Con sus particularidades, diferencias de origen y de recorridos, Cristina Kirchner y Mauricio Macri padecen por estas horas la misma suerte: son testigos y “víctimas” de una inevitable emancipación política de quienes fueron sus jefes de Gabinete. Alberto Fernández y Horacio Rodríguez Larreta dejaron en claro que no están dispuestos a seguir cumpliendo los mandatos de sus antiguos líderes y dieron señales rotundas de que tomarán un camino propio que supone, incluso, enfrentar sus liderazgos.
La disputa entre el presidente y la vicepresidenta tiene una característica dramática y un impacto en la vida cotidiana de los argentinos que no se compara con las intrigas y diferenciaciones que protagonizan el ex primer mandatario y el jefe de Gobierno porteño. Sin embargo, ambos procesos coinciden en que de su resolución dependerá la constitución misma de cada coalición y, también, el futuro del país.
Como explicó en la entrevista que concedió semanas atrás a Infobae el agudo analista político Eduardo Fidanza, Cristina Kirchner y Mauricio Macri “son políticos habilidosos pero vienen perdiendo liderazgo político. Los dos están en una decadencia, en una declinación y con baja apreciación a nivel de opinión pública”.
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En ese reportaje, afirmó que ambos líderes de las coaliciones que estructuran el sistema político imperante tenían “capacidad táctica pero impotencia estratégica”, ya que “en 2011 y 2015, respectivamente, los dos tenían la capacidad de organizar, de decidir y de lograr adhesión, pero hoy se los empieza a desafiar, se les empiezan a atrever”.
Ese escenario se hizo realidad la semana pasada cuando ocurrieron dos cosas simultáneas: Alberto Fernández resistió la embestida de Cristina Kirchner para que en la misma reunión del PJ abandonara su proyecto reeleccionista, y Horacio Rodríguez Larreta decidió lanzar su candidatura presidencial con una narrativa y estructura propias e independientes del ex jefe de Estado.
Fernández fue jefe de Gabinete los cuatro años de la Presidencia de Néstor Kirchner y se mantuvo en ese cargo entre diciembre de 2007 y julio del 2008, durante el primer gobierno de Cristina Kirchner. En cambio, Larreta fue jefe de Gabinete porteño los ocho años en que Macri fue alcalde de la ciudad de Buenos Aires.
En el caso del presidente la situación es aún más compleja, porque expone la imposibilidad de la vicepresidenta de imponer una decisión hacia el interior del Frente de Todos. Si hace casi cuatro años le bastó un tuit para entronizar al futuro presidente, en estos días queda expuesta su limitación para torcer la voluntad de su primer jefe de Gabinete, pero también de convencer a todos los demás que esa decisión es la mejor para el grupo.
Cristina Kirchner, además, soporta una condena a 6 años de prisión e inhabilitación perpetua por corrupción con la obra pública que dictaron tres jueces federales de primera instancia, una pena que los seguidores de la vicepresidenta la presentan como una “proscripción” más allá de que no esté firme y tenga dos instancias de apelaciones más.
En las últimas horas, incluso, el ministro de Seguridad, Aníbal Fernández, le dijo a Infobae que efectivamente no existe una “proscripción” y que, en realidad La Cámpora y los seguidores más ultras del cristinismo al que quieren proscribir es al presidente de la Nación, al pretender bajarlo de una postulación y de la posibilidad de competir en las PASO.
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Además, al menos otras dos personas que trabajan cerca de Alberto Fernández y tienen despacho en la Casa Rosada hablaron con este medio y expresaron en reserva que la decisión de ser candidato se mantiene, como así también la celebración de una interna en el seno del Frente de Todos para que sea mediante el voto la definición de quién enfrentará al que se consagre ganador de las primarias de Juntos por el Cambio.
“A Cristina Kirchner siempre le costó ser oficialista de los gobiernos peronistas que no fueran el suyo o el de Néstor, su esposo. A Carlos Menem lo enfrentó, sino recuerden el día que dijo que el Partido Justicialista no era un regimiento ni ella era la recluta Fernández. Y a Eduardo Duhalde llegó a hacer traer un senador en avión sanitario para que votara en contra de su gobierno”, recordó un informante, que pidió reserva de identidad “para no empeorar las cosas aún más”.
Y subrayó la misma fuente: “Tan ajeno le resulta este gobierno que permitió que Máximo Kirchner renuncie con un portazo a la presidencia del bloque de Diputados. Nunca visto desde 1983 hasta acá. Ni Miguel Ángel Pichetto, que no tenía un pito que ver con ellos, hizo semejante cosa. Se bancó los 12 años y medio como jefe de bloque en el Senado”.
El otro jefe de Gabinete
Lo de Macri con Larreta no tiene esa virulencia ni esa gravedad institucional, pero tampoco es tan distinto en la relación entre quienes supieron ser jefe y subordinado. El propio ex presidente alguna vez manifestó en televisión que no hacía falta cometer “parricidio”, en referencia a los que, según él, lo querían jubilar de la política.
Ese indisimulado malestar no fue lo único que lo llevó a mostrarse activo y con vocación de intervenir en la construcción del futuro de Juntos por el Cambio. Pero sin dudas tuvo una gravitación en su convicción de que es posible un “segundo tiempo” con sus ideas de cambio, aunque no sea, necesariamente, con él como candidato.
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Larreta venía mostrando un camino propio, sin confrontar de manera abierta, pero diferenciando su modo de construir masa crítica, de sumar puntos de vista y de dialogar antes que confrontar y romper. No sólo fue un gesto de autonomía ante Macri, sino también ante su rival interna, Patricia Bullrich, la exponente más arquetípica de los “halcones” del PRO.
Este miércoles, Horacio Rodríguez Larreta lanzará su candidatura presidencial y dejará en claro que no irá en contra de Macri, pero tampoco le pedirá permiso ni aceptará un tutelaje, ni una supervisión sobre un proyecto presidencial, que incluye a los radicales, a un sector del peronismo y a repetir el esquema de acumulación que viene ejecutando en la ciudad de Buenos Aires desde el 2015. En su entorno, incluso, decían: “Ojalá sea candidato y se presente. A Horacio le serviría ganarle para que no queden dudas de que no va a ser otro Alberto Fernández”.
Mauricio Macri la semana pasada, en una reunión que mantuvo en Cumelén con Gastón di Castelnuovo, un dirigente que aspira a ser intendente de Ituzaingó, le transmitió que su rol era aportar a la transición generacional y a la renovación de la dirigencia de Juntos por el Cambio. Habló de que su voluntad era ayudar a que se consolide una sucesión en la coalición pero también en el país, sin liderazgos mesiánicos, ni personalismos.
Aunque no dio pistas sobre si será o no candidato, se interiorizó sobre los roces que hay entre las segundas y terceras líneas de Larreta y Bullrich en el conurbano bonaerense y los riesgos que tiene la oposición de que en esas internas de pago chico intervengan los intendentes peronistas para dividir el voto opositor y romper la unidad. “Él quiere que haya una buena interna y me dijo que va a ayudar en todo lo que esté a su alcance”, contó Di Castelnuovo.
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Soltar o controlar
La psicología de los líderes políticos suele responder a lógicas misteriosas, pero que tienen en el poder -la posibilidad de perderlo o ganarlo- el eje que ordena el pensamiento y, sobre todo, la acción.
Tanto Cristina Kirchner como Mauricio Macri suelen expresar en sus discursos públicos y en charlas reservadas una forma de ver el mundo y el país y de entender la política que son bien propias, inapelables y, sobre todo, excluyentes. La vicepresidenta y el presidente se muestran más proclives a la autocrítica sobre la práctica que sobre el fondo y la tolerancia al disenso es promovida sobre todo de las segundas líneas para abajo. En el libro “Para qué”, Macri reconoce que les pedía a sus colaboradores cierta liturgia para contradecirlo.
Ninguno de los dos -ni CFK ni Macri- están conformes ni comparten los modos con los cuales se llevan adelante las cosas en sus coaliciones y consideran que las responsabilidades sobre el presente no es por lo que ellos hicieron, sino por lo que no hicieron. Aunque no lo manifiesten, ellos consideran que lo harían mejor y tienen una minoría intensa que nunca abandona el “operativo clamor”.
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