El feroz ataque de Alberto Fernández contra la Justicia, la oposición, los empresarios y los medios en su último discurso de apertura de las sesiones ordinarias pareció romper los últimos puentes institucionales que, a pesar de todo, se mantenían en pie. A 40 años de la recuperación democrática, asoma ahora un país más bloqueado que amenaza, principalmente, el destino electoral del peronismo.
Se trató de dos horas de palabras amontonadas dirigidas a una sola persona que ya no está dispuesta a escucharlo. La vicepresidenta Cristina Kirchner -a la vista de todos- no le aceptó al Presidente ni un vaso de agua, ni gastó un mínimo gesto de aprobación ante el ensayo de una defensa desesperada y desarticulada, que mezcló teorías del derecho con conspiraciones imaginarias. Fue la primera foto juntos después de 270 días. Casi 9 meses.
El extraño caso del “moderado” -como se definió en el inicio del discurso- que se exaltó al final, tiró del mantel y se llevó puesto así a las instituciones que figuran en la Carta Magna. La agresión casi humillante a la que sometió a los jueces difícilmente pueda mejorar las chances de que sus argumentos sean escuchados con más predisposición que antes de la asamblea.
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Después de la monserga agresiva que soportaron los magistrados, ¿el Gobierno cosechará otra cosa que no sea una inevitable derrota en la causa por la coparticipación federal que reclama la ciudad de Buenos Aires?
¿Tendrá Cristina Kirchner una mejor suerte en los tribunales, con toda la Corte Suprema de Justicia sometida a un juicio político orquestado por los torquemadas del kirchnerismo crepuscular? Si era confusa la campaña contra una proscripción inexistente, el discurso en la asamblea legislativa le sumó el agravió a los demás jueces.
Después de las descalificaciones a los opositores, ¿el Presidente puede esperar tener otro resultado durante el año que lo ocurrido en las extraordinarias? De 28 proyectos, sólo se debatió uno, el de la moratoria previsional, con el apoyo de un peronismo que después de lo que pasó hoy, difícilmente vuelva dar quórum.
El último año, el Congreso Nacional tuvo la performance más baja de toda la democracia y se encamina, después del discurso flamígero de hoy, a empeorar. Ocurre mientras en el país no hay una Corte Suprema completa, ni procurador general, ni Ombudsman y se acumulan las designaciones de jueces, fiscales y defensores. Y el Consejo de la Magistratura es provisorio y sigue incompleto porque no se aceptó una avivada para que los K tuvieran un lugar más.
Son apenas menciones de la acumulación de una deuda institucional que crece a la par de la deuda externa, interna y desequilibrios económicos que están a un soplido de estallar.
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Cómo le habían anticipado a Infobae ayer, para Cristina Kirchner hoy era un día más. Lo mostró con creces. Un trato frío, menos que protocolar, silencio, rostro adusto y el mirar varias veces el reloj, como diciendo ¿cuándo terminará esto? Encima, el único ausente a la Asamblea Legislativa tenía nombre, pero sobre todo apellido: Máximo Kirchner.
Así, Alberto Fernández comprobó que no tiene ni tendrá la menor solidaridad en estos últimos meses de Cristina Kirchner, que sólo espera que anuncie efectivamente que abandona el sueño imposible de volverse a presentar, en un país con la pobreza por encima del 40%, caída de ingresos, inflación al 100% y un dólar indomable que altera los nervios, por igual, del rico, del pobre y el de la mitad.
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El final del discurso del Presidente, después de la retahíla de reproches y críticas, sorprendió por el contraste: “Quiero invitarlos a un compromiso con la Patria. A cada funcionario público, a cada legislador y legisladora, a cada miembro de los poderes del Estado, así como a cada trabajador, trabajadora, ciudadanos y ciudadanas. Es hora de dejar de lado las mezquindades, las pequeñas rencillas, los narcisismos”.
Para Alberto Fernández, “vivimos un tiempo liminar y la moneda está en el aire”. Borges le respondería: “Lo que llamamos azar es nuestra ignorancia de la compleja maquinaria de la causalidad”.
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