobreza. El Papa lo escuchó con atención y dejó un puñado de reflexiones que el Presidente siguió al pie de la letra.

No hubo referencia a la posibilidad de sancionar la ley de Aborto.

En las consideraciones políticas de Santa Marta, se asumió la obviedad. Alberto Fernández era católico, tenía excelente relación con el Papa, y la agenda de la Argentina discurría por otros asuntos. Desde la deuda externa a la pandemia de COVID-19, pasando por la pobreza y el índice inflacionario que había dejado Macri antes de perder los comicios.

La ley de Aborto no estaba en los cálculos del Papa. Pero el Presidente cambió su rumbo y el pañuelo verde logró una prioridad política que se coronó a fines de 2020. Ese día Francisco sintió una profunda desilusión.

Desde ese momento, la relación personal se enfrió. Alberto Fernández sostenía -a principios de 2021- que conversaba con el Papa “más de lo que se conoce”, pero en Santa Marta guardaban silencio para no caer en la desmentida informal. Francisco masticó arena cuando se enteró del vacunatorio VIP y de la Fiesta en Olivos, mientras la desocupación, la inflación y la pobreza se profundizaba.

Sin embargo, el Papa continuaba con su misión pastoral. Alberto Fernández pidió una nueva audiencia, y Francisco dijo que sí. Los dos se volvieron a encontrar el 13 de mayo de 2021, seis meses antes de la derrota del Frente de Todos ante Juntos por el Cambio.

En Santa Marta ya no era un secreto de Estado las diferencias personales y políticas entre el Presidente y la Vicepresidente, y Francisco se mantuvo al margen de las disputas internas en la coalición de gobierno. Conocía la historia del peronismo y sabía que una disputa en la Cúpula sólo podía causar un vacío de poder y más daño institucional a la Argentina.

La audiencia del 13 de mayo pasó sin pena ni gloria. Fue una formalidad para evitar que la distancia real del Papa con el Presidente afecte aún más la gobernabilidad de Balcarce 50. Alberto Fernández ya solo contaba con un puñado de leales y su lejanía con Francisco debía ser maquillada con un cónclave que no cambió la naturaleza de las cosas.

Esa audiencia podría ser la última concedida por el Papa al Presidente.

El Papa en un acto público flanqueado por una bandera argentinas

Francisco extraña, sueña con volver. Pero la política y sus desvíos institucionales conspiran contra su anhelo más deseado. Ya pasó diez años dando vueltas por el mundo, y la nostalgia siempre tiñe sus pensamientos. “Yo quiero ir a la Argentina”, le dijo a Infobae.

Si eso sucede, será a partir de 2024. No antes.

* Este artículo integra el libro “Francisco. 10 años del papa latinomericano, editado por Leamos.

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