Un par de integrantes destacados del Gabinete dedicaron el fin de semana largo a discutir por los medios si el término “proscripción” es aplicable o no a la situación judicial de Cristina Fernández de Kirchner. Refuerzan, de hecho, el carácter artificial y político de la consigna consagrada por el kirchnerismo en el estreno de la mesa nacional del Frente de Todos. El encuentro no clausuró la interna, tampoco la ordenó. Y ahora la tensión se proyecta sobre el acto oficial que deben compartir Alberto Fernández y CFK, en apenas una semana, para abrir formalmente una nueva etapa de sesiones ordinarias en el Congreso.
La asamblea legislativa le da un marco especial al balance y los anuncios del Gobierno, esta vez para perfilar el último tramo de este período presidencial. Pero el problema es, precisamente, que el repaso de gestión y la definición del rumbo exponen la batalla de poder en el oficialismo. El acto llega, además, en un contexto de virtual parálisis legislativa. Quizás esta semana el Senado y el martes próximo Diputados voten alguna ley. Sería sólo un pequeño gesto al final de un frustrado período de sesiones extraordinarias.
El oficialismo se alineó, en este caso sin fisuras, detrás del objetivo de presión en continuado sobre la Corte Suprema. Es una movida que busca lograr fuerte exposición y que descarta resultados efectivos. Mañana, volverá la actividad sólo en la comisión de Diputados que trata el enjuiciamiento a Horacio Rosatti, Carlos Rosenkrantz, Juan Carlos Maqueda y Ricardo Lorenzetti. La oposición -no sólo Juntos por el Cambio- rechaza la jugada del FdeT, que ahora intentaría traspasar los límites propios de la Cámara baja.
La presión en ese ámbito se contrapone con el último intento para sesionar en Diputados, a pesar del rechazo de JxC a dar quórum mientras el oficialismo mantenga la ofensiva sobre la Corte. Fracasaron antes algunas negociaciones para fisurar al principal interbloque opositor, proponiendo una agenda razonable, es decir, habilitar el trabajo en comisiones y llegar al recinto con unos pocos proyectos consensuados.
Es probable que, finalmente, el último día de febrero vuelva a sesionar y lo haga con la moratoria previsional como tema central. En ese caso, si hay número, JxC ocuparía sus bancas. Nada indica que no haya cruces. Dicho de otra forma: un camino razonable y conocido -el de acordar el temario y hasta los límites de la disputa- habría quedado dañado otra vez por una tensión política que corre el foco de la delicada situación económica y social.
Esa disociación y más aún, la contaminación de la interna en todos los terrenos, viene acompañada por esfuerzos para marcar diferencias entre cada espacio, hacerlas visibles. La proyección de la escalada de precios en febrero y las perspectivas de marzo reponen no sólo interrogantes sobre su impacto en la definición de candidaturas, sino también pulseadas por el Presupuesto y por la política de ingresos. Quizás la combinación de uno y otro elemento sea expresada por el repuesto reclamo de un aumento de suma fija que dejan trascender desde sectores sindicales cercanos al kirchnerismo.
El argumento, de fondo, para descartar ese mecanismo de “recomposición” salarial es que aplana la pirámide de las escalas de convenio. Pero a eso se suma un factor de imagen, siempre limitado: evitar que se imponga la estimación de un nivel inflacionario por encima del 60% anotado por el Gobierno como proyección anual. Hay, también en el reclamo, intencionalidad política. Ninguna paritaria está comprometiendo realmente ese porcentaje. En todo caso, se lo escribe acompañado del compromiso, de hecho, de rediscutir los ajustes.
De eso habló la ministra Kelly Olmos, con escaso eco. El propio oficialismo tomó lo dicho como una declaración de oficio, casi una formalidad, más por la protagonista que por el tema de fondo: el horizonte de la inflación es, en rigor, el núcleo de los problemas que inquietan internamente y que serán decisivos para ver si todos los amagues se convierten en candidaturas. A la lista acaba de sumarse Daniel Scioli, tal vez con una percepción o guiño que trasciende los límites de Olivos.
En cambio, y a pesar del efecto generalmente corrosivo de las batallas políticas sobre el delicado contexto económico, el tema de mayor exposición siguió siendo la situación de CFK. Agustín Rossi y Aníbal Fernández se cruzaron abiertamente. ¿Pura escenografía? El jefe de Gabinete defendió la idea de la “proscripción” y el ministro de Seguridad la descalificó, con un añadido expreso. Dijo que esa estrategia kirchnerista apunta, en realidad, a enterrar los planes del Presidente.
Los pasos de Alberto Fernández son parte del movimiento básico que imagina para evitar un mayor deterioro y mantenerse en escena. Y es lo que irrita especialmente al círculo de CFK. El Presidente decidió reactivar su viaje a la Antártida, con mensaje por cadena nacional incluido. Y agrega en su agenda viajes más módicos por diferentes provincias, que varían en la puesta en escena según el grado de cercanía con el gobernador local. No resulta los mismo La Rioja o Tucumán que Misiones, por ejemplo.
Se habla poco de fotos de unidad -apenas una panorámica del encuentro en el debut de la mesa nacional del FdeT- y menos de rearmar vínculos con la ex presidente. En ese plano, pasa al centro de la atención la ceremonia del miércoles que viene en el Congreso.
Desde el círculo de Olivos, dicen que Alberto Fernández comenzó a trabajar en su discurso. Estaría en línea con sus últimas intervenciones: reivindicación cerrada de lo actuado frente a la “herencia macrista” y en pandemia -en el plano económico y también sanitario-, señalamiento de complicaciones como estribación de la guerra provocada por Rusia con la invasión a Ucrania, alguna señal a las provincias bajo el título de federalismo y cuestionamiento a la Justicia y en especial a la Corte, el gesto más explícito hacia CFK que, de todos modos, no satisface al kirchnerismo.
Algún adelanto discursivo se conocerá en estas horas. Nadie imagina una actitud pasiva del núcleo duro del kirchnerismo hasta entonces, bajo el supuesto de no regalar agenda. Pero el mayor interrogante es qué hará CFK. ¿Sólo gestos, algunos tuits? La incertidumbre adquiere cariz de temor frente a otra posible muestra de fisura institucional.
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