“Le quitamos el poder real a Cristina”, festejó un operador político, con acento cordobés, al tanto de las negociaciones que llevaron adelante cuatro senadores del Frente de Todos para romper el bloque oficialista en la Cámara alta y armar uno nuevo con Alejandra Vigo, senadora por Córdoba y esposa del gobernador Juan Schiaretti.
Ese mismo golpe al centro de gobierno del kirchnerismo sirvió también para generarle un dolor de cabeza a Alberto Fernández, que había viajado a la Antártida y después de dejar el frío polar se enteró que un grupo de legisladores había fracturado el bloque dando una señal negativa para la entereza del Gobierno.
En el principio del año Fernández se quedó sin interlocutores en el Senado. Su voz en esa cámara fue, durante algunos meses, la del entrerriano Edgardo Kuider, que se convirtió en el principal nexo entre el Congreso y la Casa Rosada durante las complejas negociaciones para aprobar el acuerdo con el FMI.
El “Turco”, como se lo conoce en el mundo de la política, le soltó la mano después de que el Presidente incumpliera una promesa. Le había asegurado que iba a incluir a Entre Ríos en el proyecto de zonas cálidas para que la provincia acceda a una tarifa eléctrica diferencial para la temporada de mayor consumo. Fernández nunca cumplió y Kueider pegó el portazo, harto de las idas y vueltas del Jefe de Estado. Se fue del bloque oficialista.
Lo que importa de esa movida política que terminó con la ruptura del bloque no es solo la perdida de votos para el quórum que sufrió el oficialismo y la necesidad obligada de negociar en la que quedó después de este jueves. La fractura tuvo peso simbólico por dos motivos concretos.
El primero es que el acuerdo fue con Schiaretti, que trabaja en un armado nacional donde la ruptura del Frente de Todos es parte esencial y con el que coquetean algunos gobernadores del PJ. El segundo es que dejó expuesta la debilidad de la coalición política en la antesala de las elecciones.
“Fuimos punta de lanza. Ahora vamos a ver quién se anima a seguirnos”, se sinceró uno de los legisladores que se sumó al bloque Unidad Federal, que ya tuvo su estreno en una sesión donde el oficialismo volvió a tener un traspié y no pudo sesionar.
De fondo aparece una jugada nacional que el schiarettismo quiere aprovechar. Dos de los senadores que se fueron son de provincias que no tienen gobernadores peronistas, como es el caso de Carlos “Camau” Espíndola (Corrientes) y Guillermo Snopek (Jujuy). Peronismo sin territorio que Schiaretti quiere acobijar en su proyecto nacional.
María Eugenia Catalfalmo, senadora puntana, pertenece a un armado político de una provincia donde el gobernador ya hizo público su juego político. Alberto Rodríguez Saá respalda la candidatura del gobernador cordobés, que busca sumar al peronismo de Entre Ríos, de donde es Edgardo Kueider, hombre de extrema confianza de Bordet.
En los pasillos del Senado hace tiempo que hay una rosca política que tiene como objetivo dividir las aguas frente al descontento con el gobierno nacional y la preponderancia de los temas que se tratan. En la Casa Rosada aseguran que Fernández no está preocupado por lo sucedido, aunque le molestó la decisión de los senadores.
El quiebre en el Senado es una señal de alerta para el oficialismo, que se divide entre quienes creen que la unidad no se romperá pese a las complejas circunstancias políticas y económicas que enfrentan, y los que advierten que si el peronismo deja de ser competitivo en los próximos meses - en base a proyecciones de consultoría - el Frente de Todos puede afrontar un proceso de descomposición con final abierto.
Alberto Fernández llega al 1 de marzo conservando su voluntad de pelear por la reelección, lo que en La Cámpora decodifican como un posicionamiento que lo único que busca es negociar lugares para los propios en las listas legislativas. “No va a poder meter a nadie y se va a terminar yendo a su casa”, sentenció un funcionario camporista. La guerra interna nunca se terminó.
El kirchnerismo presiona cada vez con más fuerza para que el Presidente baje su candidatura. Para ellos el gobierno de Fernández está terminado. Lo que resta ahora es ver cómo se puede ganar la elección o, en el peor de los casos, cómo pueden mantenerse fuertes frente a una posible derrota. No juegan solos. Aseguran que la sociedad con Sergio Massa está muy sólida. Lo que realmente desean es correr del mapa al Presidente.
En el corazón K no convence ningún candidato de los que están sobre la mesa, salvo Sergio Massa, que es el único con el que creen que el espacio podría ser competitivo, además de Cristina Kirchner, a la que intentarán convencer de que se presente. Pero ni Daniel Scioli ni Eduardo “Wado” de Pedro, del núcleo duro camporista, generan confianza puertas adentro. Creen que no pueden competir hasta el final en la elección.
Fernández también llega a esta apertura sesiones atravesado por las suspicacias que se generan en este tiempo de elecciones y que mantienen al peronismo en una situación de incertidumbre permanente. La falta de cimientos fuertes y de un proyecto político sólido amenazan con fracturar, aún más, el Frente de Todos. El quiebre en el Senado tal vez pueda convertirse en el principio de un proceso de degradación o, en su negativa, en la señal de alerta para cerrar filas antes de que todo se venga abajo.
A ese contexto oficialista complejo se le suman la nula relación que hay con la oposición al día de hoy. La decisión de avanzar con el juicio político a la Corte Suprema, por su fallo en la discusión del porcentaje de coparticipación de la Ciudad de Buenos Aires, generó que se rompan todos los puentes que había con Juntos por el Cambio.
A partir de ese momento el interbloque opositor no le dio quórum y no se puedo sesionar en el Congreso. Las sesiones extraordinarias pasaron sin pena ni gloria. Fue una jugada del oficialismo sin éxito y la foto de una relación política que está completamente desgasta. En el inicio del año electoral nadie cree que se pueda avanzar demasiado en términos legislativos. La especulación empezó a jugar de ambos lados.
El Gobierno está quebrado, al igual que el bloque de senadores del Frente de Todos, una marca que parece no tener demasiado futuro. La unidad no tiene sustento. Ni siquiera el que le intenta imponer el Presidente, cada vez que dice que hay que frenar el retorno de la derecha y del macrismo al poder. Detrás de ese anuncio hay una estructura política debilitada donde el poder se esfumó por completo.
El albertismo resiste en soledad pero sin futuro prometedor, el kirchnerismo analiza cómo cuidar la provincia de Buenos Aires mientras trata de ordenar al resto del peronismo detrás del operativo clamor para que Cristina Kirchner sea candidata, y el massismo hace equilibrio, con Sergio Massa jugando un partido extremadamente complejo en el Palacio de Hacienda.
El peronismo arrancará el último año legislativo con una perspectiva de conservar el poder disminuida. Los propios legisladores advierten que la elección que se aproxima será difícil de ganar. Fernández resaltará en su discurso las bondades que cree que tuvo su gestión y se aferrará a esa mirada como plataforma para mantenerse en el poder. Mientras tanto, en las entrañas del poder oficialista, piensan una nueva coalición peronista en la que el Presidente no tiene lugar.
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