El discurso de Alberto Fernández ante la Asamblea Legislativa podría ser resumido así: unas 44 páginas dedicadas a tratar de mostrar perfil propio -con sucesión de párrafos en primera persona y pretensión reeleccionista- y otras 10 carillas de una impresionante carga contra la Justicia. No se trató sólo del texto: fueron muchas frases, de tono sobreactuado, señalando con el dedo al presidente y al vice de la Corte Suprema, presentes en el recinto y enfocados por las cámaras oficiales para enfatizar el momento. Fue una especie de juicio político exprés, unipersonal y para su platea, en el ámbito de mayor exposición institucional del país, con representantes de los tres poderes del Estado. Impresionante y con consecuencias.
La presentación del Presidente incluyó de entrada un mensaje breve destinado al frente judicial, con Cristina Fernández de Kirchner a su lado y dispuesta a sostener una imagen en apariencia sólo protocolar, fría y desinteresada. Visto así, asomaba como un gesto muy medido al kirchnerismo antes de entrar de lleno en una extensa y por momentos tediosa exposición cargada de autoelogios, en sintonía con el módico despliegue del “Alberto 2023″ fuera del Congreso. El último tramo frente al micrófono se encargó de sepultar el ensayo diferenciador y lo expuso dominado por la interna.
Hubo en la construcción del mensaje presidencial algunos pasajes de repetidas contradicciones o efectos contraproducentes, no únicamente el final centrado en la guerra judicial. También, como línea general, una supuesta batalla contra el “desánimo” social -atribuido a operaciones de la oposición y los medios- que ya viene terminando en la negación de la crisis. La abundancia de datos -muchos, discutibles- pareció amontonar cifras reunidas para avisos de publicidad, sin contexto. Apenas fue anotado un reconocimiento de la inflación, aunque como problema “estructural” de arrastre, sin cuentas propias.
La postal de la calle, con reducida asistencia y para cumplir, agregó una pincelada al cuadro dominado por la cuestión doméstica. No hubo despliegue de tardío “albertismo” ni, menos, kirchnerismo. Máximo Kirchner lo subrayó con su ausencia. El acto, entonces, fue anticipado y representado en esos términos de círculo cerrado.
Resultó llamativo, porque el Gobierno apeló a un recurso habitual de campaña pero inusual en una Asamblea Legislativa: quiso lograr un efecto de cercanía con la gente y presentó una decena de invitados para simbolizar políticas oficiales. Esa puesta en escena, nada novedosa y propia del laboratorio electoral, conlleva la aceptación de la disociación entre el accionar político y los intereses o inquietudes del común de la gente. “Historias de vida”, para condimentar un discurso que se admite lejano o artificial.
Lo dicho: el arranque del discurso incluyó una frase de solidaridad con CFK por el atentado de Recoleta, reforzado después con ácidos cuestionamientos por lo que calificó como persecución judicial y, sin hablar de “proscripción”, un intento de inhabilitarla para cargos públicos. En el tramo inicial, pareció casi un cumplido para dedicarse de lleno su propia gestión.
Alberto Fernández unió la referencia al frente judicial de la ex presidente con una teoría repetida: la existencia de un cerco político y mediático -una sociedad entre poderes fácticos- que esconde o tergiversa un cuadro general al que calificó como “sustancialmente mejor” que el de 2019. Fue una entrada al tramo que, al mismo tiempo, sugería respuestas al kirchnerismo por la escalada contra su plan reeleccionista, movida básica para mantener oxígeno en el cuarto año de gestión.
En la misma línea, defendió el “rumbo” y desplegó un punteo de políticas que reivindicó a pesar de las acusaciones de “moderado”, propias de las descalificaciones difundidas desde los círculos kirchneristas. Además, elogió los meses de Sergio Massa en Economía, para que no quede como pieza suelta de gestión. Hasta allí, todo sonaba en clave interna. Sin embargo, el clima de contenida tensión era evidente: circulaba desde hacía rato el texto completo del discurso y el oficialismo y la oposición se preparaban para un final de batalla.
El Presidente cruzó todos los límites. Dijo que la Corte actúa “contrariando la ley” en el caso del reclamo de la Ciudad de Buenos Aires por el recorte de fondos, sostuvo que afecta atribuciones presupuestarias, dijo que “tomó por asalto” el Consejo de la Magistratura y la acusó de corresponsable del desastre narco en Santa Fe, entre otras cosas que coronó con la defensa del juicio político.
Horacio Rosatti y Carlos Rosenkrantz se mantuvieron allí, con imperturbable y a la vez, expresivo gesto. No se movieron. Será una imagen hasta simbólica de ese final del discurso, con gritos y cruces en el recinto.
En perspectiva, el punto es lo que marca el mensaje presidencial hacia adelante. Profundizó el quiebre con Juntos por el Cambio y otras expresiones opositoras, agravó el cuadro institucional de tensión con la Corte y con la Justicia en general, reavivó grietas -otra vez, interior vs porteños- y no modificó el frente de la disputa de poder con el kirchnerismo.
Resultó entonces al menos curioso el remate, con llamados a reactivar el Congreso, a encarar una campaña limpia y, más, a los consensos para enfrentar la crisis.
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