Con una situación doméstica complicada por su interna palaciega con Cristina Kirchner, Alberto Fernández diseñó una agenda de política exterior que le permitiera ocupar un espacio de poder sin las constantes interferencias de La Cámpora y el Instituto Patria.
Al principio de su mandato, el Presidente apostó por la secretaría general de la Organización de Estados Americanos (OEA) y por la dirección del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), pero al final se decantó por la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), un foro regional con escaso prestigio y sujeto a los humores de las dictaduras de Cuba, Nicaragua y Venezuela.
Alberto Fernández exhumó a la CELAC, le dio volumen y utilizó su caracterización regional para participar del G7 de Hamburgo, fortalecer sus discursos en Naciones Unidas, el G20 y la Cumbre de las Américas, y tener una agenda multilateral con mandatarios que conocían sus diferencias intrínsecas con la Vicepresidenta.
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Pero el apalancamiento en la CELAC cumplió su ciclo y el jefe de Estado ya saltó de página. Ahora busca su reelección y profundizar el vínculo bilateral con Brasil, y la CELAC restaría tiempo a esos dos objetivos estratégicos. Si lo hubiera deseado, Alberto Fernández podría haber sugerido una prórroga de su Presidencia Pro Tempore (PPT), pero la Cancillería hizo hand off y ratificó su decisión de apoyar a Ralph Gonsalves, primer ministro de San Vicente y las Granadinas.
Gonsalves es aliado de Nicolás Maduro, Daniel Ortega y Miguel Díaz-Canel. Lo llaman el Pequeño Castro en la diplomacia caribeña y un puñado de países de la región eran reticentes al momento de respaldar su candidatura en la CELAC. Sin embargo, la Argentina se comprometió a respaldar la nominación de San Vicente y las Granadinas y desalentó la falta de consenso en el foro para forzar una extensión de su propio mandato.
En la CELAC, sin consenso no hay designación. Un norma que Ortega utilizó con rigor cuando se plantó ante la candidatura del presidente argentino. Entonces, Alberto Fernández negoció con el dictador de Nicaragua, que ya pretendía coronar al Pequeño Castro en 2022.
En este contexto, el presidente argentino ocupó la titularidad de la CELAC durante todo el año pasado, a cambio de facilitar la llegada del premier Gonsalves. Un desembarco que es aplaudido por las dictaduras de Cuba, Nicaragua y Venezuela.
Si no hay un tropezón diplomático, Gonsalves será nombrado hoy -por unanimidad- como Presidente Pro Tempore (PPT) de la CELAC. Una designación que achicará su influencia regional por las vinculaciones ideológicas, los escasos recursos económicos que tiene San Vicente y las Granadinas, el cambio de interés de Alberto Fernández y la aparición de Lula da Silva en el escenario de América Latina.
El mandatario argentino aplacará su agenda internacional (no hará tantos viajes al exterior) y concentrará sus esfuerzos en la campaña electoral, mientras que su colega brasileño prefiere exhumar al UNASUR en lugar de fortalecer la CELAC.
Esa intención del líder del PT, apoyada por Alberto Fernández, quedó explicitada en la declaración conjunta que firmaron ayer ambos mandatarios. “Se comprometieron a comenzar un proceso de diálogo a nivel presidencial con los países de la región hacia el relanzamiento de UNASUR e instruyeron a sus cancilleres a realizarlo a su nivel tomando las acciones necesarias”, sostiene la declaración en su punto 67.
Se trata de un juego de suma cero. UNASUR es un proyecto de poder de Lula, en tanto que la CELAC quedará en manos de un isla diminuta del Caribe. Lula cree en el Mercosur como bloque subregional y en el UNASUR como un mecanismo multilateral que una a toda America Latina.
Si avanza el UNASUR, la CELAC deberá retroceder: no hay lugar para los dos.
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